Como “agobiante” consideró el tema de la corrupción el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo BID, Luis Alberto Moreno en el marco de la VIII Cumbre de las América celebrada recientemente en Lima Perú: “Todos los días, las redes sociales difunden innumerables denuncias sobre este tipo de delitos, dándole una enorme visibilidad a un problema que, en el pasado, rara vez salía a la luz pública. Cuando a esto se suman las noticias sobre corrupción a gran escala -desde el financiamiento ilegal de campañas políticas hasta fraudes en obras públicas– la sensación es agobiante”. Y le faltó decir: “y nada pasa”.
La sinceridad de este discurso se quiebra muy pronto: El presidente del BID atribuyó el descontento manifestado en las denuncias de corrupción como “una señal de que nuestras democracias están madurando, y de que nuestras instituciones hoy operan con mucha más independencia”.
Es todo lo contrario. Por la corrupción la democracia siempre degenera en “abusocracia”, “corruptocracia” y “cleptocracia” cuando las élites abusan del poder político y económico con dinero mal habido y peor invertido, contra la mayoría dominada, silenciada y engañada.
Pero esta fue solamente la obertura de la cínica opereta interpretada y actuada por los jefes de Estado y de Gobierno y representantes de otras agencias que viajaron allí como “turistas o como vagabundos”.
Como si padecieran de “verbofobia” (miedo irracional a determinadas palabras), los mandatarios evitaban a toda costa pronunciar la palabra “corrupción”, quizá por miedo a “morir de espanto” debido al estrés que genera la simulación perversa y la blasfemia ética.
Y siendo la corrupción un tema altamente preocupante, resulta indignante la turbia propuesta de liviandad en su tratamiento expresada en el “Compromiso de Lima” firmado por los mandatarios participantes en la VIII Cumbre de las Américas, contrario a la seriedad del tema que resalta la reciente resolución 1/18 de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que “enfatiza la urgencia de asumirlo con mayor seriedad cuando considera a la corrupción como un complejo fenómeno que afecta a los derechos humanos en su integralidad –civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales–, así como al derecho al desarrollo de las personas y las sociedades, y por ello, también, debilita la gobernabilidad y las instituciones democráticas, fomenta la impunidad, socava el Estado de Derecho y exacerba la desigualdad”.
En un extenso documento, probablemente jamás leído por la mayoría de los jefes de Estado y de Gobierno, el “Compromiso” de Lima “Gobernabilidad Democrática frente a la corrupción”, recoge unas 57 propuestas, similares a otras imcumplidas, desoídas y anteriormente firmadas y burladas por estos mismos o por otros participantes en anteriores operetas.
El “Compromiso” cierra con este cínico y deslucido estribillo: “Encomendar al Grupo de Revisión de la Implementación de Cumbres (GRIC) que informe a través de la Presidencia del Proceso de Cumbres de las Américas sobre la implementación del presente Compromiso”. ¡Quedan sueltos y a sus anchas los guionista, directores y actores de la diabólica opereta!
Nada se habló de la corrupción vista, sentida y sufrida en la casa del anfitrión y en la de los invitados. Quizá hubiese sido más que suficiente enviarle un correo a cada mandatario con un texto sencillo como este: “Favor leer lo que hay que hacer para prevenir, evitar, perseguir y condenar la corrupción en su país según está expresado en los siguientes “compromisos” : El Convenio Contra la Corrupción y Antisoborno de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos(OCDE); la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción; la Convención Interamericana contra la Corrupción; las Normas y Políticas Internacionales contra la Corrupción, la Comisión Internacional contra la Impunidad y otras iniciativas nacionales”.
Y cúmplanlos. ¡Este año se suspendió la opereta!