La seguridad de los ciudadanos de una nación es un compromiso de Estado. Por ello todas las instancias responsables de la conducción de una nación establecen políticas para proteger la integridad física y todos los derechos de las personas y de las instituciones. Pero estamos observando que la seguridad ciudadana está amenazada a nivel mundial. La inseguridad de la sociedad mundial no es una percepción, tampoco es producto de una imaginación que inventa las situaciones fantasmas. No, es un problema concreto y con consecuencias específicas. Nos vamos acostumbrando a leer y a ver imágenes en la televisión en la que personas armadas en Estados Unidos asesinan a colectivos de estudiantes, de jóvenes que comparten y celebran; a ver personas acuchilladas sin explicación alguna mientras transitan por una calle o se acercan a un tren en China, en Alemania, en Australia. De igual modo vemos francotiradores preparados para asesinar líderes políticos y ciudadanos que defienden los derechos humanos de las personas. En esta dirección, también visualizamos en República Dominicana la facilidad con que se burlan las leyes, empezando por los mismos que las elaboran. El Ejército Islámico (EI) es una instancia creada para defender sus creencias y derechos teniendo como lógica la muerte violenta y todo lo que sea capaz de quebrar la paz y la armonía entre los humanos. Esta situación nos sitúa frente a la inseguridad como un problema compartido a nivel mundial.
Asumimos que la inseguridad ciudadana, aunque afecta intensamente la vida de los dominicanos y de los turistas que vienen a descansar y a conocernos, no es un problema particular de la República Dominicana, sino que es un problema compartido que afecta al mundo en sentido general. Es una realidad que se va convirtiendo en cultura y parece que desborda a gobernantes de muchas naciones como es el caso de Iraq, Somalia, Venezuela, Turquía, Nicaragua, Honduras. ¿Y qué decir de Israel, Palestina y Haití?
A pesar de que la inseguridad es un problema compartido, predomina la búsqueda de salidas individuales a la situación. Nos parece que falta un trabajo más coordinado entre las naciones del mundo para al menos controlar, si ya no es posible eliminar, las consecuencias generadas por la falta de seguridad que vivimos. Es un imperativo pensar y tomar decisiones juntos para liberar del miedo y de la filosofía de la sospecha a cada uno de los pueblos afectados; pero, sobre todo, para que se pierdan menos vidas, para que menos instituciones sean desarticuladas; y, especialmente, para que el desarrollo humano y social a que tenemos derecho pueda darse de forma integral y pacífica. El fortalecimiento de la seguridad ciudadana en cada uno de los países requiere, también, una educación más cualificada de los ciudadanos. Una educación consistente les aporta a las personas y a las instituciones un marco de valores y directrices claras sobre cómo vivir y cómo hacer para que sus entornos sean liberadores y se comprometan con la transformación de las estructuras educativas, sociales y políticas que obstruyen la paz y la seguridad. Hemos de avanzar para compartir lo que posibilita el bienestar colectivo y para erradicar todo lo que nos disminuye como humanos.