América Latina y el Caribe cuentan con pueblos que padecen las consecuencias generadas por empresas que funcionan con la cultura de la corrupción. Son organizaciones que han roto las relaciones con la ética y con los derechos colectivos. Su especialidad, el arte de sobornar y de engañar, dentro de su propio país y en países diferentes al suyo. Engañan a personas, a instituciones y a comunidades. No se sienten satisfechas con la erosión de la dignidad del continente y se ensañan con países que tienen falencias estructurales como es la República Dominicana. Nuestro país ha sido saqueado, económica y moralmente. Es un saqueo multidimensional porque el erario público ha sufrido robo multimillonario por parte de legisladores, de empresarios, de líderes políticos, de líderes nacionales y de partidos políticos. Se ha organizado una red de depredadores de la honradez y de la economía de un pueblo humilde y trabajador. El liderazgo de este tipo de actuación lo encarna Odebrecht, empresa brasileña que con sus tentáculos sedujo a un selecto grupo de dominicanos. A este problema tenemos que agregarle la orfandad judicial que nos afecta. Una muestra de la orfandad que vivimos es la lista recortada de acusados ante los tribunales que nos comparte el Procurador General de la República. La orfandad se acentúa al comprobar el ocultamiento y la exclusión de personas que han confesado públicamente que recibieron dinero de Odebrecht. Además, este desamparo se amplía y agrava por el silencio y la indiferencia de otros Poderes del Estado que podrían ofrecerles a los ciudadanos una respuesta más comprometida y esperanzadora.
Ante esta difícil y compleja realidad nadie se puede cansar; ninguno se puede rendir; ninguno se puede retirar. No, hemos de asumir esta circunstancia como una oportunidad para desarrollar mayor y mejor sentido de pertenencia al país. Debemos asumirla como una nueva ocasión para impregnar la vida cotidiana de principios éticos y de un ejercicio ciudadano en perspectiva de transformación y cambio. Además, tenemos que acoger este tiempo para crear nuevas formas de hacer respetar los derechos ciudadanos y los bienes del país; bienes que pertenecen a todos sin importar el color del partido al que pertenezca, ni el poder económico que posea. Estos bienes han de ser alcanzables a todos aunque no tengan relaciones privilegiadas con los dirigentes del país.
En este contexto, urgimos a los poderes del Estado Dominicano, a que, sin perder su autonomía y manteniendo su especificidad, establezcan articulaciones orgánicas que tengan como eje transversal la vida y los derechos de los ciudadanos; una vida plena y comprometida con valores que sustituyan el desorden institucionalizado que algunos sectores pretenden legitimar. Si los tres poderes del Estado deciden honrar sus responsabilidades estatales, organizaciones como Odebrecht no tendrán espacio en esta sociedad porque no encontrarán cómplices. Si los tres poderes del Estado, son coherentes con los principios que juraron, la participación de funcionarios, de legisladores, de líderes nacionales y de partidos políticos en acciones reñidas con la ley, tendrá consecuencias. Si hay consecuencias, la sociedad se fortalece, la institucionalidad se consolida. Los tres poderes del Estado han de constituirse en una red por el derecho y la equidad; por la igualdad y la inclusión; por la transparencia y la honradez. Si se constituye esta red, Odebrecht, máquina emprendedora de soborno y de sobornadores desaparecerá del país. Los tres poderes del Estado Dominicano han de actuar sin miedo porque ha llegado la hora de la verdad. Y la hora de la verdad exige que el país actúe frente a Odebrecht y sus ahijados con el rigor y la responsabilidad que otros países del continente han enfrentado la corrupción como Perú, Panamá, Brasil, Guatemala y otros. Tenemos que desarrollar tolerancia cero ante un Poder Judicial blando y descomprometido. Sea nuestro apoyo total a cualquier poder del Estado que esté dispuesto a ponerle punto final al desfalco nacional y a la gestión de los recursos públicos con la lógica de la herencia familiar. Es la hora de actuar por un país libre del flagelo de la corrupción y de la rapacería. Es la hora de actuar por un país libre del silencio que encubre y de la indolencia que enerva. La educación orientada al cambio puede contribuir efectivamente a la reducción de los problemas que actualmente encaramos. Es la hora de la verdad.