Desprotección, soledad, a la intemperie, frente al abismo.
Lo decía el querido Nietzsche de Luis O. Brea Franco y siempre tendremos que repetirlo en nuestra media Isla: “Los desiertos avanzan”.
Ni Dagoberto Tejeda ni Luis O. Brea Franco merecen presentación, a menos que vengas de algo campo adentro.
Como una “barbaridad” se podría definir la simple borradura de sus nombres mediante decreto presidencial. A Dagoberto y a Luis O. los han puesto en la calle de un decretazo. Así nomás. No se ha tomado en consideración sus personalidades, ni sus grandes aportes, ni la elemental desprotección que significa el no disponer de sueldo cuando hay una edad en la que sólo los achaques y alguna pastilla acabada en “tán” será tu ostia cotidiana. Bien que se produzcan los relevos, porque no nacemos para árboles -y aún los árboles se caen-. Ciertamente necesitamos sangre nueva, y claro que al carnaval y a la Unesco le convendría sangre fogosa, …pero una cosa es proceder en bien del país y otra hacer un simple “borrón y cuenta nueva”, y más tratándose de dos figuras esenciales del devenir cultural dominicano contemporáneo.
Dagoberto Tejeda Ortiz
Sociólogo de la primera hora, con postgrado en Brasil, gracias a Dagoberto hemos comprendido lo más amplio de la cultura dominicana. Si bien antes del sociólogo banilejo la figura del folklorista Fradique Lizardo había recorrido la isla en busca música y bailes, Tejeda le agrega un elemento más amplio: el participativo, el creativo. ¿Hay que recordar el aporte de Convite a la comprensión de lo multicultural de “lo dominicano”?
No hay un carnaval ni un rincón de la isla que no haya sido arropado por la figura de Dagoberto Tejeda. Y no sólo como trabajador campo. Ahí están sus años de profesor en la UASD, la fiesta que eran sus clases, su calidad humana al romper toda idea de jerarquía en el trato con sus estudiantes.
También están sus libros sobre cultura popular, el rescate que ha hecho de toda una memoria que si no hubiera sido por él, tal vez sólo a retazos conoceríamos en los archivos del Smithsonian.
Luis O. Brea Franco
A Luis O. Brea Franco le tocó un camino similar: en su plena juventud se trasladó a Florencia para estudiar filosofía. De la Toscana y de Europa no trajo solamente un título de Doctor en Filosofía -creo que uno de los primeros en su género en el país dominicano-, sino también un gran ánimo y voluntad de concitar obras. La suyo -junto a su inolvidable hermano Julio-, fue la creación de la Centro Cultural Dominicano, aquella mítica librería y salón de actos donde pasó lo mejor de la literatura dominicana del segundo lustro de los 70.
A esas actividades de librero Brea Franco les agregó la de editor y docente en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Posteriormente, se convertirá en uno de los fundadores del actual Ministerio de Cultura, pasando por una serie de importantes carteras, como las de Patrimonio Subacuático y la UNESCO.
Gracias a Luis O. Brea Franco el Ministerio de Cultura estableció el Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña, un evento que situó al país cultural dominicano en la agenda de la alta cultura iberoamericana. En sus cuatro años de existencia, fueron Ernesto Cardenal, Luis Rafael Sánchez, Beatriz Sarlo y el Premio Nóbel Mario Vargas Llosa. Logramos así que un poco de República Dominicana estuviese contenida en la vida de esos cuatro reconocidos autores.
¿Qué hacer ahora?
¿Y qué hacer ahora con Dagoberto y con Luis O.? Con sus más de 80 años creo que Dagoberto ya no comenzará ninguna gran empresa, aunque uno nunca sabe con Dago. Para nuestro gran filósofo Brea Franco, la vida se le pondrá más cuesta arriba, tomando en cuenta que su expediente de pensión duerme el sueño de las mil y una noches en una gaveta del despacho que utilizó Danilo Medina en el Palacio Nacional.
En las antiguas culturas la vejez es un estado de gracia, venerándose especialmente a los intelectuales y creadores.
En la República Dominicana que ha comenzado el 16 de agosto, a estas dos glorias simplemente se les despide, en vez de agradecerle todo lo que han hecho y premiarlos con una justa pensión, aparte del cariño que se han granjeado por su conducta y saberes compartidos.
Ambos son merecedores de una pensión justa, y oportuna, con el mismo monto devengado al momento de su puesta en retiro, por lo menos para que cubran sus medicamentos y la dignidad de la vida que a ambos les queda.