Muchas veces las estadísticas arrojan datos que pueden resultar curiosos.

En el mundo nacen más niños que niñas, por lo que en las primeras edades hay prevalencia del sexo masculino; pero desde un principio comienzan a equilibrarse las cosas pues, por alguna razón biológica o social, los varones comienzan a morir más temprano: en los años de juventud ya ha desaparecido el excedente de varones, a los cincuenta años ya hay marcadamente más mujeres, y al llegar a los ochenta quedan relativamente pocos varones.

Otras veces las estadísticas se prestan a interpretaciones equivocadas, particularmente cuando no se toman en cuenta algunos sesgos que puede conllevar su elaboración. Por ejemplo, es bien conocido que las condicione de vida son habitualmente peores para la población que vive en la zona rural que en la urbana, razón que provoca migración de hogares a las ciudades, quedando en algunos campos muchas viviendas vacías. Eso hace que al promediarse las cosas aparezca un déficit habitacional esencialmente como un fenómeno urbano y que en el campo no hay problemas.

Pero más curioso puede ocurrir al medir determinados indicadores, como la mortalidad infantil o en la niñez, si se miden en base a los registros vitales. En este caso la mortalidad queda sobrevaluada en la zona urbana, y mientras más grande es la ciudad mayor es la mortalidad, debido a que los niños que se enferman en el campo los llevan al hospital en la ciudad y aquellos que se agravan en una ciudad pequeña los llevan a un hospital especializado en una ciudad grande, donde muchos terminan muriendo. Este sesgo se reduce midiéndolas mediante censos o encuestas.

Las tasas de desempleo son marcadamente altas entre la población muy joven y entre las mujeres. Seguramente eso refleja un fallo de la estructura económica al generar menos empleos para esos segmentos, pero también una curiosidad estadística: cuando en un hogar todos se quedan sin empleo, el padre de familia sale al día siguiente a limpiar o cuidar carros, a vender naranjas y hasta perritos en la calle con tal de traer algo al hogar, debido a que la sociedad a él le impone una mayor presión como sostenedor, mientras las mujeres que no son jefas de familia o los hijos que permanecen en el hogar, pueden esperar más tiempo en lo que aparece algo más congruente con sus expectativas y capacidades. Cuando se hace la encuesta, el hombre adulto aparece como ocupado, y la mujer y el joven como desempleados.

Cuando el Banco Central (o la oficina que sea) realiza las encuestas de presupuestos familiares computa la canasta media de un hogar, es decir, lo que efectivamente consume con los ingresos que logran reunir sus miembros. Eso no tiene ninguna connotación normativa (lo que debería ser), sino sencillamente lo que es. Ojalá todo el mundo que fuera mayor que eso.  Por tal razón se elaboran canastas para diferentes estratos de ingresos (y las de los ricos son mucho más elevadas que las de los pobres) o por zonas geográficas sin que ello indique que sea bueno o malo.

Sin embargo, mucha gente cree que el valor de la canasta familiar se refiere a lo que debería ganar un trabajador para vivir bien y, por tanto, que ese debería ser el criterio para fijar salarios. Si fuéramos a partir de una canasta deseable para los salarios, entonces habría razones para reclamar iguales salarios en Haití que en Suecia, pues es una cuestión de justicia que la gente tiene el mismo merecimiento independientemente del contexto económico en que viva, y en este mundo globalizado igual canasta (la deseable) cuesta casi lo mismo en cualquier país.

Ahora bien, hay otros criterios que sí son fundamentales para discutir el tema de los salarios. El primero es un asunto de justicia social, y es que debido a una serie de razones, como el sistema de valores y creencias o la ideología prevaleciente, algunas sociedades son más tolerantes e indiferentes que otras frente a los desequilibrios sociales.

Otros son indicadores más objetivos, como la inflación y la productividad del trabajo. La inflación, porque si el salario no se ajusta a medida que suben los precios disminuye el salario real (lo que ha ocurrido en la República Dominicana) y la familia del trabajador pasa a vivir peor. Y la productividad media del trabajo, porque si esta aumenta y el salario no, entonces solo el capitalista se apropia del progreso y la sociedad se hace más injusta. Esto no es bueno para nadie.

Existe un concepto de canasta que sí es normativo (lo que debería ser), que se refiere a la canasta alimenticia. La Organización Mundial de la Salud define una canasta normativa de los nutrientes que debería ingerir una persona para estar bien alimentada, tales como proteínas, calorías y otros; su costo suele usarse como parámetro para definir y medir niveles de pobreza e indigencia: aquellos cuyo ingreso no les alcance para consumirlos se consideran en pobreza extrema, y si no tienen una porción adicional  para otras necesidades son pobres. Por eso, entre otras razones, en los países de bajo ingreso hay más pobres que en los de alto ingreso, aunque decir esto parece una cantinflada.