El monopolio atenta contra la igualdad de condiciones, distorsiona el mercado, atrofia las potencialidades e impide el desarrollo de opciones que beneficien al conjunto de la sociedad. Eso es valedero para el monopolio en la economía, en la política, en la sociedad.

Evo Morales en Bolivia se ha convertido en un ejemplo de cómo la monopolización de la política troncha las posibilidades de una sociedad multiracial y multiétnica. Salido de las entrañas del pueblo ha querido perpetuarse en el poder, rompiendo sus propios planteamientos democráticos, incluyendo una constitución proclamada por el mismo gobernante, y echando por el suelo una consulta al soberano, vía un referendum, que rechazó la reelección del presidente. Lleva tres períodos de gobierno y ya comenzó los pasos para un cuarto período, impertérrito, como cualquier dictador de los años 70, impone su criterio y con los recursos del poder, se aferra al control del Estado. El monopolio del poder que destruye cualquier posibilidad democrática de un país que ha vivido reclamando por décadas democracia.

Es el mismo monopolio del poder que ejerce el presidente Nicolás Maduro en Venezuela, y que para conseguirlo tiene que repartir los recursos no renovable de ese país entre políticos voraces, militares corruptos, delincuentes internacionales que tienen como dios el dinero, y entregarlo a sus aliados en la región que le garantizan apoyo. Para garantizar su monopolio Maduro anuló la Asamblea Legislativa, reprimió a quienes salieron a protestar a las calles asesinando a más de 100 personas, y controló y sigue controlando los organismos electorales leales, que le ayudaron en la última elección presidencial, porque ni siquiera le fue posible alcanzar la legitimidad en el triunfo en las elecciones. Ya Maduro anunció que en las presidenciales del 2018 será candidato presidencial, y su vocero Jorge Rodríguez dijo que no habrá elecciones mientras haya sanciones por parte de Estados Unidos y la Unión Europea. Otro monopolio ilegítimo, enfermizo, irregular y abusivo del poder, para avasallar a un pueblo ansioso de liberarse de sus verdugos, y que como no puede, sale por las fronteras o como le sea posible, buscando otros horizontes donde se pueda respirar.

Juan Orlando Hernández, en Honduras, ha seguido el mismo camino y primero doblegó el pulso a la Corte Suprema de Justicia, que declaró la prohibición de la reelección nula, porque con ella se viola el derecho humano de elegir y ser elegido. Honduras llevaba 38 años con esa prohibición establecida en su Constitución. Lo que ha ocurrido en la elección presidencial de hace dos semanas es una tragedia para ese país. Juan Orlando Hernández, buscando perpetuarse en el poder ha destruido las instituciones, despojó de su credibilidad al sistema electoral, y rompiendo todos los parámetros de la decencia y la democracia, acaba de anunciarse su triunfo en unas elecciones absolutamente viciadas. La Organización de Estados Americanos y la Unión Europea, que observaron los comicios, han dicho que ese proceso fue viciado, que el conteo de los votos resultó altamente cuestionable. Como consecuencia de ese deseo desmedido de poder, Juan Orlando Hernández y los que le han acompañado en esta aventura, se encamina a destruir lo poco que era salvable de la democracia hondureña.

En Nicaragua hemos visto como el ex guerrillero se convirtió en dictador, imponiendo incluso a su propia esposa como vicepresidenta de ese país. De la forma más burda le torció el brazo al Congreso, a su propio partido el Frente Sandinista para la Liberación Nacional, y al Poder Judicial, y lo que fue la esperanza democrática en la tierra de Sandino se transformó en una pesadilla dirigida por un abusivo e inmoral monopolio del poder.

El monopolio de la política en nuestro país lo tiene el Partido de la Liberación Dominicana, que es el responsable de que este año 2017 no haya sido posible aprobar una ley de Partidos Políticos y que tampoco se haya podido reformar la ley electoral. Son vicios de la democracia que permiten a los aspirantes a perpetuarse en el poder a utilizar esas debilidades para conseguir e imponer sus propósitos. Muy lamentable. Ojalá que no lleguemos tan lejos, como ya han llegado los países que hemos mencionado más arriba.