El surgimiento de la COVID-19 en Wuhan, ciudad de la provincia de Hubei, China, y su desarrollo progresivo, han marcado un antes y un después en la convivencia humana y en el desarrollo de la economía mundial. Observamos con la celeridad que, en cientos de países del mundo, han cambiado formas habituales de pensar y de hacer; asimismo, advertimos una sensibilidad más acentuada ante fenómenos vinculados a la vida cotidiana y a la gestión de las consecuencias de la enfermedad. No es posible, por tanto, pretender ignorar estos cambios y continuar funcionando con las concepciones y los modelos anteriores. Este cambio se impone a la fuerza, sin darnos mucho tiempo para reaccionar. La situación creada por el virus nos exige también agilizar el paso e introducir modificaciones en nuestra mentalidad. La velocidad con la que se difunde el virus y los estragos que produce desarman la lentitud e interpelan la indecisión de gobiernos y de instituciones. En esta circunstancia, el COVID-19 nos impele a introducir formas distintas de actuar y de relacionarnos. Es necesario ponerle atención a las modificaciones que la pandemia está produciendo en la cultura personal y social. De igual modo, interesa identificar las innovaciones que está demandando en la concepción y en el ejercicio de la política y de la economía. Estamos a la puerta de una reconceptualización de los sistemas sociales y políticos del mundo. Las personas y las instituciones no podemos funcionar al margen de los cambios que se generan en los tiempos actuales; mucho menos, los gobiernos de las naciones que experimentan dichos cambios. No es infundado hablar del surgimiento de una época nueva a la que no sólo debemos adaptarnos; nos toca aportar para su afirmación y desarrollo.
Esta época nueva en la que estamos entrando, desde nuestro modo de ver la realidad, ha de focalizar tres prioridades. De no tenerlas en cuenta, viviremos con un desfase profundo, que tendrá repercusiones significativas en el tejido social y en el desarrollo humano. Una de estas prioridades es la persona. Puede resultar un planteamiento paradójico. Incluso se podrá decir que siempre ha sido prioridad; y esto no es verdad. El virus está subrayando con fuerza sin igual que la persona ha de anteponerse a la economía, a la ciencia y a la política. La persona no puede ser un sujeto casual, ni un sujeto exprés. Ha de tener centralidad, si queremos que la humanización no se sustituya por la robotización. Atención, no me opongo a ningún avance científico, jamás. Pero sí me opondré a que la persona ocupe otro lugar diferente al primero. En este aspecto hemos de estar vigilantes. Ya tenemos gobiernos que prefieren exponer las personas al virus, antes que reorientar la economía, como el caso de Brasil, Suecia, Holanda, etc. La persona, su dignidad y sus derechos han de constituir la prioridad por encima de todo. En esta época hemos de redoblar los esfuerzos y la atención para que, unido a esto, se fortalezca la corresponsabilidad social y política de las personas. Una segunda prioridad es una economía humana y solidaria. Los criterios y regulaciones económicas han de distanciarse de la avaricia y del agiotismo. Es un imperativo el desarrollo de una economía que piense en las necesidades y problemas de las personas. Es injusto asumir una lógica económica que destruye los cimientos de una sociedad humanizante y con equidad. La economía y las ciencias han de potenciarse, pero para ponerse al servicio de las personas; no para servirse de ellas. En esta nueva época, lo que procede es neutralizar a los que pretenden postergar a las personas para robustecer el poder económico y político en la sociedad y en el mundo.
Una tercera prioridad es la educación. Hoy, más que nunca, la educación se vuelve imprescindible. El COVID-19 ha dejado al descubierto el aporte de la educación de las personas para la prevención y la gestión de la pandemia que nos azota. Es necesario revisar la importancia que tiene la educación en la sociedad dominicana. Los esfuerzos que se han realizado se deben preservar, pero urge una revisión de la forma en que se gestiona el sistema educativo dominicano. De la misma manera, es necesario fortalecer la transparencia con respecto a la calidad de la educación que necesitamos y queremos. El virus ha develado los vacíos profundos que tiene un alto porcentaje de dominicanos en lo educativo. Es importante abrirnos a una época nueva capaz de desterrar la demagogia educativa y la dispersión de fuerzas. Educación más que nunca, pero educación creíble y formadora de personas capaces de resolver, por lo menos, los problemas de la vida cotidiana. Estemos atentos a los desafíos y prioridades ineludibles de esta época nueva.