En este momento de elecciones y de desenfreno en las opiniones en los medios que facilitamos que los lectores participen, reiteramos nuestro editorial del 16 de enero del 2016:
La irrupción de las redes sociales ha permitido la presencia colectiva en estos nuevos medios de comunicación y en la Internet. Gente que nunca pensó que sus opiniones y conceptos podrían ser publicados, visto por otros y respondidos, ha asumido presencia y protagonismo, y comparte en una comunidad informativa mundial y local con funcionarios, intelectuales, gestores de medios, directores de medios, artistas y un público bastante satisfecho e interesado en disfrutar de los extremos.
En las redes, en las opiniones que se registran al pie de las informaciones divulgadas por medios más formales de comunicación, hay una inmensidad de personas tratando de ser vista, leída, escuchada, lo cual parece que le satisface en proporción exagerada. Y para conseguir visibilidad comete los más atrevidos y delirantes atropellos contra quien encuentra a su paso.
Así como las redes sociales facilitan la comunicación, fortalecen la libertad de expresión y abren las puertas a la infinita vastedad del ciberespacio, también genera una inmensa cantidad de basura, producida sin conciencia, por ambición de notabilidad, o incluso pagada por redes que se dedican a lesionar la honorabilidad, trayectoria y decencia de profesionales en las más diversas ramas.
Existen experiencias conocidas y estudiadas de grupos que se han creado en redes sociales y en medios creados de forma temporal y oportunista para denigrar, por ejemplo, periodistas que realizan trabajo de investigación y se convierten en incisivos críticos del gobierno. Los ha habido en Perú, en Argentina, en Nicaragua, en Panamá, y en la República Dominicana.
Se trata de los ya famosos interactivos, que intentan violentar las reglas del juego establecidas para el uso de estos nuevos recursos tecnológicos. Por ejemplo, si algún medio lanza alguna encuesta por redes sociales, algunos de estos grupos tratan de sabotearla tratando de distorsionar el posible resultado, por vía del voto repetido. Algunos medios dominicanos han sido víctimas en casos de encuestas televisivas o radiofónicas, por vía de llamadas, por ejemplo, o por la vía digital. Lo bueno es que existe ya la tecnología para rechazar estos procedimientos ajenos a la verdad.
Otra vertiente se manifiesta diariamente en los digitales informativos dominicanos, en particular en los que tienen la apertura de publicitar las opiniones de los lectores al final de las notas informativas o de opinión que dan a conocer. Allí hay personas dedicadas a atentar diariamente contra esa apertura, porque lanzan toda suerte de improperios, agresiones, falsedades y descalificaciones. Ofenden con alegría, desconociendo las implicaciones de sus actos, porque en realidad atentan contra la libertad de expresión y contra la apertura que facilitan los medios que aceptan reproducir sus opiniones. No hay recursos para contratar personal que se dedique a revisar y aprobar previamente las opiniones. Un opción es el cierre definitivo de esa puerta, y que quienes deseen opinar lo hagan directamente a través de sus cuentas en las más variadas redes sociales.
Este fenómeno de la opinión masiva por vía de las redes sociales, y el ya conocido esquema de esconderse bajo seudónimos, ha tenido repercusiones en los medios tradicionales. La radio y la televisión, por ejemplo, han abierto sus puertas a personas que actúan con el mismo desparpajo libertino al momento de expresar sus opiniones. Y no se trata sólo del atropello al idioma, sino de la expresión agresiva, desconsidera, violenta, sin sustento, sin pruebas, ante el criterio de que todo puede ser dicho, sin consecuencias legales, políticas, económicas o morales. Del mismo modo, estos actores de la opinión proporcionan una estocada peligrosa al ejercicio informativo y reflexivo.
Es un tema que requiere más reflexión y análisis, porque de por medio está la credibilidad del trabajo periodístico, y hasta la pertinencia de una profesión de altísima relevancia, que para dominarla requiere acudir a las universidades y aceptar determinados códigos éticos y profesionales.