El 15 de marzo de 2020, los dominicanos decidimos olvidar momentáneamente la frustración generada por la suspensión de las elecciones municipales del 16 de febrero del año en curso. Fue un olvido provisional, porque a ninguna instancia electoral y gubernamental se le ha de perdonar sin consecuencias un hecho tan negativo para el desarrollo integral de la República Dominicana y, de modo particular, para la consolidación del sistema democrático local, regional y global. Ha sido una pausa para obtener impulso y continuar, después del 15 de marzo, solicitando transparencia y cero impunidad ante delitos electorales que carcomen los cimientos de la institucionalidad del país. Con esta intencionalidad y con este ánimo, una mayoría significativa decidió presentarse a los colegios electorales con orden y sentimientos pacíficos. Este modo de proceder contribuyó al fortalecimiento de una participación ciudadana consciente y corresponsable. En este clima subyace la decisión, casi unánime, de no aceptar una burla electoral más a los ciudadanos, a la sociedad; no se asume ninguna acción que redireccione a la involución y a la infecundidad democrática. La posición invariable es más y mejor democracia en las instituciones y en la sociedad en general. La firmeza de esta postura es una señal de alerta para los que apuestan por una democracia agonizante y cada vez más escasa. Es, también, un toque de atención para los que resulten electos en las elecciones del 15 de marzo.

Plantearnos la necesidad de una democracia vigorosa que requiere cambios estructurales en la organización social y política de la República Dominicana. Estas transformaciones no pueden esperar; demandan pasos acelerados para que nuestra nación no se quede tan al margen de los avances que se están produciendo en el mundo. Este país cuenta con talentos humanos y con riqueza natural que les permiten estar en una posición geopolítica más inteligente y avanzada. La vigorosidad de la democracia dominicana es tarea de todos; por lo cual se precisa de acciones y procesos concretos en los distintos sectores de la vida nacional. Es necesario que se evidencien indicadores de una democracia que se  construye con el involucramiento de todos. Los ciudadanos y los sectores sociales han de implicarse para que la democracia vertebre en la cotidianidad la vida de las personas y de los espacios institucionales. Una democracia fuerte supone, a su vez, una ciudadanía educada en la democracia y para la democracia; de igual modo, instituciones organizadas para que sus integrantes intervengan de forma activa y consciente en el desarrollo de los planes y de los procesos sociales. Esta vigorosidad será creíble si se avanza hacia una ciudadanía informada que se va constituyendo en un actor social; que asume y vigila los principios y valores que han de sostener y de darle direccionalidad a la sociedad.

Decidirse por una democracia vigorosa requiere, asimismo, que el Estado dominicano y el sistema educativo dominicano asuman sus respectivos roles. Es imposible avanzar hacia una democracia con estas características, si estas dos entidades antes que trabajar en esa dirección se distraen y entretienen a la sociedad con decisiones precarias, que ralentizan o paralizan los procesos de construcción de la democracia y de su ejercicio en los diferentes ámbitos educacionales y sociales. En este contexto, las instituciones de Educación Superior han de revisar qué calidad tiene la democracia que están promoviendo en su seno.  Asimismo, han de evaluar esta calidad con el mismo rigor que le aplican a la evaluación de los aprendizajes y del desempeño de docentes y gestores. Habrá aprendizajes más significativos e influyentes si se generan en ambientes marcados por una democracia participativa e inclusiva. Es necesario que las instituciones de Educación Superior revisen, además, qué pedagogía están propiciando para que la democracia permee la construcción de conocimiento y la investigación científica. Estos ámbitos están necesitados de menos verticalidad y de menos secuestro del saber científico. Deben agilizar el paso para aplicar una pedagogía crítica que proponga alternativas nuevas para hacer posible la democracia en las aulas y en la sociedad a nivel general.

Fuimos a votar por una democracia vigorosa. Esta decisión ha de hacerse realidad con la implicación compartida entre los gobernantes y los ciudadanos.