La corrupción devela de manera sostenida el lado oscuro y dañino de una lacra que nos está sumergiendo en la descomposición social. Cada día pesa más vivir en una sociedad sin resaca moral, huérfana de educación y de guías, que busca su rumbo y se descarrila, por ignorancia y falta de horizonte, hacia peligrosos extremos como el nacionalismo exacerbado, los dogmatismos religiosos y la violencia como único modo de resolver los conflictos.
Desgraciadamente, la falta de liderazgo moral y político nos viene de las cúpulas del poder. Da desesperanza que este deterioro sea el fruto del gobierno de un partido creado por el profesor Juan Bosch que generó tantas expectativas y cuyos preceptos son pisoteados y amañados a diario por sus alumnos y compañeros de ruta. En su ejercicio del poder, la mayoría de éstos resultó ser, en los hechos, esa “pequeña burguesía trepadora” que don Juan condenaba y que solo se interesaba en servir sus intereses personales contrariando el lema de su partido y sus reiterados juramentos.
Como herencia, hoy en día nadie cree en nadie, ni en la justicia, ni en las instituciones, ni en los hombres. ¿Cómo respetar y tener fe en las ejecutorias de un presidente capaz de tirar, con toda su calma un discurso, en la Cumbre de Las Américas, sobre la lucha contra la corrupción en la República Dominicana, y en un Ministro de Relaciones Exteriores que frente a ese mismo foro se ha inventado que la lucha contra la pobreza implementada por el gobierno en los últimos seis años ha provocado un considerable descenso de la corrupción?
¿Quién podría no sonreír frente a estas afirmaciones pronunciadas bajo otros cielos sobre la justicia, la equidad y la transparencia con que debe manejarse un gobierno interesado en fortalecer el sistema democrático y en mejorar la calidad de vida de sus habitantes cuando, al mismo tiempo, se revelaban nuevos y graves actos de corrupción en instituciones públicas?
Nos sentimos huérfanos frente a la falta de moralidad y a la falta de consecuencias que blinda un sistema de corrupción edificado como método de gobierno. La OISOE, los Tres Brazos, el CEA, Odebrecht (con Joao y Punta Catalina incluidos), el escándalo de Aduanas, la OMSA son, lamentablemente, solo los casos más escandalosos.
El entramado mafioso de la corrupción se revela en todo su esplendor en el informe de la Cámara de Cuentas sobre la OMSA, con nombres y detalles precisos sobre procesos incumplidos, falsos proveedores y fallos de todos los controles, a pesar de las comisiones de ética, de transparencia, de veeduría y tantas otras instituciones instauradas para hacernos vivir del cuento.
Da escalofrío pensar cuántos expedientes de este tipo mantiene encubiertos todavía la Cámara de Cuentas, sobre todo cuando se constata que la honorable institución decidió dar a conocer el espinoso expediente justo cuando se debate en la opinión pública la regularidad o no de los aumentos de sueldos de sus integrantes.
Nadie duda ya que las redes de la corrupción tienen entramados insospechables y se extienden como una tela de araña sobre el país entero, opacando el sano juicio. Habría un modus operandi nacional que se ramifica de arriba hasta abajo para repartirse el pastel, lo que a su vez dificulta la construcción de una ciudadanía educada, consciente, con valores.
El mecanismo va desde lo grande hasta lo pequeño: por eso abarca también pequeños talleres y pequeños suplidores. Basta con que el hermano, el tío, el primo de tal o cual fulano esté conectado y pueda repartir algo para que participe en la fiesta. Sin entender el lazo directo entre sus acciones, la corrupción y el bajo nivel de desarrollo humano de la República Dominicana, promovido por los mismos que se jactan en los foros internacionales de equidad, transparencia, y democracia.
Me gustaría soñar que el dinero de la corrupción fuera dirigido, por un gobierno realmente comprometido con los intereses de las grandes mayorías, a evitar situaciones como las de los 15,648 infantes muertos en los 5 últimos años, a bajar los índices de muertes maternas, a crear un sistema de atención primaria, a mejorar los índices de lecto-escritura y matemáticas de los alumnos de nivel básico. Estoy convencida que si asumimos el principio de tolerancia cero contra la corrupción esta media isla podría ser el paraíso que se merece ser. Ahora bien, ¿existe hoy en día tal esperanza para el pueblo dominicano?