Cada vez que se publica un estudio o los resultados de una encuesta que arroja datos sobre la situación de violencia en contra de la niñez, me sorprenden los comentarios de asombro que estos desencadenan en los medios de comunicación y las redes.
La presentación de la última encuesta Enhogar-Mics 2019 no ha escapado a esta norma, a pesar de haber sido realizada antes de la pandemia y no reflejar el agravamiento de la situación de las capas más pobres de la población.
Es como si en ocasión de cada publicación la sociedad descubriera la realidad que vive nuestra población vulnerable. Al respecto, debemos convenir que si una realidad no se reconoce como tal difícilmente esta puede ser enfrentada. Esto explica, en gran medida, por qué el combate contra todo tipo de violencia que atañe a la niñez no es todavía una prioridad compartida por toda la sociedad.
En todo caso, la preocupación que se manifiesta debería ir a la par con políticas más efectivas y coherentes de lucha contra la pobreza y con presupuestos públicos de calidad enfocados a las diversas causas de la violencia social.
La encuesta Enhogar 2019 genera informaciones sobre un conjunto de indicadores y subgrupos tales como niñez, adolescentes y mujeres de 19 a 45 años, así como sobre varios temas entre los cuales se debe destacar la medición de los efectos de las políticas públicas y sociales y los avances logrados por el gobierno.
Así, la encuesta resalta que un 54% de los niños vive en un hogar donde falta el padre, la madre o ambos progenitores y que un 44% de los hogares es responsabilidad de la mujer. Señala que el 20% de las madres tiene menos de 18 años, el 63% de las madres parió por cesárea, apenas el 16% de las madres lacta a su bebé y el 8% de los niños queda al cuidado de otro niño de 10 años y hasta de menos edad. También destaca que solo 61% de los niños termina la secundaria y que el 64% es disciplinado con violencia, algunos de ellos de manera severa.
Hay todo un arsenal jurídico para la protección de los menores, pero hay mucho trecho en la aplicación de este conjunto de normas que no se refleja en políticas, programas y presupuestos con impacto y sostenibilidad para la garantía de los Derechos de la Niñez.
Un ejemplo de eso, es la nueva ley que prohíbe el matrimonio infantil. En la práctica, la mayoría de los uniones infantiles no se firman en las oficialías sino en los patios, en lugares recónditos de los barrios. La muchacha sueña con un príncipe azul para escapar de la violencia intrafamiliar y la madre acepta la relación de su niña con un adulto por intercambio de favores, para que no falte la comida, pagar la casa, entre otros motivos.
Quienes trabajan a favor de la niñez en sectores vulnerables se sienten a veces con pocas herramientas para mitigar el alcance de las bombas de tiempo que encuentran en medio de su práctica. Hay un muro invisible contra el cual se quiebran las más buenas voluntades y el trabajo más sostenido.
Estos casos provocan frustración e impotencia al ver que las herramientas de las que se dispone no son siempre suficientes para encaminar a adolescentes en condición de conflicto hacia la resiliencia y que se necesita el brazo de un estado de derecho que aun no alcanza a todos.
Al final, se trata de una disyuntiva: ¿con quién trabajar? ¿Con los que tienen más chances de salir de su condición, o con los que están ya del otro lado de la barrera y por los cuales habría que realizar esfuerzos titánicos e individualizados para poder sacarlos del hoyo?
Nuria… 13 años. La mamá de Nuria tiene una leve discapacidad mental; se ha liado con un usuario de drogas que la embarazó. Comparten los tres una pieza minúscula con una cama de una plaza. La niña tiene años vagando en la calle para conseguir el peso a cualquier costo. Después de largos y tediosos trámites, ella ha sido aceptada en un hogar para niñas. Quería ingresar, pero a los pocos días se ha rebelado. No ha aceptado los exámenes médicos necesarios: “solo su hombre le puede meter la mano por allá”. Tiene más mundo que una mujer de la calle. Su vocabulario es de una grosería espantosa. Es desafiante, quería salir para estar con su “marido” de 14 años y ganar lo suyo. Fue sacada del hogar y regresada a su ambiente la semana pasada por alterar el orden.
Un simposio de tres días no sería suficiente para enumerar casos similares, que no encuentran posibles soluciones dentro de un sistema de protección poco eficiente, con escasos recursos y limitado personal para satisfacer una demanda en alza.
Todo está ligado a la lucha contra la pobreza y las desigualdades, la educación y formación de calidad, tanto de los niños, niñas y adolescentes como de los profesionales: educadores, psicólogos, trabajadores sociales, conserjes y todos los que trabajan con la niñez, los prejuicios, la religión que permite que niñas madres den a luz, la cultura barrial de encubrimiento, una sociedad con valores contradictorios y atravesada por antagonismos que se han profundizado.
Si bien una encuesta como la Enhogar ofrece indicadores para focalizar la acción gubernamental hacia los sectores más necesitados, estamos todavía muy lejos del estado de bienestar.
La grave crisis sanitaria que atravesamos puede dar largas a una situación apremiante. Mientras tanto, la realidad es que cada día que pasa es un día perdido en la vida de miles de niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia cuya vulnerabilidad ha sido agravada por la pandemia. ¡La niñez no puede esperar!