El martes pasado tuvo lugar, con los auspicios del BID y la Asociación de Industrias, una interesante jornada de discusión sobre cómo repensar el desarrollo productivo del país. El momento es oportuno ya que hay en el Gobierno buen ánimo para abordar el tema de los obstáculos que han dificultado el crecimiento de los sectores transables y redefinir políticas.

Pongámoslo de la siguiente manera: después del Consenso de Washington la República Dominicana no ha creado ningún sector productivo nuevo, señal de que ya es tiempo de revisar el modelo aplicado. Gran parte del crecimiento del PIB posterior se basó en bancas de apuestas, bienes raíces, dealers de autos, plazas comerciales y boutiques de celulares y con esas cosas ningún país va a ningún lado.

Es más, desde la mitad del pasado siglo hasta el inicio del actual la República Dominicana construyó tres nuevos sectores productivos y desmanteló tres (en lenguaje figurado): construyó la industria nacional, las zonas francas y el turismo; y desarticuló la agricultura (las ramas tradicionales de exportación y algunos otros renglones), las zonas francas nuevamente y parte de la industria ligera nacional (textil, muebles y calzado). Las condiciones internacionales han jugado un papel trascendente tanto en los avances como en los retrocesos, pero las políticas internas son más importantes.

La industria nacional comenzó creciendo a mitad del siglo veinte y se desarrolló hasta inicios de los ochentas, habiendo alcanzado su cumbre en los años setenta; las zonas francas se desarrollaron bastante entre mediados del decenio de 1980 y finales del de 1990, y el turismo creció aceleradamente en el decenio de 1980, alcanzó su máximo esplendor en el de 1990, aunque no ha dejado de crecer.

De los tres sectores dinámicos que el país logró desarrollar en ese tiempo, en los últimos dos decenios gran parte de la industria nacional ha seguido una incesante lucha para sobrevivir; las zonas francas entraron en decadencia y el turismo siguió creciendo, pero a un ritmo relativamente modesto.

El azúcar y el café literalmente desaparecieron como renglones importantes de la estructura económica, mientras el cacao y el tabaco encontraron formas de transformarse y recuperarse.  En el caso de la agricultura, casi todo el apoyo estatal y el crecimiento se concentró primero en dos grandes renglones de consumo interno: arroz y avicultura, y en tiempos recientes vegetales de invernaderos y ciertos frutales. Pero ninguna rama nueva ha alcanzado la trascendencia en términos de empleos, divisas, aporte fiscal e impacto social que tenían el azúcar y el café.

Siempre he criticado la marcada tendencia dominicana de construir nuevos sectores productivos destruyendo los anteriores. Cuando se comienzan a ver oportunidades de desarrollo en un nuevo sector, entonces se reorientan las inversiones y se abandonan las políticas o se aplica un sesgo adverso frente al que antiguamente venía creciendo.

La industrialización se hizo con un pronunciado sesgo antiagrícola y comenzaron a importarse grandes volúmenes de alimentos y materias primas que habitualmente eran producidos en el país y a perder impulso los renglones de exportación. Lo mismo ocurrió después al concentrarnos en el turismo y las zonas francas y posteriormente la misma dosis se aplicó cuando se comenzó a hablar de mentefactura, sin estar preparados para ello.

Se recuerda que la República Dominicana inició en serio su esfuerzo por desarrollar el turismo en el año 1969 y pasaron casi veinte años para conseguir el primer millón de turistas, en 1988. Ahora le tomó nueve años atraer el siguiente millón en 1997, y en tres años más estuvo a punto de llegar al tercero, en el 2000 cuando alcanzó los 2.98 millones. Al ritmo que crecía en esos momentos, parecía que el número de visitantes se duplicaría cada seis  o siete años.

Pero entonces vinieron los problemas y hubo que esperar diez años más, hasta el 2010, para alcanzar el cuarto millón de visitantes, con el agravante de que para ese tiempo ya se habían perdido los visitantes de larga estadía y se estaban recibiendo visitas más cercanas y de menor tiempo: por eso, entre el 2000 y el 2012, aunque el número de visitantes aumentó en 53%, al medirlo en términos de noches/turista o pernoctaciones, que es como suele medirse el sector en otros países, apenas aumentó en 37%. Algunos hoteles tuvieron que ser convertidos en edificios de apartamentos.

Con las zonas francas ocurrió peor, sector que entre 2004 y 2009 vio disminuir su actividad en un 30%. La parte de industria textil registró una caída de un 55% en su PIB. El empleo total en todas las ramas de zonas francas disminuyó de 200 mil en el año 2000 a 114,600 en el 2009, aunque en los años subsiguientes mejoró algo, pero más que por nuevas inversiones porque se pasaron al régimen de zonas francas empresas que de antemano existían.

Y en general, el país ha venido asistiendo a un gradual proceso de desindustrialización. Evidentemente que hay que reinventar las políticas. Sin embargo, me preocupa la pobre capacidad de inventiva del país en este aspecto, pues cada vez que se habla de incentivos solo se piensa en exenciones de impuestos, y esa no puede ser la vía, porque constituye un ejercicio autodestructivo si el país socaba la precaria capacidad del fisco para financiar justamente los insumos públicos que se necesitan para el desarrollo.