De acuerdo a las últimas afirmaciones del Gobernador del Banco Central la economía va por el camino correcto; se podría decir que, si así lo permiten los dioses protegiéndonos de una segunda oleada de Covid-19, veremos una recuperación para 2021.

Sin embargo, no se está tan seguro de que la educación ande por el mismo camino; parece más bien estar en una encrucijada donde reina el desconocimiento. Si bien está claro que los niños y niñas de sectores acomodados están desde hace semanas pegados a sus pantallas, en los barrios marginados la desinformación sobre lo que pasará el 2 de noviembre es la norma.

Entre lo que se oye de parte y otra:

Un niño: “No podemos empezar el dos, no nos dieron todavía las tabletas que van a dar”.

Un director de escuela: “Las maestras nuestras recibieron todas unas computadoras; estamos en un proceso de licitación internacional para las tablets, hay que esperar”.

Una madre: “No tenemos comida. No tenemos televisor”.

Otra: “En mi pieza no puedo sentar tres niños para estudiar” o, “se me quemó una vez la casa con mi hijo adentro; mi madre, que atendía los muchachos, se murió del Covid. ¿Cómo voy a dejar tres niños trancados en mi casa cuando voy a trabajar?”.

El periódico: “los alumnos usarán cuadernillos”.

Este runrún es lo que circula, lo que preocupa, lo que desespera.

Las ONGs que trabajan en el sector educativo no saben cómo tomar la sartén por el mango. No tienen interlocutores y no saben a qué santo encomendarse para retomar un trabajo efectivo con grupos de niños y niñas en situación de vulnerabilidad.  Se dan cuenta que, a medida que pasa el tiempo, se pueden desvanecer los beneficios de esfuerzos tesoneros y cuantiosas inversiones realizadas durante años. Ya no hay dudas que en ciertos sectores habrá una generación de niños y niñas sacrificada.

Aparentemente, nadie tiene respuestas a las inquietudes planteadas por organizaciones que trabajan con la gente, en la base.  Ni el Minerd, ni el propio Conani, que tiene que reunir su consejo director -que no acaba de reunirse- para emitir un juicio sobre un tema evidente.

¿A quién parece importarle, en términos macro, que haya una niña más embarazada, otra desaparecida u otra menor encontrada muerta el viernes en La Zurza?  ¿Qué importa que haya niños y niñas trabajando en el Mercado de la Duarte, descargando camiones o vendiendo sus cuerpos a cambio de comida? La escuela y las ONG no son solo espacios de aprendizaje, son además espacios seguros para miles de niños y niñas.

Frente a esta situación, paulatinamente, algunas ONGs que trabajan con la niñez desprotegida están reiniciando actividades. En Cristo Rey, desde el mes de agosto, Nichibosco de la red Muchachos y Muchachas con Don Bosco recibe en alternancia pequeños grupos de niños y niñas en condiciones de vulnerabilidad extrema.

La Fundación La Merced inició, con Save the Children Dominicana, actividades al aire libre en las cuales participaron adolescentes; el viernes pasado, fueron los adolescentes de la Fundación Abriendo Camino los que compartieron las actividades de este programa.

En ese mismo orden, la Fundación La Merced reabrirá en noviembre sus aulas de alfabetización y nivelación de manera presencial con distanciamiento social.

Son varias las organizaciones que entienden que se debe hacer lo más que se pueda en el contexto actual para no dejar a ningún niño atrás.

Desde la Fundación Abriendo Camino se han reiniciado presencialmente las actividades del Club de Adolescentes y se realizó un encuentro con madres de Villas Agrícolas en situación de gran vulnerabilidad a fin de que estas pudieran expresar sus problemas y angustias en tiempo de pandemia.

Como bien lo dice un conocido programa del gobierno, “comer es primero” y de eso se trata. Hay familias que tienen su capacidad de discernir turbada por la lucha por la sobrevivencia, que va antes del acomodamiento de sus hijos e hijas frente a un televisor o una tablet para estudiar.

De estos intercambios me surgió otra perplejidad: ¿Cómo aliviar la carga emocional de este grupo de madres que viven en piezas del tamaño de una caja de fósforos, con niños, niñas y adolescentes en número creciente que no aguantan las condiciones de vida, el hambre, las tensiones, la violencia y cogen la calle a buscársela deambulando de casa en casa en todo el barrio, callejones, mercados y tiendas en condición de pedigüeños?