La celebración de la Navidad es una experiencia de alto significado para las personas y para los pueblos que, por sus sentimientos religiosos o por su identificación con prácticas culturales humanísticas, exaltan valores y sentimientos orientados a la felicidad, a la paz y a la unidad de las familias y de la sociedad. Hoy estamos a la puerta de otra celebración navideña. Si revisitamos el año 2018, encontraremos hechos y acontecimientos que limitarán nuestro entusiasmo; habrá otros, en territorio dominicano, que nos permitirán celebrar y hasta nos exigirán mayor compromiso, para sostenerlos y cualificarlos. Algunos de los hechos que acentúan el dolor y la indignación en la Navidad 2018 tienen que ver con la técnica del cuidado que le otorga la justicia a situaciones relacionadas con algunas empresas, con la Policía; y con líderes y personas vinculadas a determinados partidos políticos. A la justicia no le importa que las prácticas y los procedimientos tengan como resultado muerte, corrupción, violación a derechos humanos- como el caso Polyplás-, sentencias de muerte extrajudiciales por la Policía, feminicidio; y una deuda interna y externa imparables. Realmente, cuando tomamos en peso estos hechos, el aire y la luz de Navidad se tornan viscosos y difícilmente provocan una expresión festiva.

Unido a un tiempo navideño que consideramos gris, participamos de otros hechos que hacen creíble los valores y las actitudes que adornan una Navidad coherente con el Dios que nace y se revela como Buena Noticia para el mundo.  Estos hechos luminosos se relacionan con el fortalecimiento de la conciencia ciudadana; con el reconocimiento de derechos y responsabilidades ciudadanas; la existencia de instituciones como el Centro de Rehabilitación, Pro consumidor; organizaciones y personas que trabajan a favor del medio ambiente y la prevención de riesgos provocados por el cambio climático; algunos medios de comunicación que incentivan una prensa digital crítica y proactiva; así como algunas instituciones de Educación Superior, que siendo de naturaleza privada, tienen una vocación firme y comprometida con la educación pública y la inclusión. Estas acciones producen satisfacción, refuerzan la ilusión y el sentido de fiesta. Además, pueblan la imaginación y el pensamiento de ideas que liberan de experiencias tóxicas; animan con escenas y vivencias que invitan a reír, a soñar y a disfrutar la vida. Un disfrute que toma en consideración los derechos y las necesidades de los demás.

Al estar viviendo un tiempo de Navidad marcado por las dos situaciones descritas, hemos de admitir que estamos moviéndonos entre la incertidumbre y la esperanza. Son tiempos inestables y complejos. La inestabilidad nos reta a definir una hoja de ruta centrada en valores que potencien la integridad del ser humano y la madurez de la sociedad.

La incertidumbre nos desafía a salir de nosotros mismos y a movilizar la inteligencia y la voluntad para entrar en contacto con situaciones nuevas que requieren respuestas comprometidas y claras. Así, podremos cantar y celebrar una alegre Navidad. Prestarle atención a los desafíos que nos presenta la incertidumbre de estos tiempos, nos permitirá encontrar un nuevo equilibrio en los contextos en los que actuamos. Y este nuevo equilibrio ha de fortalecer nuestro compromiso con la celebración de una Navidad esperanzada; con una esperanza que aviva, que no nos deja absolutizar las acciones y nos enseña a abrirnos a lo nuevo y a lo incierto. ¡Feliz Navidad!