Hablamos de la política y de la democracia del país. Ya circula la convocatoria, emanada de la misma voz del pueblo, para participar activamente en ambas reivindicaciones. 

Es más que una simple queja o desasosiego reiterados, es una invitación a la insurrección de las conciencias para rescatar unos derechos de todos usurpados por unos pocos que se adueñaron de la política y de la democracia, y que las violaron, las encanallaron y las hicieron desfallecer.

Es la voz de los ignorados, olvidados, ofendidos, desoídos, humillados, despreciados, desechados como basura. Y no es solamente “una voz que clama en el desierto”, sino un grito de rebeldía concertada y compartida en un diálogo comunitario e igualitario de los ciudadanos de todas las provincias, municipios, lugares, secciones y parajes del país.

Es diálogo que se realiza de manera silente y en voz alta por los sectores populares, los movimientos comunitarios, grupos ecologistas, los campesinos, profesionales, las mujeres, juntas vecinos, comunidades eclesiales de base sindicatos, asociaciones comerciantes, maestros, universidades, intelectuales, empobrecidos, los abandonados y engañados  por sus representantes políticos de toda la geografía nacional.

Es el clamor de los que padecen un profundo sentimiento de ultraje y que sienten indignación contra la corrupción, los escándalos gubernamentales, la dilapidación de dinero y bienes públicos; contra la ineficiencia del control ético sacada a la luz en la administración pública y en la mayoría de los partidos políticos.

Es debate cívico abierto y organizado desde el corazón de las comunidades mismas, es aspiración de cambios y transformaciones. Es reflexionar, proponer;  es exigir, es actuar. Pero no se trata de fundar un nuevo partido ni de sumarse a partidos antiguos. Ni tampoco se trata de un pacto con los partidos existentes que lucen agotados, fosilizados, insensibilizados y convertidos en instituciones zombies.

De lo que se trata es de formar un poderoso movimiento nacional capaz de obligar a la regeneración de la política y la revitalización de la democracia, de construir redes y comunidades de aprendizaje cívico para formar ciudadanos capaces de reclamar esos derechos debidos y dispuestos a construirlos compartiendo y conviviendo con los demás según los verdaderos valores democráticos.

Se trata de configurar la sociedad desde abajo. De impulsar una educación dialógica de la ciudadanía, de promover la participación de grupos ciudadanos para hacer posible más oportunidades de tener voz en la toma de decisiones públicas y en la elaboración de propuestas para la organización de la sociedad nacional y de todas y cada una de sus comunidades.

De lo que se trata es de obligar al poder  a replegarse, a revisarse, a evaluarse, a jugar limpio y a rendir cuentas,  simplemente reuniéndose en las calles y en las plazas públicas, moviendo y creando un golpe de viento provocado por el grito de la libertad, la justicia, la solidaridad y la transparencia.

La política y democracia impuestas al país lo han sumergido  en una crisis generalizada. No hay sector que no esté invadido por la crisis. “Esto se debe    principalmente a la crisis del Estado y sus instituciones, a su incapacidad para actuar como interlocutor fuerte  y decisivo de la mediación social, como regulador de la economía y como garante de la  seguridad”.

La crisis económica que vive el país no puede ser más lacerante y preocupante. Es una muestra clara del fracaso de la democracia dominicana. Pero también es probable que haya sido inducida y planificada para producir la desigualdad social y reducir la democracia, siendo que pauperizar es equivalente a dividir y controlar. Y esto es grave y perverso.

Las víctimas de la crisis económica y de todas las demás crisis que padece el país están aisladas, atemorizadas, deprimidas y solas ante un futuro incierto generador de angustias colectivas. Por eso hay que despertarlas, hay que unirlas a través del debate sobre la ciudadanía comunitaria y democrática, desde el dolor, desde el honor y la dignidad. 

Los “fabricantes de una democracia achatarrada” como la que tiene el país no lo harán. Bastantes beneficios les proporciona el dejar las cosas como están. Es el pueblo desde la reflexión y la acción quien deberá procura e impulsar la  regeneración  de política y la revitalización de la democracia. ¡El pueblo dominicano sí puede!