En el Este del país, entre las provincias La Romana e Higuey, se encuentra el municipio turístico de Bayahibe, con una exuberancia marítima envidiable, con un litoral playero único, con una cantidad de habitaciones hoteleras impresionante, y con un desarrollo potencial de dimensiones insospechadas.
Aunque algunos piensan que Bayahibe pertenece a La Romana, y así quedan reflejadas las estadísticas Bayahibe/La Romana aportadas por el Banco Central, en realidad el municipio pertenece a la provincia La Altagracia, en donde sus autoridades demuestran poco interés por atender las necesidades de esa alejada localidad y aportar políticas que contribuyan al mejoramiento y regularización del lugar.
Bayahibe ha crecido y sigue creciendo al ritmo de su riqueza, con una ocupación hotelera promedio durante todo el 2014 de 86.6%, y con desarrollo inmobiliario que puede verse solo al recorrer los alrededores de esa comunidad.
Miles de turistas llegan a Bayahibe cada día, en especial para disfrutar de sus playas, para pernoctar en sus hoteles, pero muy decididamente para acudir a la isla Saona, a la isla Catalina o acudir a Catalinita, pasando el paso del Catuano, entre el famoso Parque del Este y la Saona.
La riqueza de Bayahibe no solo se circunscribe a que se encuentra en la orilla del Parque del Este, que tiene la mayor riqueza en cuevas y en rastros de la cultura taína, sino a que su flora, su fauna y la riqueza de la costa, con los arrecifes y las zonas de buceos más atractivas de la región, le hacen un lugar envidiable y de ensueño.
Sin embargo, no hay orden en Bayahibe, ni higiene, ni seguridad, ni organización. Los ministerios de Turismo y Medio Ambiente hacen poco por Bayahibe. Más bien recaudan mucho dinero, que se llevan y que ni siquiera sirve para el pago del personal de servicio. Cada visitante que va las islas Saona o Catalina debe pagar la suma de 100 pesos al Ministerio de Medio Ambiente, y son miles los que acuden a vacacionar allí, y ese dinero debía servir por lo menos para mejorar las condiciones del embarcadero en Bayahibe. Y no es así.
En el centro del municipio, que está a la orilla de la playa pública, los dueños de embarcaciones son los señorones del mar. Es lugar se encuentran en estado lamentable. Docenas de autobuses se estacionan en los alrededores, y por supuesto los restaurantes de italianos establecidos allí no contribuyen con la higiene y la buena impresión del lugar.
Motoconchos, vendedores ambulantes, ofertantes de pescados recién atrapados, venduteros de artesanías, carteristas, oportunistas, vendedores de sexo y cualquier otro defensor de oficios que pusieran atraer al turista, se arremolinan allí, a la espera de que las embarcaciones desmonten, directamente al agua, a los turistas que regresan de las islas.
Las aguas negras, los perros realengos, los niños que se exhiben en la miseria, el policía que va en una pasola y el italiano con todo el cuerpo tatuado que monta una motocicleta de alto poder son parte del paisaje. Los viejos restaurantes de dominicanos expertos, las cocinas trepidantes de las mujeres que se especializaron en mariscos al sazón dominicano, casi ni se encienden, porque las pizzas y los platos italianos dominan el escenario. Carne, mucha carne se oferta allí, donde el lambí, la langosta, los camarones y pescados abundan frescos. Es una batalla frente a la cocina italiana que la llevan perdida los dominicanos.
El problema es que no hay autoridad que valga. Las embarcaciones tienen más derechos que las personas. El turista es un visitante exprimible, al que se le considera poco porque nunca regresará a ese lugar. Los taxistas cobran por sus servicios de transporte y cobran a los dueños de los restaurantes sobre invariablemente depositan a los turistas.
Alguien tiene que ir al rescate de Bayahibe, disponer la limpieza, establecer el orden, disponer la existencia de una autoridad que decide las normas. Si de verdad quieren que el turismo prospere, y que Danilo Medina se acerque a la meta de los 10 millones de turistas por año, tienen que ayudar a Bayahibe. Y con ello se ayuda los demás polos turísticos que pasan por la misma situación de desorden y falta de autoridad. Ya hemos vivido las consecuencias de ese desorden en Puerto Plata, por ejemplo, en donde los choferes que peleaban por pasajeros ahuyentaron a los barcos del turismo de crucero.
El papel le corresponde principalmente al Ministerio de Turismo, con el apoyo de Medio Ambiente, de las autoridades locales, y de la Policía Nacional. Es tiempo de salvar el turismo en esa importante comunidad.