El Mes de la Patria, febrero, siempre es propicio para recordar la hazaña de nuestro padre fundador: Juan Pablo Duarte.
Los cálculos realizados por especialistas indican que al momento de la separación de los haitianos en 1844, la población de esta parte de la isla era de apenas 126 mil personas.
Darle cuerpo de país independiente a ese pequeño grupo de pobladores, sin comunicación vial regular, sin medios de comunicación, fue un extraordinario desafío. Decir, como lo propuso Juan Pablo Duarte que seríamos libres, independientes, o se hundiría la isla, fue ciertamente un atrevimiento. Los grupos conservadores jamás pensaron que fuera posible crear un país en esas circunstancias, cuando España defendía su derecho a controlar las tierras descubiertas por sus exploradores. Cuando Estados Unidos iniciaba su condición de potencia emergente. Cuando Inglaterra controlaba el mundo a través de su extraordinaria flota mercante. Cuando Francia defendía su condición de potencia, y buscaba desplazar a España de territorios que consideraba importantes en la zona de América.
Duarte y los Trinitarios estaban más vinculados con España. Juan José Duarte Rodríguez, padre de Juan Pablo, era español, nacido en Cádiz. La Iglesia Católica estaba fuertemente vinculada con la monarquía española, y los jóvenes que formaron La Trinitaria eran católicos, comenzando por Duarte, como queda dicho en todos sus textos vinculados con la lucha separatista.
El celo de las autoridades haitianas, que entre 1822 y 1844 controlaron la isla completa, era que los españoles pudieran volver a influir y restablecer la esclavitud. Los negros y libertos de la parte dominicana también tenían sus dudas, y por eso no acompañaron a los separatistas inicialmente. Es más, cuando se proclamó la separación de Haití el 27 de Febrero de 1844 se levantaron en armas, bajo la idea de que nuevamente se restablecería la esclavitud que los haitianos habían eliminado.
En medio de tantas vicisitudes, de tanta confusión, Duarte y los Trinitarios mantuvieron firmes sus propuestas iniciales, de que seríamos una nación libre e independiente, sin esclavitud, sin depender de ninguna potencia extranjera para defendernos de la amenaza de los haitianos ni de cualquier otra potencia que intentara dominarnos. Los conservadores lo consideraron ilusorio y dieron varios golpes políticos para desplazar a los Trinitarios, como finalmente lo hicieron. Fusilados algunos, desterrados otros, una parte de los compañeros de Duarte se convirtieron en Santanistas o en Baecistas, y renunciaron a las ideas que Duarte jamás negó. Esa es la grandeza de la obra del padre de la Patria. Es único, como él no quedó ninguno, y prefirió el exilio suyo y de su familia, incluyendo su madre y sus hermanos y hermanas.
Santana nos anexó a España y Duarte pudo evitar el destierro y vino a ponerse a la orden del ejército de restauración. Baecistas y Bobadillistas se hicieron cargo de que se marchara. Anhelaban anexar el territorio a Estados Unidos o a cualquier otra potencia, y nuevos procesos impidieron que ese crimen pudiera cometerse. Así fue escuetamente el proceso vivido por Duarte y los suyos para conseguir que este territorio se convirtiera en un país. No ha sido fácil. Al final hubo que darle la razón a Duarte, pero al momento de decidir quién sería el Padre de la Patria se decidió que fueran tres.
Duarte murió en 1876 en Venezuela, donde fallecieron también sus hermanas y hermanos y su madre. Los restos de Duarte llegaron a la capital dominicana en 1884, y los recibió el Ayuntamiento de la capital. Desde entonces el regateo a Duarte ha sido constante, pero su figura se crece por encima de las mentiras y de las historias que se cuentan. Juan Pablo Duarte es el más grande de los que construyeron esta nación, y su figura no tiene comparación en entrega, sacrificio, dedicación y creencia en la fuerza del pueblo dominicano.
Juan Pablo Duarte es el más venerable y acreditado entre los padres de la Patria.