Diferentes continentes y países, entre ellos la República Dominicana, agilizan los aprestos para la organización y el desarrollo del año escolar de 2020-2021. Este proceso indica que desean tener en cuenta todo lo previsible para garantizar una experiencia educativa con resultados de aprendizaje exitosos; además, para que cualquier rebrote de la pandemia en las instituciones educativas no se acentúe por el descuido sanitario y la dispersión institucional. Este es uno de los valores que más énfasis ha tenido en la época de la COVID-19: acción anticipada, previsión.

En la educación preuniversitaria y en la educación superior, la cultura de la anticipación no es algo que sobra. Al contrario, ha de fortalecerse para afrontar los problemas con mayor espacio y tiempo en orden a una mayor efectividad. Se observa con frecuencia que la atención se centra en los estudiantes; ellos constituyen el foco de atención. Esto es lógico y esperable por formar parte de lo que ordinariamente se ha hecho.  Pensamos, sin embargo, que, en la nueva normalidad, el énfasis ha de ser compartido con la atención del docente como persona y a su formación   como docente. En diversos sectores de la sociedad continúa la preocupación por la consistencia personal y profesional de los docentes, tanto del ámbito preuniversitario como el de la educación superior.

En este contexto, se confirma que el reconocimiento social y educativo de los docentes cada vez se presenta más socavado; y son objeto de análisis y de epítetos denigrantes. Para ponerle punto final al desprestigio que afecta a la mayoría, o al menos reducirlo, es necesario que a la persona y a la formación de los educadores se les confiera otro carácter. Estos dos aspectos no pueden ser pensados después o cuando se pueda. Han de estar en la mesa de la organización y de la previsión, si se quiere de verdad que en las aulas y fuera de ella se produzcan aprendizajes con significado. Es impostergable pensar en el desarrollo humano de los docentes; habilitarlos para que dejen de ser marionetas de políticos, de instituciones; y de funcionarios públicos y privados. Es necesario que sean ellos mismos y no ecos de otros con intereses distantes de la educación. En esta misma dirección, es improrrogable el rediseño de la formación de los docentes para que responda a las necesidades que esta nueva realidad demanda.

En este rediseño han de priorizarse componentes que apuntalen su personalidad y su pensamiento. Unido a estos dos aspectos, se ha de potenciar el desarrollo intelectual de los docentes. Es tiempo de que superen el arte de la reproducción y de la dependencia de la fotocopia. Tienen inteligencia y capacidad para producir e innovar, pero necesitan una formación teórico-práctica actualizada y en conexión estrecha con las necesidades actuales de la sociedad y de la educación, por encontrarse en tiempos de transformaciones sustantivas.  La formación de calidad para la educación virtual, para el teletrabajo; y para la construcción de lógicas y relaciones distintas para funcionar en el aula es un imperativo para el docente hoy. De igual manera, los docentes han de apropiarse del nuevo diseño que la COVID-19 le ha dibujado para relacionarse con los estudiantes  y con sus pares.

El centro educativo y la universidad se han convertido en actores con tareas y desafíos nuevos que han de entender y asumir sin hablar mucho, pero sí haciendo. Esta situación también le exige más creatividad y una comprensión situada del nuevo rol que estos tiempos les asignan a los educadores. Este rol se vincula directamente con un educador que piensa y acciona desde la cultura de la anticipación para aportar significativamente a los procesos de transformación requeridos; y desarrollar su capacidad intelectual y proactiva en la educación y en la sociedad. El rediseño de la formación docente requiere un examen de la inversión que realmente se hace en la formación y el acompañamiento de los docentes. Esta revisión ha de hacerse, también, respecto de la autoinversión que los docentes han de hacer para apoyar su propia formación. Apremia que los educadores asuman, con una conciencia más clara y mayor responsabilidad, su propio desarrollo humano y formativo.

Cualquier rediseño de la formación docente ha de pasar por una acción-reflexión-acción compartida entre las instituciones formadoras de educadores. Estas entidades han de superar la fragmentación y las salidas individuales,  para compartir sabiduría académica, experiencias cotidianas innovadoras y retos que trascienden los tiempos que vivimos. Unámonos en la construcción del rediseño de la formación docente y en su aplicación, para que la República Dominicana y la región avancen hacia un desarrollo socioeducativo y económico más integral, al contar con un personal que es clave con un desarrollo humano y académico más sólido y efectivo.