La Organización de Estados Americanos es un organismo multilateral para hacer frente, de manera común, a los problemas políticos que no tienen solución de forma individual por cada país. Ha jugado su rol en la coordinación de iniciativas continentales sobre temas de derechos humanos, elecciones, medio ambiente, educación, cooperación multilateral, entre otros.

Pero la OEA ha tenido y sigue teniendo sombras.

El patrocinio de la OEA a las intervenciones militares de los Estados Unidos en varios países del continente, incluyendo a la República Dominicana y Haití, es uno de los crespones negros de esta organización.

Su sede en Washington, en donde se encuentra en poder político del imperio tal vez le convierte en súcubo de las políticas que Estados Unidos desea promover en la región. Pocas veces ha tenido diferencia con las políticas globales de la Casa Blanca, pero generalmente ha seguido como con un collar amarrado al cuello las indicaciones de Estados Unidos.

No queremos hacer historia, que es larga, pero sí quisiéramos presentar preocupaciones sobre conflictos locales en países de la región que requieren solución y que la OEA no está ayudando en la solución. Confiamos en el multilateralismo, y consideramos que es una de las formas más eficaces de poner en marcha la solidaridad y de aprender las buenas prácticas democráticas.

En el tema Haití, afectado por una crisis políticas permanente, no ha recibido la atención que demanda la gravedad de los acontecimientos en ese país. La OEA ha debido promover una discusión abierta y democrática y ayudar a los políticos haitianos a encontrar el camino del entendimiento. No lo ha hecho. Las Naciones Unidas fueron las que enviaron cascos azules y ofrecieron protección por un tiempo, pero sin resolver los problemas políticos en espera que los haitianos los resolvieran. La ausencia de la OEA ha sido notable.

Venezuela representa un ejemplo importante sobre la ineficacia de la OEA. Hubo un fraude electoral, encabezado por Nicolás Maduro, y el gobierno se ilegitimó, destruyó la asamblea legislativa, irrespetó los derechos humanos, reprimió a la oposición. La OEA siguió los dictados políticos de Estados Unidos, y no contribuyó con la solución. Más bien, pareció ser parte del problema. El gobierno ilegitimo denunció a la OEA, y nada ha sido posible. El Grupo de Lima ha sido ineficiente para encontrar un acuerdo, porque las presiones políticas estimuladas por Washington fracasaron durante todo este tiempo. La OEA respaldó un gobierno encabezado por Juan Guaidó, pero en realidad lo que ha ocurrido es un ridículo.

Bolivia entró en crisis con los intentos reeleccionistas de Evo Morales, pese a la prohibición expresa de los bolivianos al continuismo de su presidente durante 14 años. La OEA rechazó la ruptura democrática, pero subrepticiamente decidió apoyar la presencia ilegal de Evo en las elecciones. El fraude se puso en marcha, con el conocimiento de la OEA, y la rebelión se produjo como era previsible. Evo tuvo que salir al exilio y la OEA quedó maltrecha en su conducta política frente a los políticos maliciosos y carroñeros del continente.

¿A dónde nos conduce esta reflexión? A que la OEA sirve para muy poco en los asuntos democráticos de América Latina y el Caribe. La presencia de embajadores designados por los países, la dimensión de los problemas continentales, el potencial de cooperación que pudiera producirse en materia de calidad democrática, haría esperar un organismo más eficiente y con respuestas y propuestas para que, como Haití, Venezuela o Bolivia, los países se auxilien y encuentren el camino del entendimiento.