EL PADRE MANUEL BODENLLE no es un improvisado en los asuntos nacionales, y mucho menos un deslenguado en los asuntos eclesiales.
Hablamos del párroco de la Iglesia San Pablo Apóstol, del Distrito Nacional, y que ha sido además sacerdote en muchos otros sectores, especialmente marginados. Siempre lo recordamos como el párroco de Gualey, una de las más pobres comunidades de la zona norte del Distrito Nacional.
El padre Manuel Bodenlle es diocesano y ha vivido en la República Dominicana en los últimos 43 años.
Es un hombre cristiano, a carta cabal, y le duele lo que le pasa a su feligresía, y siente a su comunidad en el sufrimiento cotidiano. El padre Manuel no es un hombre con miedo, en el buen sentido de la palabra, pues es de los cristianos que solo temen la ira de su Dios, y le importa un bledo la rabia de los políticos o de los jerarcas católicos locales. En ese sentido, el padre Manuel tiene un fuerte parecido con el papa Francisco, quien como Mario Jorge Bergoglio, en Buenos Aires, tampoco temía montarse en un autobús o socializar con su feligresía.
El padre Manuel ha dado unas declaraciones que tienen que retumbar en los oídos de las autoridades oficiales, del gobierno y de la Iglesia, y que a su vez tienen que servir para despertar el sueño en que se encuentran muchos cristianos o que creen ser cristianos porque sin fallar acuden a misa casi a diario.
El padre Manuel Bodenlle acusó al gobierno y a las autoridades de la Iglesia de traicionar los principios básicos del pueblo dominicano para lograr una sociedad humana, vivible, solidaria y menos corrupta.
Declaró que si Juan Bosch y José Francisco Peña Gómez se levantaran de sus tumbas tomarían un látigo y echarían hacia fuera a quienes traicionaron sus principios, incluido al Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, a los obispos y a él mismo, como sacerdote.
Dijo que la riqueza queda repartida en un grupito de personas y no en el conjunto de la sociedad, algo que es una injusticia y que nunca fue lo que soñaron los líderes políticos a los que hizo referencia.
Criticó a los que se aferran al poder, “porque lo hacen no para servir al pueblo sino para servirse a sí mismos, incluso obispos y sacerdotes, quienes se convierten en funcionarios religiosos que exhiben toda clase de lujo”.
Citó directamente al Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez y a los demás obispos del país, criticándolos como traidores de los principios básicos, que garantizan una humanidad más justa, en la que nadie esté por encima de los demás.
Acusó a la Iglesia Católica de mantenerse en el pasado y de patrocinar su primer mandamiento de “callar”, el segundo de “votar”, para justificar que se “robe”, y el tercero es “construir”.
Le pidió a la Virgen de la Altagracia “sácanos de tantas injusticias, opresión, miseria económica, social, cultural y moral”.
El padre Manuel Bedenlle entiende la realidad de la sociedad dominicana, y en particular el tema de corrupción que arropa a todos los sectores, en especial al gobierno. Pidió a la Virgen que “nos ayude a salir a los dominicanos de tanta corrupción, que lo permeabilidad todo, hasta la religión. Queremos honestidad, honradez, pulcritud y sentido común, que es el menos común de los sentidos”.
Y disparó el padre Manuel contra el clientelismo tan en boga en la política dominicana. Se olvidó de la solemnidad del recinto eclesial. Pidió “que se acabe la maldita fundida para siempre”. Que cuando llegó al país, hace 43 años, pensaba que esas dádivas terminarían cuando se acaban los gobiernos de Joaquín Balaguer. Sin embargo eso sigue, y ahora con más intensidad.
Definió la repartición de fundidas como una traición a los postulados del profesor Juan Bosch. Lo que debía hacer el gobierno que se precie de boschista es crear empleos con salarios dignos.
Y para terminar, con broche de oro este excelente sermón, el padre Manuel Bedenlle, definió a los políticos como “politiqueros traficantes de promesas falsas y farsantes”.
Los datos de este sermón fueron recogidos en forma brillante por el reportero Juan Manuel Ramirez, del diario Hoy, y publicados en la página 6A, de la edición del jueves 22 de enero.
Un sacerdote bravo, valiente, cristiano, que emula a Jesús y que no teme las represalias, que debe sobrevivir a la maldad y que ojalá pueda ascender en su compromiso con la verdad y con el pueblo.