Estamos a la puerta de la celebración de La Nochebuena, una experiencia mágica en la que la sinergia familiar y la alegría colectiva invaden todo el país. Faltan pocas horas para que los cristianos del mundo volvamos a conmemorar el nacimiento del Dios con nosotros; fiesta que profundiza el gozo, la necesidad de comunión y la fraternidad en la geografía mundial. Son dos días de festividades que tienen su propia lógica y su pedagogía particular. Tienen como tronco común la construcción de la cercanía entre las distintas generaciones y la búsqueda de puntos interdependientes que afirmen la unión e igualdad entre los humanos. Esta relación, de ser auténtica, impactará a los demás seres que pueblan el cosmos. Son diversos los motivos que en este año han reducido en el mundo la fuente de alegría que constituye la Navidad. Basta con recordar las justas protestas en nuestro continente reclamando menos desigualdad social y mejores condiciones de vida; la muerte de miles de inmigrantes en los mares de Europa; la muerte de niños separados de sus familiares en Estados Unidos; y las cifras indetenibles de feminicidios en la esfera global y con impacto preocupante en la sociedad dominicana.

Ya conocemos por las redes sociales, la radio y la televisión los múltiples males del año. Además, los estamos  palpando en muchos hogares dominicanos.  No podemos evadir la realidad; pero tenemos que enfrentarla con la conciencia de que no todo se reduce a situaciones deshumanizantes. Consideramos que hemos de aguzar los sentidos para darnos cuenta de que en nuestro entorno hay experiencias y prácticas que van tejiendo un horizonte más prometedor, con posibilidad de recomponer vidas, colectividades y culturas institucionales. Para prevenir la depresión colectiva y promover una mirada más analítica y a la vez integral del contexto mundial, regional y local, hemos de afirmarnos en la necesidad de hurgar sobre hechos de esperanza que acontecen en los escenarios globales y, de modo especial, en la República Dominicana.

Es un imperativo, el ejercicio que nos convoca a redescubrir qué tan esperanzado estamos y cuáles son las esperanzas que percibimos y experimentamos en el entorno inmediato. En los días que le quedan al 2019 y en el 2020, hemos de reencontrarnos con la esperanza en la vida cotidiana. Hemos de preguntarnos qué esperamos y qué podemos hacer para liberar a personas, familias e instituciones de la depresión y abulia. Identifiquemos signos esperanzadores en los espacios en los que nos movemos y existimos; recuperemos en la práctica valores, culturas familiares y sociales que potencian la amistad, el reconocimiento recíproco y la bondad humana. No olvidemos que formamos parte de uno de los pocos países donde todavía en la calle nos sonríen y nos dicen Buenos Días. Este es un bien escaso en el mundo y aquí aun podemos disfrutarlo. Es un aspecto tan diminuto y sencillo, que nos puede parecer ridículo valorarlo. Pero cuando constatamos que esa sencilla expresión es un elemento constitutivo de grandes principios de humanización, entonces nuestra postura ha de ser diferente. Hemos de abrir espacio y tiempo para verificar hechos que reconstruyen la esperanza en nuestra sociedad. El pueblo dominicano tiene una capacidad inmensa de reponerse de las situaciones y condiciones difíciles. El 2019 ha sido un período problemático, pero nos ha permitido vivencias cargadas de esperanzas como la lucha tenaz contra la corrupción, la impunidad y la desigualdad social. Estas acciones se inscriben en el marco de la esperanza política y humana. Hemos observado el esfuerzo continuo de organizaciones, de personas y de algunos medios de comunicación que defienden una democracia política y social integrales. Este es un hecho de esperanza significativo y necesario. El reconocimiento generalizado del deterioro de la educación en la República Dominicana también constituye un signo esperanzador; pues esto ha de provocar decisiones de políticas educativas menos líquidas y fugaces; más cualificadas y duraderas.

¡ALENTEMOS LA ESPERANZA! No dejemos que un pueblo caracterizado por una alegría natural y expansiva se vuelva triste y depresivo. Articulemos fuerzas para transformar los factores que carcomen la confianza en un porvenir más promisorio. Entremos al corazón de la vida cotidiana de los sectores mayoritarios, que a su vez son los más vulnerables, para identificar con ellos alternativas capaces de ayudarnos a mantenernos esperanzados y comprometidos con una sociedad más desarrollada y con equidad. La Nochebuena de mañana y la Navidad de pasado mañana necesariamente tienen que comprometernos con una actitud de esperanza sostenida. Una canción, cuyo autor no recuerdo, indica que esperar es un reto, una tarea. ¡Vamos todos a cantarla y a construir esperanza en nuestro contexto cercano para vivir con mayor intensidad la Nochebuena y la Buena Noticia que es Navidad!