En el mundo en que habitamos, todos y todas vamos asumiendo la emergencia de una época diferente que trae consigo nuevas culturas que, a su vez, van conformando otra civilización. El surgimiento de este período original de la historia y, por tanto, distinto a la normalidad que dejamos atrás, no ha de hacernos olvidar que lo anterior tuvo su belleza y sus dificultades y que ambos aspectos han de servirnos para reconstituir nuestra vida personal y social. Asimismo, ha de servirnos para repensar la organización y el funcionamiento de la sociedad y de la educación, en el nivel mundial y en el nivel local. Estamos urgidos a luchar contra la reproducción mecánica de prácticas que son tóxicas porque ralentizan los procesos que fortalecen el desarrollo humano y social. Nos encontramos en un momento histórico que nos plantea la necesidad de potenciar la mirada y las decisiones estratégicas para acoger del período anterior a la pandemia todo aquello que refuerza el desarrollo integral de las personas y de la organización social. El contexto de la pandemia nos invita a mirar más allá de ella; nos espolea a repensar las ideas, los formatos y las prácticas que se instalan en más de lo mismo. Nos obliga a reinventar lo que pensamos, decidimos y elegimos ayer. Nos fuerza a movilizar la imaginación y a buscar mecanismos efectivos para superar el miedo a lo nuevo que debemos construir con el apoyo de aprendizajes anteriores y de los que ya estamos adquiriendo. Desde este contexto, no se entiende tanta turbación por el año escolar. Detrás del desasosiego puede haber una desconfianza radical en la capacidad creativa de la sociedad; y un terror exponencial al trabajo que ahora hemos de realizar para afrontar con energía y lucidez el trabajo que se ha de impulsar.

Hemos de reconvertir el espanto que está provocando el año escolar 2020-2021 en energía revitalizadora para la recuperación de aliados naturales de la educación, como son la familia y la casa. La familia dominicana, con su heterogeneidad y condiciones críticas, ha de asumirse como aliada permanente. Lo relevante de esta época es que la familia ya no puede ser una foto escolar ni un paréntesis del discurso de las autoridades, de los políticos y de las organizaciones. Llegó la hora de hacer realidad una alianza que profundice el trabajo compartido, el aprendizaje recíproco y la distribución de un poder que se traduce en servicio desde el lugar y la función que ocupa y desempeña cada instancia. Pero para que la familia apoye activamente la educación, necesita contar con las condiciones mínimas exigibles para vivir, pensar y educar. La articulación real de la familia a los procesos educativos escolarizados, como se le pide ahora, requiere una postura más responsable del Estado dominicano. Supone la puesta en acción de políticas sociales que rescaten a la familia del abandono y del engaño en el que está inmersa. El Estado invierte más en imagen y en autoelogios que en la solución de los graves problemas de pobreza, salud y vivienda que vive la familia. Aún en estas condiciones, la familia tiene variados mecanismos y posibilidades para ofrecer, en alianza con el Ministerio de Educación de la República Dominicana; maneras diferentes de enseñar y de aprender sobre diversidad, valores universales y locales; además, puede ayudar a desarrollar el interés por la lengua, la historia y la democracia. Esta instancia puede aportar significativamente para un conocimiento más vivo de la naturaleza y de cómo relacionarse con ella. De igual modo, puede ayudar a forjar una ciudadanía solidaria y corresponsable. La familia ha de ser un pilar permanente en los procesos de reorientación y de desarrollo de la educación dominicana.

Consideramos que la casa es otro referente de gran importancia en los momentos actuales, en que la pandemia obliga a guardar distancia física y social. Estas regulaciones pandémicas se han de respetar para preservar la vida de los estudiantes y de la población en general.  Por ello la casa se convierte en un espacio intensivo de enseñanza y de aprendizaje; o, también, en un ambiente de desaprendizajes y de violencia. Los niños están confinados y la casa está sirviéndole de lugar totalizante.  Desde que amanece hasta que oscurece, la mayoría de los niños dominicanos están en la casa; muchas, sin el espacio físico y sicológico necesario para crear un contexto educativo cabal. Pero aun así, con esta precariedad, la casa no se puede relegar a un plano inservible. Ha de convertirse en un escenario para enseñar y aprender.

El Ministerio de Educación tiene el desafío de programar un acompañamiento y una orientación consistentes y sistemáticos para ayudar a las madres, padres y tutores a convertir la casa en un laboratorio de ideas, de experiencias, de artes y encuentros humanizantes. De esta forma, los estudiantes se entusiasman con actividades tales como la lectura, el juego, el estudio y las representaciones artísticas. Profundizan su curiosidad preguntando; y observando su propia realidad y el entorno. De esta manera, su imaginación se energiza y su voluntad se fortalece. Los estudiantes aprenden a leer y a reflexionar sobre el mundo desde parámetros más vitales y cercanos a sus necesidades. La casa se convierte en  estancia que mueve la imaginación creadora, que suscita iniciativas y afianza el deseo de aprender. La familia y la casa son referentes que han de estar presentes en las políticas sociales y educativas del Estado dominicano; lo que favorecerá un trabajo articulado entre estas instancias y el Ministerio de Educación. Asimismo, garantizará condiciones humanas y educacionales más efectivas en la sociedad. La familia y la casa tienen más posibilidades de propiciar un aprendizaje más natural y, por ende, menos simulado.