Estados Unidos acaba de estrenar gobierno con los demócratas Joe Biden, presidente, y Kamala Harris, vicepresidenta.

Las elecciones y el traspaso de mando en EE.UU no habría sido una noticia tan trascedente dentro y fuera de sus fronteras si no hubiesen estado accidentadas por las constantes denuncias del presidente saliente Donald Trump, quien alentó a sus seguidores más fanatizados y beligerantes a no reconocer el triunfo de Biden y a intimidar a los congresistas para que no reconocieran y formalizaran los resultados de los comicios de noviembre.

Lo que le espera al nuevo gobierno estadounidense no es tarea sancilla ni fácil. Hereda un país cargado de tensiones políticas y sociales, con esa gran economía afectada por los efectos de la pandemia de la Covid-19, con una crisis sanitaria que ha cobrado la vida de más de 400 mil personas, y unas relaciones exteriores muy deterioradas, sobre todo con los aliados y socios tradicionales y fundamentales.

Si algo positivo aportó el presidenteTrump, y esto lo decimos sin ironía ni cinismo, fue mostrar al verdadero EE.UU, a ese gran país tal como es, y no con la idílica imagen que solo existe en la imaginación hollywoodense que tiene una gran parte del mundo sobre el coloso de Norteamérica.

La gran potencia capitalista, EE.UU, bajo el mandato de Trump se la pasó intentanto cerrar sus fronteras geográficas y comerciales, y actuando contra el libre mercado y el libre comercio. Una paradoja

Las divisiones sociales, los recelos, desconfianzas y odios étnicos siempre han estado presentes en EEUU, pese a los grandes cambios que se lograron con las luchas por el fin de la esclavitud y por establecer los derechos civiles sin distinción de personas.

Donald Trump solo hizo evidente esos males y los utilizó como un explosivo material de  una campaña permanente antes, durante y después de su cuatrienio, lo que provocó que grupos del supremacismo blanco, entre otros, mostraran la cara y marcharan erguidos como no lo hacían hacía decenios.

Trump también manipuló la historia reciente y culpó a otros países de los resultados negativos que para una porción de la población estadounidense generó el modelo económico que busca ventajas instalando fábricas fuera de las fronteras de EE.UU.

No es cierto, por ejemplo, que los chinos y los mexicanos se "roban" los empleos de los estaodunidenses. La verdad es que muchas corporaciones norteamericanas cerraron sus fábricas en territorio de EE.UU para trasladarlas a China y a México y producir con mano de obra más barata, entre otras ventajas. Esos mismos empresarios luego venden sus productos a los consumidores de EE.UU a precios muy por debajo de los que habría que pagar si toda la producción se llevara a cabo dentro del territorio estadounidense.

Nadie debe culpar a esas empresas por aprovechar esas ventajas comparativas que ofrecen China y México, que son los ejemplos que hemos querido mencionar. Se trata de  la lógica con la que operan el capitalismo, la libre empresa, el libre mercado. O sea el sistema que por más de un siglo EE.UU promovió como el mejor  y superior.

En reuniones del G-20 y G-7, entre otras organizaciones internacionales, celebradas en el cuatrienio que acaba de terminar, el país que se mantuvo promoviendo las virtudes del libre comercio fue la República Popular China, la única potencia socialista, cuyos líderes se definen como marxistas, leninistas y maoístas.

La gran potencia capitalista, EE.UU, bajo el mandato de Trump se la pasó intentanto cerrar sus fronteras geográficas y comerciales, y actuando contra el libre mercado y el libre comercio. Una paradoja, sobre todo si se repara en el hecho de que el Partido Republicano, que llevó a Trump al gobierno, ha sido el gran promotor de la liberalización de la economóa dentro y fuera de EE.UU.

Superado el gobierno de Trump, el gobierno de Biden necesitará convencer a los estadounidenses de que no es posible materializar el sueño que les vendió Trump: volver al reinado casi absoluto que disfrutó EE.UU en el mundo, con apenas algún contrapeso.

También necesitará convencer a casi la mitad de su población de que EE.UU es un país multiétnico, multicultural, diverso, que influye en otros países y al mismo tiempo recibe y asimila influencias de las demás naciones, y que esta es una realidad enriquecedora, positiva, que fortalece a la sociedad estadounidense, lejos de dañarla y debilitarla. El  melting pot debe de ser reivindicado.