El expresidente Danilo Medina dijo -en una de las primeras reuniones de la cúpula del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) tras salir del poder- que esa organización no había ofrecido al país su "mejor versión" al final de su gobierno.
El repudio al PLD expresado por amplios sectores de la sociedad, cada vez que sus más conocidos dirigentes asoman la cabeza, ha venido a confirmar la afirmación del expresidente Medina. El peledeísmo no está en un buen momento y crecen las interrogantes sobre su futuro.
Ahora bien ¿Merece el PLD desaparecer del escenario político o disminuirse hasta convertirse en un pequeño partido sin posibilidad de ganar las elecciones? El asunto bien vale la reflexión.
El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) transita por un período muy singular en sus 47 años de existencia.
El partido fundado por Juan Bosch, a raíz de su salida del PRD, en diciembre de 1973, ha cosechado logros políticos notables. Casi obtuvo el poder en 1990 en unas elecciones que enfrentó al reeleccionista presidente Joaquín Balaguer. Cuatro años después, en 1994, se redujo al tercer lugar y su votación quedó muy disminuida. Solo dos años después obtuvo su primer triunfo con dos candidatos jóvenes Leonel Fernández Reyna y Jaime David Fernández Mirabal.
Los pueblos son hoy más exigentes con sus partidos y dirgentes; no les suscriben un apoyo incondicional, sino que les reclaman decisiones internas democráticas y abiertas, inclusión y renovación
Ese primer gobierno del PLD, 1996-2000, no habría sido posible si el partido de Bosch no hubiese obtenido el apoyo decisivo del presidente Balaguer, mismo al que había acusado de cometer un "fraude colosal" y ejercer un "poder usurpado".
El PLD sufrió una derrota humillante en las elecciones de congresuales y municipales de 1998. Y dos años después, la negativa de Balaguer a mantenerle el apoyo en las elecciones del 2000 facilitó la victoria del PRD, entonces con los candidatos Hipólito Mejía y Milagros Ortiz Bosch. Danilo Medina fue el candidato derrotado del PLD. En los comicios de medio término de 2002, de nuevo el PLD fue derrotado.
Pero el PLD habría de recuperar el poder relativamente fácil en 2004. Con el desgaste y la división del PRD, por factores como la crisis económica derivada de los tres grandes fraudes bancarios y la imposición de una reforma constitucional para lanzar una propuesta reeleccionista inviable, poco tuvo que hacer el partido morado con su candidato Leonel Fernández para ganar en primera vuelta de manera holgada.
Desde 2004 el PLD se mantendría en el poder ganando todas las elecciones presidenciales, congresuales y municipales hasta 2016. El PLD llegó al 2020 con veinte años de ejercicio presidencial, 16 de manera consecutiva. La derrota de Leonel Fernández en las primarias de octubre de 2019, elecciones en las que denunció un supuesto fraude, produjo su salida del PLD para fundar otro partido. Esa escisión más los graves escándalos de corrupción, llevaron al PLD a la derrota en 2020.
La repulsa que ahora generan el PLD y los dirigentes más conocidos de su aparato se ha convertido en un grave problema para los planes peledeístas de recuperación del poder. A esto se añade que el nuevo partido de Leonel Fernández, Fuerza del Pueblo, le ha estado conquistado al PLD senadores, diputados, alcaldes y dirigentes medios.
Quienes adversan al PLD desde la militancia política o desde sus simpatías personales podrían alegrarse de la crisis que sufre el partido morado.
Y los más osados quisieran que el gubernamental Partido Revolucionario Moderno (PRM) diera al PLD una cucharada de su propia medicina sustrayéndole dirigentes, socavando la lealtad de sus bases y debilitándolo ejerciendo todo tipo de presión con la fuerza del poder. En otras palabras repetir lo que en su momento hizo el PLD con el Partido Reformista y con el PRD.
Pero no es saludable y conveniente para la República Dominicana que los partidos se debiliten o desaparezcan. No es buen ejercicio político empeñarse desde el poder en destruir a los competidores. Ese proceder es propio de gobiernos proclives al poder absoluto y sin oposición o disidencia. Para bien del país no es esta la aspiración del gobierno del presidente Luis Abinader y de la coalición que lidera el Partido Revolucionario Moderno (PRM). El gobernante ha reiterado que el límite al poder y el contrapeso son necesarios y saludables.
Un sistema de gobierno basado en la libre alternancia a partir del voto de la ciudadanía, no se beneficia de la destrucción de sus partidos. Los partidos fuertes, institucionalizados, constituyen uno de los pilares de un país que aspire a ser democrático.
Y lo mejor de todo es que los pueblos son hoy más exigentes con sus partidos y dirgentes; no les suscriben un apoyo incondicional, sino que les reclaman decisiones internas democráticas y abiertas, inclusión y renovación. A este justo reclamo no escapan los partidos de la oposición ni los del gobierno.