El mundo se encuentra en una situación crítica y demandante para todos, gobiernos y ciudadanos. El COVID-19 tiene en vilo a más de 176 países, de los 194 que conforman el mapa mundial. La cantidad y diversidad de espacios geográficos afectados constituye una preocupación grave para los gobiernos y para los ciudadanos. El avance progresivo de un virus letal que afecta a más de 300,000 personas y ha provocado el fallecimiento de más de 13,000 mantiene a un alto porcentaje de los países en estado de alerta permanente. La República Dominicana se encuentra dentro de las naciones intervenidas por el virus. Al analizar el COVID-19 y sus efectos en el mundo, generalmente se pone más fuerza en sus rasgos biológicos y científicos; se destaca, también, su incidencia social. Sin embargo, es necesario acentuar más su potencial político, al desvelar el rol que desempeña el ejercicio ciudadano corresponsable para contener la expansión y la intensidad del virus. Estamos frente a un virus que interpela y compromete la responsabilidad personal y social.  Al relevar la importancia de una acción ciudadana, consciente y comprometida, no eximo a ningún gobierno, y mucho menos al de la República Dominicana, de sus obligaciones para prevenir y cuidar la salud de todos los dominicanos, sean del partido que sean. No hay razones para eludir responsabilidades en la esfera gubernamental, especialmente desde el ámbito presidencial, pues los derechos de los ciudadanos no se mendigan; se reconocen y respetan.

Nos interesa subrayar que el COVID-19 no solo aporta lecciones para aprender con efectividad la gestión de las consecuencias del virus; ofrece oportunidades para una formación sociopolítica situada y pertinente. Mueve a la reflexión continua para recuperar valores como la solidaridad y la veracidad. Se han observado casos vinculados a la circulación del virus por el ocultamiento y la actitud egoísta; de ahí la necesidad de ponerle atención a los aprendizajes personales y colectivos que derivan de la asunción responsable de los efectos generados por el coronavirus.

Tomar posición en esta dirección no significa solo un acto misericordioso. No. Implica una posición política, puesto que se piensa y actúa en función del bien común, no solo del bien particular. En esta dirección, conviene señalar que la pandemia que nos afecta globalmente invita, además, a que mantengamos los ojos abiertos. Nada ni nadie nos puede distraer un segundo.

Los ojos han de estar abiertos las 24 horas del día, para que ningún gobierno del planeta intente utilizar tiempos difíciles y situaciones de emergencia para dispersar fondos públicos y cercenar derechos ciudadanos alcanzados con lucha persistente y sangre derramada. Ojos abiertos, para cumplir con los compromisos ciudadanos sin titubear; ojos abiertos para leer más allá de lo aparente; para identificar con precisión la cara oculta de las informaciones y de las medidas vinculadas al exterminio del virus.

Importa erradicar la ingenuidad y fortalecer el trabajo compartido para que los países, especialmente el nuestro, salgan fortalecidos del caos humano y social que está provocando el coronavirus. Los ojos no pueden cerrarse ni para coger impulso. Necesitamos estas dos linternas para alentar la esperanza al mirar a enfermos y sanos con ternura y compasión. Las requerimos, también, para identificar prácticas de la sociedad y de los gobiernos que violentan la integridad de las personas y los derechos ciudadanos, al aprovechar la situación de confusión y miedo generado por la pandemia para realizar operaciones que hieren la economía y esterilizan los residuos de democracia que se alcanzan a ver. Debemos tener ojos encendidos para anticipar aquello que beneficia a todos; aquello que nos constituye como sujetos colectivos para servirle al país con amor desbordante.