Joan Manuel Serrat tiene una canción, escrita en los años ochenta, que describe la forma en que la tierra cayó en manos de unos locos con carnet. Eso parece repetirse en la actualidad, y estamos ante la posibilidad de un desastre nuclear, aparte de los desastres naturales que nos agobian por todos lados. La estrofa de la canción de Serrat es esta:
Que el mar esta agonizando,
que no hay quien confíe en su hermano,
que la tierra cayó en manos
de unos locos con carnet.
Y es verdad. El mar está agonizando y en su agonía reclama atención especial. Los peligros del cambio climático son latentes. La mayor cantidad de países del mundo se puso de acuerdo en el 2015 y lanzaron los Acuerdos de París. Hay países que niegan esos peligros, como el ahora Estados Unidos encabezado por Donald Trump, que renunció a los acuerdos, pese a ser la nación que más contribuye con la contaminación a la atmósfera.
El lenguaje guerrerista no es la mejor actuación ante las provocaciones, y menos en un ambiente como el de las Naciones Unidas. Hay que lamentar el discurso del presidente de los Estados Unidos en la recién inaugurada Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York.
Frente a los presidentes de un gran número de países, el señor Trump amenazó con destruir a Corea del Norte. Lo dijo con estas palabras:
Estados Unidos tiene gran fuerza y paciencia, pero si se ve obligado a defenderse a sí mismo o a sus aliados, no tendremos más remedio que destruir totalmente a Corea del Norte. El “Rocket Man” está en una misión suicida para sí y para su régimen. Estados Unidos está listo, dispuesto y es capaz, pero espero que esto no sea necesario. De eso se tratan las Naciones Unidas; para eso están las Naciones Unidas. Veamos cómo lo hacen.
Destruir Corea del Norte será afectar directamente a Corea del Sur. Pero aún consiguiera Estados Unidos solamente destruir a Corea del Norte, estamos hablando que estarían borrando de la faz de la tierra a 25 millones de personas. Si el dictador de Corea del Norte, junto a todo su liderazgo, perdió el juicio, la respuesta no debe ser la destrucción de ese país. La responsabilidad del mundo democrático deberá ser buscar una fórmula que proteja a las personas que allí viven y que no son responsables de los desafueros de sus líderes.
Estados Unidos está gastando 700 mil millones de dólares en asuntos militares, anunció Donald Trump ante los presidentes que le escuchaban en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Eso, sin embargo, no le da potestad ni poder para tumbar o poner gobiernos. Tampoco le da potestad para imponer un estilo de gobernar o decidir quién vive y quien muere o quién gobierna o quién no en otros países.
Ni siquiera el hecho de ser el país que más aporta al sistema de las Naciones Unidas le da potestad para decidir por los demás. Los asuntos psicológicos de los líderes de Corea del Norte y de Corea del Sur, o de Japón, no tienen por qué autorizar a Estados Unidos a desplegar su fuerza ni desatar una guerra que borre a Corea del Norte. Estamos, como dice Serrat, con la tierra en manos de unos locos con Carnet.
Y para abordar un tema más cercano: Venezuela, hace falta que se utilice otro lenguaje con el gobierno represivo y abusivo de Nicolás Maduro, y no el tono de jefe matarife que puede borrar del mapa a quien desee, utilizado por el presidente Donald Trump. Ese discurso es de otros tiempos, no de ahora, del siglo XXI.
Esto fue parte de lo que dijo Trump sobre Venezuela:
La dictadura socialista de Nicolás Maduro ha infligido terrible dolor y sufrimiento a la buena gente de ese país. Este régimen corrupto destruyó una nación próspera al imponer una ideología fallida que ha producido pobreza y miseria en todas partes donde se ha intentado. Para empeorar las cosas, Maduro ha desafiado a su propio pueblo, robando el poder de sus representantes electos para preservar su desastroso régimen.
El pueblo venezolano está muriendo de hambre y su país está colapsando. Sus instituciones democráticas están siendo destruidas. Esta situación es completamente inaceptable y no podemos quedarnos mirando.
Debe ser otro el tono y también la acción con un régimen que ha ido en decadencia y que poco a poco va cercenando el sistema democrático que allí imperó. Pero no es Estados Unidos quien debe decidir el futuro de los venezolanos. Son los propios habitantes, con el apoyo de la comunidad internacional, quienes deben construir un futuro democrático. Ojalá que se pueda impulsar el diálogo que ha estimulado el gobierno dominicano. Pese a que estos discursos redicalizan a los sectores involucrados. Las sanciones económicas afectarán mucho más a la población venezolana. Ese no es el camino, como lo han dicho gobiernos amigos, como el de Colombia o el de Alemania.