En estos momentos, Haití vive el punto más dramático de la espiral de violencia, desorden generalizado, de hambre, miseria e incertidumbre sobre su destino y de irresponsabilidad, por llamarla de alguna manera, de su clase política. Esa circunstancia se agrava por una crisis de liderazgo a nivel mundial, particularmente de Estados Unidos y Francia, que mucho tienen que ver con el origen de los males y de lo que podría ser el destino de ese país.
Haití se disuelve, mientras que aquí se reiteran y recrudecen viejos equívocos e irracionales actitudes en torno al tema haitiano, lo cual contribuye a enturbiar las inevitables relaciones entre los dos pueblos, y a la división entre nosotros mismos.
Muchos claman por una invasión de EEU a ese país, pero olvidan que un debilitado presidente Biden, en medio del caos, acaba de sacar los últimos soldados norteamericanos de Afganistán y por ahora está prácticamente imposibilitado de enviar nuevamente a soldados a invadir otro país. Francia, para muchos, actualmente tiene el presidente más frágil e impolítico de toda su historia por lo que, por momento, para esas potencias una invasión constituye una poco tentadora aventura. No faltan quienes, presas de un absurdo nacionalismo, plantean que el invasor sea el ejército de nuestra nación, olvidando que, en toda guerra, los pobres son la carne de cañón. Además de inútil, una invasión militar extranjera tiene un costo social y de vidas humanas que nadie mínimamente racional apoya.
A lo largo de su historia, las invasiones a Haití han fracasado todas. Pero hoy, sin una activa presencia extranjera y una forma de gobierno con sectores de la sociedad civil y de políticos con sentido de responsabilidad, no habrá solución a su crisis. Ese eventual gobierno deberá apoyarse en un fuerte aparato militar para enfrentar las bandas, que son el real poder en esa parte de la isla. Nuestro país contribuiría a hacer viable esa iniciativa, si evitamos el nerviosismo y la prisa en la toma de algunas decisiones que agravan la tensión, como el tema de las visas a los estudiantes haitianos en nuestro país y la propuesta de negarle la visa a los nacionales haitianos, o que ningún indocumentado sea admitido en los centros hospitalarios, hechos moralmente inaceptables en cualquier lugar.
También deben evitarse las declaraciones y acciones destempladas de los ultranacionalistas, la difusión de noticias falsas y de odio en las redes sociales de ambos lados de la frontera. Además, las declaraciones y escritos de rencorosos impenitentes, las descalificaciones a todo aquel que haga un llamado a la mesura, sean estos individuos, sectores eclesiales, políticos o profesionales que aquí y en Haití exigen el respeto a derechos humanos inalienables. En momentos como estos las pasiones se exacerban, corresponde a los lideres nacionales impedir su desbordamiento. Pero es la pasión, y más que esta, la irresponsabilidad de gran parte del liderazgo político, económico y de la sociedad civil de ambos países la que ha contribuido a que esa situación se agrave sostenidamente.
Es innegable que la mayor cuota de responsabilidad recae sobre la parte haitiana, pues esos sectores han dado muestra de una tozudez e indolencia política moralmente inaceptable. Pero entre nosotros hay algunos que lejos de comportarse de manera racional y hasta seria, han sido sistemáticos en estigmatizar y tratar de descalificar en lo personal al sector intelectual y profesional que ha producido las más importantes propuestas para la regularización de las migraciones, la que más denuncias ha producido sobre la corrupción y trata de migrantes a cada lado de la frontera, el único que, podría decirse, ha elaborado estudios sobre el impacto de las migraciones en la economía dominicana y que ha defendido sus puntos de vistas en eventos, tanto aquí y allí.
En situaciones de crisis de las relaciones de dos países limítrofes, máxime si ambos son los únicos ocupantes de isla, además de las iniciativas políticas y sociales para mejorarlas o llevarlas por buen camino, el debate de las ideas es fundamental, pero este debe llevarse con altura y seriedad. En caso nuestro, no es posible que este sea productivo si el esfuerzo de un significativo número de profesionales e intelectuales de tratar ese tema desde una perspectiva de solución, lo que recibe son desconsideraciones (no pocas veces con falacias) y las más absurdas estigmatizaciones de parte de colegas, y hasta de amigos, que con todo derecho tienen posiciones diferentes.
La situación de Haití es realmente preocupante, es incierta, pero no tienen asideros algunas posiciones agoreras, con espíritu de cruzada y hasta con innecesarios movimientos de regimientos militares, sin que éstos tengan enfrente ejército alguno. Lo que allí sucede y pueda suceder sólo lo pueden controlar sus nacionales, no nosotros, la exacerbación de pasiones, los equívocos, los prejuicios y hasta la maledicencia de no pocos de esta parte, contribuye a que no podamos encontrar la mejor manera de situarnos correctamente frente a una circunstancia que nos afecta y que a no pocos crea una incertidumbre.
Mientras más serenidad (que no es lo mismo que inacción) tengamos, mejores será nuestra posibilidad de contribuir a la solución de una crisis de la que en parte son responsables dos grandes potencias y los propios haitianos.