Pocas veces en la historia la comunicación social había recibido tanto impacto en tan poco tiempo. A la vez que se desarrolla una revolución tecnológica que arrincona a los medios tradicionales de comunicación, se produce una pandemia que empuja fuertemente hacia una comunicación virtual y que produce un mayor impacto sobre los medios de comunicación como lo habíamos conocido hasta la llegada del siglo XXI.
Los nuevos modelos de comunicación, principalmente las redes sociales, desde temprano y entrado el nuevo siglo, representaron un cambio sustancial en las grandes corporaciones periodísticas. Facebook, Google, Instagram, Youtube y muchas otras versiones de redes sociales canibalizaron la comunicación tradicional y vertical, y al mismo tiempo que horizontalizaron la comunicación, dando la palabra a los ciudadanos individuales, hicieron sucumbir un esquema que llevaba más de un siglo de vigencia, basado en la publicidad y la suscripción como fuentes de ingresos de las empresas informativas y periodísticas.
Las redes sociales en contenido son directas, pero al mismo tiempo superficiales. Facilitan la integración de millones de personas, pero también inducen a los participantes a tomar posiciones sin analizar detenidamente y con profundidad la naturaleza de los temas públicos o privados. Caímos en un modelo altamente contaminado, sin la necesaria curaduría de sus contenidos, en donde hay tantas versiones como opiniones sobre los acontecimientos. Solo hay que imaginar que la marginación del periodismo precisamente lo que produce es una explosión de versiones, y poco a poco las personas, las organizaciones y las sociedades van cayendo en un reino de la superficialidad, de la diatriba, del odio y de la manipulación.
Anotamos que las redes sociales como empresas no producen contenidos. Son un recipiente que recoge todo lo que le coloquen. Los medios o empresas periodísticas tienen una identidad, producen contenidos, desarrollan una línea editorial y procuran adquirir una credibilidad con la que generalmente sustentan la relación con el público que se suscribe y que recibe sus versiones de los hechos. Es obvio: La distancia entre una y otra propuesta es enorme, pero la rapidez con que las personas quieren recibir la información y marcharse a realizar otras tareas es muy degradante. ¿Quiere esto decir que el público rechaza las investigaciones periodísticas? No. Siempre hay públicos para cada medio y para cada contenido y hasta para publicaciones especializadas en política, economía, deportes, farándula, y tantas opciones como deportes, actividades profesionales y gustos haya.
Cuando hablamos de periodismo nos referimos a una actividad profesional que implica una compilación de hechos noticiosos, informaciones, opiniones y una jerarquización. Este último concepto se refiere al lugar en que ubicamos cada noticia. Lo que va en portada y lo que va en las páginas interiores en el caso de un diario, o lo que va abriendo el noticiero en el caso de la televisión o la radio, o lo que se convierte en tema del panel radiofónico del día. En los medios tradicionales se trabaja de ese modo. Con una confirmación de las noticias, añadida la búsqueda de reacciones y ampliación con detalles relacionados y antecedentes. Nada de eso ocurre en las redes sociales, donde un asunto acribilla al otro y las opiniones personales se confunden con las noticias como hechos factuales.
En el ámbito empresarial y periodístico, con la sustentabilidad de esas empresas nos enfrentamos al gran dilema de hoy día para la prensa, la televisión y la radio. La prensa impresa por encima de las demás. La industria de prensa escrita en papel ha tenido que migrar hacia el internet y buscar nuevas opciones de monetización. Los grandes diarios han buscado un modelo de monetización por suscripción, pese a que han perdido millones de lectores. No todos los ciudadanos quieren suscribirse a un diario por Internet y pagar para recibir lo que aparentemente reciben gratuitamente por muchas ofertas de otros diarios, o reciben por transmisiones directas a través de Twitter, Facebook o transmisiones streaming.
El periodismo ha ido achicando su influencia. Pese a ello es necesario y seguirá siendo necesario. Nadie sustituye el trabajo periodístico, ni las investigaciones, ni la experiencia buscando y escarbando datos que muchos poderosos quieren mantener ocultos. Por tanto, hablamos de un asunto relacionado con la calidad de la democracia. Si queremos una democracia de calidad, en cualquier país, habría que contar con medios de comunicación y periodistas en condiciones de informar con calidad y profundidad, aparte de la independencia que reclama el trabajo profesional.
Aunque pocos se atreven a admitirlo, el riesgo democrático es muy alto respecto a este asunto de la sustentabilidad de las empresas periodísticas tradicionales. Diarios como Washington Post, Wall Street Journal, The New York Times, The Boston Globe, The Guardian, El País, entre otras grandes empresas emblemáticas han encontrado modelos de sustentabilidad que hasta el momento mantienen en prueba. Nadie tiene la última palabra. Sin embargo, cientos de empresas periodísticas locales, regionales, nacionales, en todos los países han ido cerrando sus puertas. Miles de periodistas han perdido sus empleos. Las agencias noticiosas han achicado increíblemente su actividad. La industria se ha transformado, y lo ha hecho empequeñeciendo su trabajo, reduciendo la cantidad de personas que laboran en ella, abandonado espacios para dejarlos en manos de las redes sociales. Y el gran negocio publicitario ya lo manejan las redes sociales. Facebook y Google son los grandes receptores de miles de millones de dólares que antes pasaban por las páginas de los diarios y los canales de televisión.
En líneas gruesas estas son las grandes cuestiones del periodismo hoy día. Lo que viene en los próximos años es una incertidumbre. Si el periodismo queda en manos de las redes sociales la democracia corre riesgo de quedar atrapada y reducirse.
El trabajo del periodista es muy importante para que haya competencia y equilibrio a la vez en el manejo de las informaciones, y para que la información sea un elemento importante a tomar en cuenta en el rejuego del poder.
El periodista es apenas una pieza, poco relevante, en este nuevo esquema comunicacional. Todo ciudadano se siente con poder para transmitir información, y para cuestionar y ser parte de la telaraña mundial. Una telaraña que aparentemente nadie controla, pero en la que los países y emisores pequeños se invisibilizan, mientras los decisores asumen los rostros de los individuos más poderosos: Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Bill Gates, Jack Dorsey, Larry Page, Sergey Brin, Eric Schmidt, Tim Cook, y Elon Musk, entre otros.
No es pequeño el desafío que tenemos por delante. El 5 de abril, Día Nacional del Periodista en la República Dominicana, es necesario recordarlo.