Un día como hoy, 21 de enero de 2019, el tema obligado para un dominicano es la festividad de Nuestra Señora de la Altagracia por ser la Protectora de este pueblo; pero me sale del alma abordar el tema de la vida, el cual, sin dudas, es de su interés. Los humanos en general amamos la vida, nos apasiona la vida, por lo cual no solo nos preocupamos por conservarla, sino hasta de prolongarla. Esto es así a pesar del índice de suicidio en el mundo y, especialmente, en países en el que este problema parece elemento constitutivo de su cultura, cono podemos apreciar en Japón. Asumimos que la vida cohabita con fenómenos anti vida; con problemas que la convierten en un tramo infeliz, que es lo mismo que decir infernal. Los factores que niegan la vida, que se roban el derecho de las personas a saborear el placer de vivir en paz y, sobre todo, con dignidad en cualquier fase evolutiva de su ser, son múltiples y cada vez más eficientes para socavar los cimientos y los desarrollos de una vida plena.

Estamos muy próximos a una etapa de la civilización en la que más que vida nos encontramos con la barbarie; una etapa de la historia en la que tendremos una vida prestada porque la propia nos la roban. Nos la roban los poderes autocráticos, los líderes del narcotráfico, los grupos terroristas; los partidos y líderes corruptos; la violencia sistémica de Estados fagocitadores de bienes, de servicios y hasta de sujetos, por lo que son estructuras que carecen de sentido humano. Asimismo, destruyen la vida de una sociedad y de personas, las instituciones corruptas que se organizan al margen de la ley aunque ellas mismas sean las que elaboran esas leyes o tienen el encargo de aplicarlas.

En este contexto, la vida resulta cada vez más difícil para las mujeres, los niños, los ancianos y los jóvenes. Estos últimos deberían contar con más espacio y oportunidades para vivir dignamente y, sobre todo, para desarrollar sus talentos sin tener que empujar a un mundo organizado para adultos. Esto nos indica que la vida es una preocupación más que un período de desarrollo, de compromiso y de disfrute.  Por todo esto nos hemos de ocupar de generar vida, de construir relaciones y ambientes que propicien el buen vivir marcado por valores incontestables y signados por un interés más común, más inclusivo. Para ello hemos de tener en cuenta muchos factores; pero entre todos hay uno que no puede faltar y que forma parte de la línea base de una vida integral y plenificante. Este factor es la educación y no cualquier educación. Consideramos que la recuperación de la vida puede facilitarse si este tema-problema se deja de tratar como caso aislado y se convierte en un componente curricular con marcado acento en la humanización personal y social.

En la República Dominicana el tema de la vida no puede ser extraño. Basta con repasar los hechos de La Romana, de Guerra, de Baní, de Los Mina, de Higüey y de Chacra en Santo Domingo. De igual manera, se ha de tener en cuenta el alto índice de mortalidad infantil y materna. Por todo esto y más, la vida ha de ser objeto de seguimiento cercano y ha de formar parte explícita de los procesos de formación y de aprendizaje que oferta el Sistema Educativo Dominicano. Lo que necesitamos es educación en la vida, desde la vida y para la vida. Cada una de estas expresiones tiene su especificidad y reclama políticas educativas e institucionales que se comprometan con el cuidado y el desarrollo de la vida de las personas y de las comunidades.

En estos momentos cabe preguntarse qué se está haciendo para que desde las propuestas académicas del ámbito preuniversitario y de las Instituciones de Educación Superior se tome en peso el valor de la vida y se trabaje en una dirección opuesta a lo que se observa en la sociedad dominicana. Reiteramos nuestro compromiso para que la educación nacional se acerque a la vida, para que aborde lo que afecta la existencia de los estudiantes, de los jóvenes y de las familias. Ha de ser un abordaje decidido a mover estructuras políticas interesadas en acciones educativas populistas no orientadas a una educación que cambie la cultura de exclusión por razones ideológicas, partidarias y de género. Corremos el riesgo de habituarnos a la negación de la vida; y esto no forma parte de principios y valores humanos y educativos. La vida de las personas, de la naturaleza y de los pueblos ha de ser lo primero. La educación ha de liberarse de su porte mercantilista para que asuma la vida como reto; y, especialmente, como tarea central en un mundo en el que la vida del ser humano ha sido cosificada. Impulsemos una educación que opte por la recuperación de la vida y de la dignidad de todos.