El secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, tiene toda la razón al denunciar la insolidaridad y la desigualdad que existe entre los países ricos y los países no ricos respecto al acceso a las vacunas para enfrentar el Covid.
En esta denuncia está incluida la gran verdad de que la industria farmacéutica es inhumana y viene adherida a una vocación capitalista igualmente irresponsable. Se afanan en la investigación científica, buscan apoyo y argumentan que se busca salvar a la humanidad, y cuando tienen la vacuna, la venden descaradamente al que compra mayor lote y al que tiene el dinero disponible.
Toda la razón la tiene el principal representante de las Naciones Unidas cuando dijo que la ciencia ha sido exitosa pero la solidaridad y el humanismo no ha parecido. Y puso ejemplo, para que no haya forma de argumentar a fa or del esquema vigente.
"Se han administrado más de 70 millones de dosis. Menos de 20.000 de ellas han sido en el continente africano”. Esta es la gran verdad que ha puesto en nuestras manos Antonio Guterres.
Ningún país está a salvo si todos los demás no están a salvo. El anterior gobierno de los Estados Unidos desató una guerra económico por el acceso a la vacuna, controló a las empresas norteamericanas, para asegurar que sus ciudadanos fueran los primeros en recibir dosis de las vacunas, echando a un lado al resto del mundo.
Esa forma de ver el problema de la pandemia es errónea. Esto comenzó en un pequeño pueblo de China. Es una de las versiones. Y luego se expandió a todo el mundo. Estados Unidos tiene en este momento 26 millones de personas que han resultado infectadas, y casi medio millón de personas fallecidas.
Lo que representaba un cambio de visión, y una conducta ética y consecuente, era que Estados Unidos y los países científicamente más avanzados, pudieran ponerse de acuerdo para producir vacunas, y que la Organización Mundial de la Salud fuera que organizara el programa de distribución de vacunas, tomando en cuenta los países y las zonas de mayores riesgos.
Lo que ha ocurrido es una vergüenza para la humanidad. No han bastado las exhortaciones de las Naciones Unidas, ni los llamados del papa Francisco, ni las declaraciones de científicos, centros de investigación y foros mundiales, para que la distribución de las vacunas represente un modelo responsable. Nada de ello ha funcionado.
Lo que dijo Guterres es una verdad contundente: “Aquellos cuyas oportunidades vitales ya eran reducidas por la desigualdad y la injusticia, con base en sus ingresos, raza, género y otras formas de discriminación, son los que más están sufriendo el impacto de la covid-19”, mientras los países ricos han acumulado una inmensa cantidad de vacunas que no han podido aplicar, y que seguro no podrán hacerlo en un largo período de este año.
“Si no logramos revertir estas tendencias de desigualdad, estamos sembrando peligrosas semillas de desacuerdo, desunión y división para el futuro”. Esas semillas ya están sembradas y sus consecuencias podrían comenzar a verse con un incremento de la violencia, del terrorismo y de la enemistad y las tensiones entre naciones.
Hace mucha falta un liderazgo mundial responsable en este momento. Aprovechar las mejores experiencias y potenciarlas para que los países puedan adaptarlas a sus particulares realidades. Otra cosa sería la división, el aislamiento, el nacionalismo de las vacunas, y un fracaso estrepitoso para la humanidad. Terrible para todos y todas.