La República Dominicana  constata que  en el seno de su sociedad algo nuevo está surgiendo. Es un signo nuevo, del cual  hemos de  agradecer  y de aprovechar todo lo que nos puede enseñar y lo que nos toca aprender. Un movimiento de esta naturaleza no ocurre al azar, es fruto de la madurez y  de la responsabilidad  que la sociedad va adquiriendo y desarrollando. ¿Qué nos indica este Movimiento?  Son diversos los hechos y experiencias que nos presenta: nos indica que la sociedad no está dormida; está despierta para pensar, para denunciar, para demandar y proponer. Nos señala, también, que la acción coordinada, con propósitos e intereses comunes, tiene más sentido y fuerza  que la acción individual y unilateral. Pero, además, nos señala que la articulación de fuerzas le abre paso a la visión plural, a iniciativas polivalentes y a una participación social informada y orgánica.

Este movimiento nos plantea que la impunidad, el soborno, el robo público y privado, la opacidad, el dualismo personal e institucional, las prebendas y la malversación del erario público  no constituyen una parte integrante de las opciones y de los planes  de un ciudadano comprometido con la dignificación de la sociedad dominicana ni con la instauración de un estado de derecho que salvaguarde la integridad personal, institucional y nacional.

Este movimiento ha espoleado  la creatividad de las personas que  libremente se han integrado al mismo. Esto es una expresión de la salud del movimiento y de la ocasión que nos ofrece para superar la lógica de “más de lo mismo”. En este contexto, es necesario que avancemos hacia una educación más ética.

El tipo de educación al que necesitamos avanzar implica múltiples procesos, los cuales tienen un dinamismo transformador de prácticas, de culturas y de los modos de gestionar el poder,  los recursos  y las relaciones.  En este sentido, la educación familiar,  la educación preuniversitaria, la educación superior y la organizacional han de preparar a sus miembros para que la conciencia crítica, el compromiso ético y la corresponsabilidad ciudadana sean principios inviolables; sean principios constitutivos de la manera de ser y de hacer de las personas y de las instituciones. Por ello, tenemos que recuperar las familias; tenemos que reconstruirlas y buscar alternativas para sostenerlas en el tiempo y en la acción. Asimismo, la educación preuniversitaria tiene que ser menos volátil, menos epidérmica; debe ahondar en las raíces de la ética crítica, en las bases de los derechos humanos, sociales, políticos y ecológicos.

Una educación de esta naturaleza tendrá que dedicarle  tiempo de calidad y  más rigor a la formación de la conciencia personal y colectiva; a la formación de la voluntad y de la mentalidad de los sujetos de la educación para que se apropien y acojan la alfabetización ciudadana y ética. Esta modalidad de alfabetización no es un deseo, es una urgencia nacional. Sin ciudadanos íntegros y con una ética integral, la sociedad se cosifica y los ciudadanos asumen como normal el comportamiento característico del corrupto.

A su vez, la educación superior tiene la tarea de cualificar y transformar la alfabetización ciudadana y ética en un compromiso intelectual, científico y social,  de estudiantes, de docentes  y de gestores universitarios. Esto  ha de evidenciarse en la curricula, en la cultura universitaria, en las decisiones institucionales y en las acciones que movilicen en la sociedad.  Se espera que la educación superior se constituya en un muro impenetrable de todo pensamiento o acción de carácter tóxico para la sociedad, como son  la impunidad, la corrupción; y la mentira personal y social. 

Asimismo,   las organizaciones sociales, educativas,  religiosas, políticas, empresariales, culturales, ecológicas, etc., también son responsables de idear y poner en práctica una educación que afirme la importancia de los principios que abogan por la transparencia, la rendición de cuenta; acciones que deben hacerse en el tiempo preciso y en cualquier circunstancia.  Las organizaciones indicadas están compelidas a una actuación prístina para que la sociedad fortalezca su madurez y profundice su desarrollo.  Si esta diversidad de instituciones responde a los requerimientos que plantea una educación más ética, daremos pasos generadores de cambios significativos en el comportamiento personal y social.

Una educación más ética contribuirá, sin lugar a dudas, con la instauración de una justicia más justa y equitativa. Contribuirá, además, con la construcción de una sociedad más civilizada, capaz de integrarse al conjunto de sociedades en el mundo que posee marcos éticos que  respetan y sostienen el sistema de justicia vigente. De igual manera, estas sociedades garantizan sistemas sociales y políticos que custodian y ejercitan los derechos ciudadanos e institucionales. Asumen la transparencia como cultura personal-institucional-social,  y  no hay demora ni titubeos para que  los infractores de las leyes  paguen las consecuencias que derivan de tales infracciones.

Avanzar hacia una educación más ética  implica una mirada intencionada a lo que hacemos  como educadores. Importa que veamos qué  estamos enfatizando en los momentos actuales. Conviene que auscultemos nuestra práctica para identificar qué lugar ocupan los problemas que afectan a la sociedad dominicana y qué procedimientos empleamos para no obviarlos y aportar alternativas de solución a los mismos.

Unamos nuestras fuerzas y pongamos lo mejor de nosotros mismos para avanzar con pasos firmes, con voluntad decida y con entusiasmo sostenido, hacia una educación más ética como ruta necesaria para  llegar a la meta: una sociedad dominicana más digna.