La prudencia es una virtud celebrada por todas las filosofías y todas las religiones. La prudencia es una virtud sobre la que se ha escrito en demasía. Un santo dijo que la prudencia es la reina de las virtudes, porque guía a todas las demás. Un intelectual dijo que la prudencia es la huella de la sabiduría. Un merenguero dijo que el que evita no es cobarde. Todo eso es verdad.

Pero también es verdad lo que dijo un escritor: “No hay nada más imprudente que el exceso de prudencia”.

Acaso es su prudencia la que le aconseja hacer caso omiso de los ataques de los vinchos. Acaso es ella la que le dice que responderles disminuye su solemnidad. Acaso es ella la que le recuerda, cada vez que los vinchos lo cubren de veneno, aquello de que águila no caza moscas. O aquello de que el que discute con idiotas corre el riesgo de que lo confundan con ellos.

En la secta de los vinchos se adora a la diablísima trinidad del odio, la calumnia y la avaricia. Sobre todo a la última.

O quizás su estoicismo es fruto de una estrategia, la de no perder un partido aliado.

Respeto su parecer, pero no lo comparto.

Porque considerar a la fuerza nacional progresista como un partido es un verdadero exceso. Considerar partido al de los vinchos es una ofensa a todos los demás partidos, con todo y lo desprestigiados que están.

“Dime de lo que te jactas y te diré de lo que careces”, dice el dicho. Y respecto a la fnp, nunca mejor dicho: Porque, no habiendo pasado nunca de un miserable diputado, nunca mejor dicho, no es fuerza; porque, habiendo servido exclusivamente a los peores intereses, no puede ser nacional; porque, enarbolando la bandera de la barbarie, no puede ser progresista.

Porque el de los vinchos no es un partido sino un clan. En el clan de los vinchos no hay siquiera la mínima democracia que hay en los partidos de verdad. En el clan de los vinchos no hay siquiera convenciones que terminan a sillazos ni en las que, según sus propias palabras, “el estado derrota” a ciertos candidatos. En el clan de los vinchos, el poder y su único curul de diputado se heredan como sucede en Corea del Norte o en Cuba.

El de los vinchos no es un partido sino una secta. La secta de los vinchos comulga cada día con ostias de tres pasitos y cálices de veneno de víbora, antes de eruptar sobre aquellos con los que les coge. En la secta de los vinchos se adora a la diablísima trinidad del odio, la calumnia y la avaricia. Sobre todo a la última.

Porque, aunque parezcan poseídos por el demonio del odio, cada uno de sus exabruptos es un movimiento racionalmente calculado, una táctica en la estrategia de incrementar esa fortuna de la que declaran lo que les da la gana, una táctica en la estrategia de incrementar su tajada de poder.

No debo decirle, señor presidente, que considerar a los vinchos sus aliados es un sinsentido total. Eso lo sabe usted de sobra. Como sabe seguramente que la alianza  de estos con su soterrado contrincante – el de usted – es meramente circunstancial, como sabe seguramente que el único interés que defienden los vinchos, en última instancia, es el de ellos mismos.

Es su derecho el de mantener a los vinchos en el poder. Es su derecho el de no aceptarles sus renuncias. Es su derecho el de considerar a vinchito como el único responsable de las ofensas que le dedica. Es su derecho el de hacerse de la vista gorda ante el silencio cómplice de su padre y de su hermano, también ministro de su gobierno.

Respeto su derecho, pero no lo comparto.

Porque al mantener a los vinchos a su lado, usted le hace un magro servicio a la nación. La  nación dominicana es una nación joven. La mayoría de los que la componen no tiene edad para conocer la tenebrosa naturaleza del patriarca de ese clan. Naturaleza que comparte con sus pichones. La mayoría de los dominicanos no saben, por ejemplo, quién, mandado por Trujillo, llenó la iglesia de La Vega de cueros ni quién fue el artífice del Madrugonazo.

Lo que sí saben los dominicanos es que los vinchos constituyen una especie suprapoder contra el cual ningún presidente puede. Lo que sí saben es que, a pesar de sus exabruptos y de su ineptitud como asesores éticos y antinarcóticos, los vinchos siguen en el poder, como si nada. Lo que sí saben es que uno de los líderes de su partido – el de usted – considera al patriarca como a su mentor y que usted mismo teme, según lo ha dicho, que corra la sangre si lo cancela.

Imagino que a usted también le alarma el patriotero sentimiento que embarga, lamentablemente, a una proporción importante de la población. Imagino que sabe que la misma ve en los vinchos los líderes naturales de su movimiento, los únicos capaces de “defender” la nación. Imagino que, como estratega, sabe que, por esta razón, no sería raro que la fnp crezca más allá de sus más locas esperanzas y se convierta en un partido “de verdad,” que en lugar de uno tenga diez o veinte o treinta diputados. Y tan pronto suceda esto, se deshará de su partido – el de usted – como de un calzoncillo cagado, con perdón. Entonces, su prudencia no habrá servido de nada.

Es curioso que, mientras le daba vueltas a este artículo en mi cabeza, el líder mínimo calificara a uno de sus funcionarios, a uno de los colegas de su hermano  y su padre como “garrapata”. Me resulta evidente que no solo el ladrón juzga por su condición, sino también los piojos, las ladillas, las pulgas, los chinches y, naturalmente, las garrapatas. Y que me perdonen todas esas alimañas, relativamente benignas, que chupan sangre solo para subsistir, por la comparación.

La pobre res pública languidece mientras se la chupan las garrapatas, las de verdad. No tema que su popularidad decaerá si las arranca y las maja entre dos piedras hasta que devuelvan toda la sangre que se han chupado. Al contrario, su popularidad no solo no disminuirá, sino que subirá aún más. Nadie protestará si las arranca, salvo las garrapatas, naturalmente.

Sacuda a la res pública. Sacuda a su gobierno. Sacúdase, presidente.

Sinceramente,

Pablo Gómez Borbón

(Nota: el abuso de las minúsculas es a posta).