Hace apenas unas semanas, el 12 de enero, una noticia auspiciosa parecía reorientar la ruta de las relaciones dominico-haitianas hacia un espíritu democrático y humanista.
El canciller Roberto Álvarez comunicaba desde el Palacio Nacional que los presidentes de ambos países habían trazado una ruta de colaboración para mejorar la convivencia como dos Estados nación que están llamados a compartir la misma isla.
Esa ruta contenía nueve puntos: trabajar para mejorar el registro civil haitiano; reducir el uso de hospitales por parte de nacionales haitianos; mejorar la delimitación marítima; implementar «tecnologías de vanguardia» para controlar el paso irregular de personas, el tráfico de armas y el narcotráfico; mejorar la formación de las fuerzas de seguridad para el control fronterizo; fomentar la cooperación en materia de energía, producción agrícola e industrial, en combustible para cocinar y en los esfuerzos para frenar la desertificación; promover la creación de productos biodegradables para proteger el medio ambiente; alcanzar un acuerdo comercial que permita contrarrestar el contrabando y, por último, diseñar una matriz de interconexión energética entre ambos países, priorizando las energías renovables.
En su primera rendición de cuentas del 27 de febrero pasado, sin embargo, el Presidente anunció con decisión y tono de urgencia la ejecución de un proyecto que cambia radicalmente el tono del acuerdo de los nueve puntos citados.
Informó que se va a construir «una doble verja perimetral en los tramos más conflictivos y una simple en el resto» de la frontera para garantizar la seguridad del territorio dominicano. Esta verja vendría acompañada de medios tecnológicos de vigilancia y control.
En el día de ayer, el Canciller anunciaba en una entrevista el modo en que se iba a proceder para construir esta verja y los aditamentos que la complementarían para cubrir los espacios que al parecer no tocaría. Explicaba en un programa televisivo que se extendería sobre unos 190 kilómetros de los 391 que tiene la frontera con Haití, que su costo superaría los 100 millones de dólares y que se trata de un proyecto a largo plazo. Como para suavizar la noticia, informó que ya existen 23 kilómetros de verja y que para final de año se espera llegar a 30 kilómetros.
Otra revelación importante que hizo es que el gobierno dominicano ya está hablando con dos empresas israelíes y una española, cuyo trabajo consistiría en ofrecer una verja en parte tecnológica y en parte física, como informó el Presidente. Entre los recursos electrónicos estarán drones y sensores. El contrato de una de esas empresas se hará recurriendo a diversos modelos de financiamiento. El Canciller se apresuró a explicar que el presupuesto nacional no está comprometido con esta decisión y suavizó el asunto explicando que 100 millones de dólares contratados a largo plazo no es la gran suma de dinero.
De acuerdo al Canciller dominicano, además de apuntar a la mejoría de la seguridad y de control del contrabando, estas medidas están orientadas a garantizar la convivencia entre ambas naciones.
Nos preguntamos, ¿es una verja el medio adecuado para la finalidad señalada? ¿Qué ruta diplomática queda establecida con esta decisión? Lamentablemente, una vez más se ha sustituido el enfoque de la cooperación por el de la coacción. Otra vez se ha vuelto a focalizar falazmente la seguridad del territorio en la línea fronteriza. En pocas palabras, una vez más hemos vuelto al esquema de enfrentar nuestras relaciones con Haití de manera militaresca y poco democráticas, ignorando la dinámica espacial completa del territorio nacional y la dinámica ecológica compleja del bioma isleño.
Ignoramos a qué urgencias, temores, expectativas o compromisos ocultos han llevado al gobierno del PRM a cambiar su ruta en el tratamiento de las relaciones con Haití. Pero no podemos dejar de señalar que la nueva ruta es históricamente errada y que no solucionará lo que promete. Más que construir muros, se trata de construir puentes y canales de cooperación que permitan crear relaciones fluidas y respetuosas entre ambas naciones. ¿Cómo se sentiría usted si el vecino le planta un muro alto con alambres de púa entre su casa y la suya, le pone cámaras de seguridad y contrata un guardián armado, y luego le llama por teléfono para decirle que ha tomado todas esas medidas para mejorar las relaciones vecinales?
Muchos funcionarios del gobierno, entre ellos diplomáticos recién nombrados, dicen que admiran mucho al papa Francisco. Sería bueno que esos funcionarios se reunieran al menos electrónicamente para meditar la encíclica Fratelli tutti, y se preguntaran cómo aplicarla a nuestras relaciones con Haití, con vistas a proponer un correctivo ético al desdichado cambio de ruta al que acabamos de asistir. Un primer paso podría ser meditar la siguiente cita y preguntarse si se resigna a no hacer nada al respecto:
«Paradójicamente, hay miedos ancestrales que no han sido superados por el desarrollo tecnológico; es más, han sabido esconderse y potenciarse detrás de nuevas tecnologías. Aun hoy, detrás de la muralla de la antigua ciudad está el abismo, el territorio de lo desconocido, el desierto. Lo que proceda de allí no es confiable porque no es conocido, no es familiar, no pertenece a la aldea. Es el territorio de lo “bárbaro”, del cual hay que defenderse a costa de lo que sea. Por consiguiente, se crean nuevas barreras para la autopreservación, de manera que deja de existir el mundo y únicamente existe “mi” mundo, hasta el punto de que muchos dejan de ser considerados seres humanos con una dignidad inalienable y pasan a ser sólo “ellos”. Reaparece la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros, muros en el corazón, muros en la tierra para evitar este encuentro con otras culturas, con otras personas. Y cualquiera que levante un muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes. Porque le falta esta alteridad». (Papa Francisco, Fratelli tutti, n. 27).