Febrero es uno de los meses más simbólicos y sensibles de todos los que conforman el marco temporal del año en la República Dominicana. El carácter simbólico le viene dado por el significado que tiene para cada dominicano el acontecimiento de la Independencia Nacional. A muchos dominicanos nos llena de orgullo y de esperanza repasar la historia y confirmar el heroísmo y el sacrificio de Juan Pablo Duarte, de Francisco del Rosario Sánchez y de Matías Ramón Mella apoyados por cientos de hombres y mujeres comprometidos con la empresa de liberarnos de potencias externas.

El simbolismo de este mes descansa, también, en la articulación de fuerzas que mostraron los hombres y las mujeres que creyeron en el Proyecto de la Independencia Nacional. A su vez, la sensibilidad de este mes se evidencia en los sentimientos y en las emociones que despierta un hecho histórico con horizonte libertario y humanizante auténtico, que se encuentra hoy con personajes, con políticas y comportamientos distantes de la Patria soñada. La sensibilidad adquiere relieve, además, por ser un mes con mucho ruido; y, por tanto, con poco sentido y valoración práctica de la Independencia Nacional. Esta actitud es visible en gobernantes, en políticos y en ciudadanos; expresión de una sociedad con rezago profundo en el campo de la información y de la educación en perspectiva histórica.

Esta realidad nos permite afirmar que estamos en el mes de la Patria rota. Sí, la Patria al mirarse a sí misma se descubre cuarteada, con pedazos cada vez más difíciles de recomponer; pedazos afectados por la corrupción y la impunidad institucionalizada con los rasgos propios de una cultura gestada y expandida por los poderes que nos representan-poder legislativo, poder judicial y poder ejecutivo-; y de los ciudadanos que se suman a esta cultura por ingenuidad, por presión o por la precariedad de su formación. Son pedazos afectados, también, por un tejido familiar que diariamente se tiñe de sangre, de violencia doméstica y de empobrecimiento creciente. El tejido familiar está quebrado por la falta de apoyo y de acompañamiento a una institución sumergida vertiginosamente en una crisis estructural; y sobre la cual solo escuchamos lamentos, promesas y anuncios publicitarios. Pero esto no basta, pues también se destejen los lazos fundamentales de las familias; y esto impacta fuertemente a la sociedad en general.

Es una Patria que palpa los pedazos que van quedando de una juventud que no encuentra oportunidades para crecer ni para desarrollarse, ni para convertirse en un actor productivo, ya que el índice de desempleo supera el 30%. Nos encontramos con los jóvenes-problemas, al carecer de medios y de espacios para un trabajo decente y sostenible. Son pedazos que provocan tristeza y pavor, al poner en evidencia que estamos en un contexto de derechos recortados. Los jóvenes son el presente y el futuro de la sociedad dominicana; pero las condiciones en que se encuentra un alto porcentaje de ellos nos hace pensar que ambos tiempos corren altos riesgos. No debemos contemplar el mes de la Patria rota. ¡Tenemos que actuar con más energía y mayor cohesión!

A pesar de las evidencias de las cicatrices de la Patria rota, tenemos la certeza de que hay movimientos, instituciones y personas que trabajan, desde una convicción intensa, por una Patria integral, en la que no se apueste a la muerte cotidiana de la mayoría; en la que se posibilite una educación que ayude a comprender y aplicar las lecciones y experiencias que nos ha legado el trabajo realizado en pro de la Independencia Nacional. Por esto, todos los meses han de ser meses de la Patria con un cuidado corresponsable y un conocimiento fundamentado desde lo histórico, lo político y lo social. Las instituciones de educación preuniversitaria, de educación superior y las familias, junto con los demás sectores de la sociedad, han de sentirse desafiadas a recomponer y a superar la Patria rota.