Hatuey De Camps pronunció el panegírico en los actos fúnebres de José Francisco Peña Gómez. El texto de su discurso fue publicado por el diario Hoy el jueves 14 de mayo de 1998. Hatuey habló en nombre de la familia de Peña Gómez y también lo hizo en su condición de amigo fraterno del líder político y de secretario general del Partido Revolucionario Dominicano.
Hatuey falleció el viernes 26 de agosto de 2016, 18 años después de pronunciar aquel panegírico. Paradójicamente, falleció por la misma enfermedad que su líder y amigo, y -como dijo Hatuey de Peña Gómez – en su despedida: “murió al pie del cañón”.
“Corría el mes de agosto de 1962, en que sibilantes vientos de cambio comenzaban a soplar sobre el país. Vine a esta ciudad en compañía de mi padre, y recuerdo como si fuera ayer, que en la Casa Nacional del PRD, situada entonces en la calle El Conde No. 13, justamente frente al parque Colón, conocí a un joven que, andando el tiempo, se convertiría en uno de los líderes llamados a marcarle nuevos rumbos a la sociedad dominicana”, dijo Hatuey al comenzar su discurso fúnebre.
Luego de hacer un recuento de la vida política y sacrificada de Peña Gómez, y de sus gestas nacionalistas, y de haber ayudado a poner en la presidencia de la República a Juan Bosch, a Antonio Guzmán y a Salvador Jorge Blanco, De Camps habla de las ironías de la vida y de la tragedia que acecha a hombres como este. “…Cuantas veces le correspondió aspirar a la primera posición ejecutiva de la nación, un conjuro de fuerzas impidió su victoria. Y cuando más cerca estuvo de las poltronas del Poder, le sobrevino por desgracia una enfermedad que todavía, en plenos albores del milenio que se avecina, no conoce cura. Sin embargo, lejos de amilanarse, la enfrentó con un coraje inenarrable, al extremo de que su pueblo nunca desconoció, con lujo de pormenores, los ingentes esfuerzos desplegados por él en aras de vencerla”.
Y relató que a Peña Gómez, por su quebranto de salud, “nadie nunca le escuchó quejarse de sus privaciones, tanto menos del dolor físico, que resistió hasta el final de su vida con indoblegable valor y firmeza…Desafió las predicciones de médicos y rebasó el tiempo que ellos le estimaron de vida. No tuvo pausas en su lucha por un porvenir más promisorio para los dominicanos, su generosidad no conoció odios, siendo la más hermosa prueba de ello el perdón que le profesó a todos cuantos lo calumniaron y humillaron a lo largo de su vida, pretendiendo así despojarlo del más preciado de sus tesoros: su honestidad”.
Hatuey hizo mención de la solidaridad que tuvo siempre con Peña Gómez: “En las circunstancias más difíciles de su existencia, estuve a su lado sin otro interés que el de ofrecerle mi solidaridad y apoyo. Cuando hizo mutis de partido el profesor Juan Bosch, cuando lo propio hizo el fenecido Jacobo Majluta y cuando las dificultades de su salud lo exigieron, no dejé de tenderle mi mano fraterna”.
Contó Hatuey que Peña Gómez, “erosionado por la implacable que padecía, se había colocado más allá del adiós que de la bienvenida. Todos sabíamos que aunque a pasos cortos, se despojaba de la vida al andar de los días, pero nunca concebimos que emprendería el viaje hacia el misterio sin antes ser testigo de su triunfo el próximo sábado 16” de mayo.
Dice Hatuey que Peña Gómez murió al pie del cañón. Dice que estaba cumpliendo un encargo de Peña en una manifestación política fuera de la capital, y que al caer la tarde y adentrarse la penumbra de la noche “llamé a Enrique Gil, quien se encontraba a su lado en ese preciso momento, y sin mediar saludos entre nosotros, me expresó que se había agravado la salud del doctor Peña Gómez. Aceleré, pues, mi regreso a la ciudad, pero pocos minutos después el mencionado compañero me informaba que José Francisco había expirado… Murió al pie del cañón, luchando por preservar la unidad de su partido, y sobre todo, librando la batalla de la victoria de su partido, sorteando a ratos, muy a ratos, los dolores que le producía su enfermedad”.
“Pero si bien es verdad, hermano de tantas jornadas, que tus restos están aquí, no es menos cierto que también lo está el germen de tu sombra. No sin razón he dicho, y me complazco en repetirlo, que tu espíritu seguirá orientándonos, y que al igual que el Cid Campeador, que después de muerto venció a los moros, tu labranza no será estéril”.
Prometió Hatuey a Peña Gómez que desde donde estás, “en el paraíso que Dios le reserva a los elegidos, jamás te defraudaremos, pues de brazos cruzados no nos quedaremos ante tus despojos mortales…”
Y al despedirse recogió los versos de Antonio Machado y los colocó sobre la tumba de Peña Gómez:
Todo pasa y todo queda
pero lo nuestro es pasar
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino,
sino estelas en la mar.