Desde hace meses el país es testigo de una campaña bien organizada, bien pensada, y producida con recursos técnicos, políticos, financieros, para promover miedo y odio entre los dominicanos hacia los migrantes haitianos.

La tarea de promoción se realiza con inteligencia en las redes sociales, principalmente, y se reproduce con mucha más frecuencia que cuando vivía el doctor José Francisco Peña Gómez. Y se utilizan videos realizados en Africa, se reproducen como si las imágenes estuvieran ocurriendo en la República Dominicana. Se divulgan versiones de la forma en que supuestamente los haitianos estarían armando un ejército para terminar con los dominicanos, o por vía del envenenamiento colectivo.

Ya Barahona fue utilizado como un municipio en que el acueducto sería envenenado para asesinar a todos los munícipes. Otras imágenes incluyen a nacionales haitianos con armas blancas, o agrupaciones religiosas de nacionales haitianos que estarían recuperando el territorio.

La explicación de todo esto aún no la tenemos, pero sospechamos que las intenciones son políticas, y buscan una tragedia, para golpear al gobierno por esa vía.

Se trata de grupos que patrocinan el miedo. Y de paso atacan crudamente al presidente Danilo Medina, acusándole de ser el patrocinador de la supuesta invasión haitiana en la República Dominicana. Hablan de la pérdida de la nacionalidad dominicana, de las actuaciones de los chilenos, que han tomado la decisión de expulsar supuestamente a 50 mil haitianos, y otras tantas noticias falsas.

Algunos promotores aparecen vestidos de profesionales o de periodistas, en videos, dando su versión sobre la tragedia dominicana. Y dicen que los haitianos defecan en las calles, y tienen “poderes” mágicos, como parte del vudu, para hacer daño a los dominicanos. Y cualquier incidente entre dominicanos y haitianos se convierte en una hecatombe o en motivo de campañas cada más intensas y alarmantes.

Por ejemplo, las declaraciones de la señora Robin Beinstein, postuladas por el presidente Donald Trump para embajadora en la República Dominicana, han sido utilizadas para supuestamente confirmar que las intenciones de Estados Unidos se mantienen en fusionar a la República Dominicana con Haití, o viceversa. Nadie se atreve a hablar del intercambio comercial, o cultural, o de mejorar las relaciones económicas y políticas entre las dos naciones, o de realizar turismo multidestino entre Haití y la República Dominicana. El miedo es evidente a cualquier intención de mejorar los intercambios entre haitianos y dominicanos.

Hemos sido testigos de cómo se han demonizado las relaciones entre haitianos y dominicanos. Este lunes vehículos y personas han salido a las calles en Pedernales anunciando a los haitianos que se marchen a su país, que tienen un plazo hasta este martes a las 10 de la mañana, para irse, o de lo contrario serán perseguidos y golpeados, atacados o asesinados. No lo dicen abiertamente, pero se entiende la intención.

El gobierno dominicano ha guardado silencio sobre estos extremos. Las autoridades haitianas igual. Ha habido actividades y propuestas en Haití y en la República Dominicana, con preocupaciones sobre el volumen que va alcanzado el coro del odio de nuestro lado.

El 27 de febrero pasado el presidente Danilo Medina se vio compelido a abordar el tema migratorio haitiano en su discurso de rendición de cuentas. Y racionalmente, como corresponde, recordó que además de recibir migrantes, también somos un país que envía migrantes a otros países. Que debemos actuar con legalidad y evitar los abusos. Y anunció medidas militares para detener el tráfico de haitianos en la frontera con Haití.

La campaña de odio tiene como objetivo dañar también al presidente de la República. Fotografías del presidente, con la bandera dominicana, han sido manipuladas para colocar la bandera haitiana y calificar al mandatario como traidor. La supuesta invasión habría sido prohijada por el presidente. El principal traficante de haitianos en este país fue Rafael L. Trujillo, y posteriormente los gobiernos que contrataron mano de obra haitiana para la industria azucarera.

Hoy los haitianos emigran de Haití y penetran a la República Dominicana por la corrupción de quienes tienen el deber de proteger la frontera y no lo hacen, por conveniencia o porque reciben sobornos, o porque hay grandes empresarios que necesitan de mano de obra barata, incluyendo a los contratistas del gobierno en el sector de la construcción.

Atacar a los haitianos que emigran es un crimen inaceptable, que el gobierno dominicano debía detener responsablemente. Cualquier tragedia que se produzca como resultado de esta desquiciada campaña de odio será atribuida al gobierno dominicano. Y las consecuencias serán de lamentar. No es ni siquiera imaginable qué ocurriría en la República Dominicana por un crimen, por parte de un haitiano, como el cometido por la dominicana Ana Julia Quezada en España, contra el menor de 8 años Gabriel Cruz.

El desquiciamiento de los que incentivan el odio racial, el odio al haitiano, el odio al extranjero, no se detiene. La racionalidad está ausente en toda esa gente que anda alarmada, hablando de soberanía nacional, de patriotismo, sin jamás haber puesto su hombro para que las personas de este país recuperen su dignidad, afectada por la miseria, el hacinamiento, el analfabetismo o la sumisión. Y los que tienen edad como para haber defendido la soberanía en 1965, cuando se produjo la intervención militar de los Estados Unidos, tampoco lo hicieron.

El gobierno deberá hacer algún esfuerzo para ayudar a estos ciudadanos a recuperar la cordura.