SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Comenzó a cultivar la tierra cuando los campos dominicanos se ceñían al rocío de la primavera o al frío mañanero del invierno. Cuando las comarcas obedecían las normas dictadas por las estaciones del año. A sus 10 años de edad, cuando el abuelo le preparó la primera azada para que aprendiera el oficio de labrar el surco y a producir los frutos del sembradío destinados a alimentar a la familia y a los vecinos, Juana Mercedes no soñaba en convertirse en líder de una organización campesina de mujeres.

Veinte años más tarde, la niña que acarició el sembradío, ayudó a fundar, junto a un grupo de activistas, la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas (Conamuca). Sus líderes se dieron cuenta de que, a pesar de pertenecer a una amplia organización agrícola, tenían realidades específicas distintas a las de los hombres, dentro de un ambiente de patriarcado que solo las invisibilizabas.

“Éramos mujeres de todas las provincias. Yo soy de Monte Plata, de una comunidad de Rincón Hondo. Era agricultora y trabajaba con mis abuelos desde antes de casarme. Nosotras nos dedicábamos a la agricultura y queríamos que se nos reconocieran nuestros derechos’’, dice Doña Juana Mercedes, una mañana en la que regresaba de San Juan, a donde acudió a supervisar los programas que desarrolla Conamuca en las comunidades.

‘‘Todas sufrimos muchísima desigualdad social, económica, ambiental, política. Lo que pasa es que unas lo sufrimos de una manera y otras de otra’’

Para fundar la organización, las agricultoras agarraron las únicas armas que tenían: sus voces, sus pies, sus esperanzas y los instrumentos para labrar la tierra. Renunciaron, sin enemistarse y solo para fortalecerse, al proteccionismo de los hombres y dieron sus primeros pasos en un camino pedregoso y baldío que aún, 32 años después, les maltrata los pies. Recorren un monte clausurado, minado de opresión a cada surco.

El camino, todavía con muchos rincones impenetrables, las llevó hacia la unificación. Unos cinco años fueron necesarios para que más de 10 mil mujeres se reunieran en la estatal Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y marcaran un punto de referencia para luchar.

‘‘Por ser campesinas nos discriminan, por ser pobres nos discriminan y por vivir en el campo, con caminos malos, nos discrimina mucho más. Tú me dices ‘voy pa allá’ y yo te digo ‘mira, el río está que no se puede cruzar. Eso es una discriminación porque pone una barrera para que la gente no pueda llegar donde nosotros. Nos aparta. Nos desecha’’.

Llegó noviembre de 1986, Joaquín Balaguer, que arrastraba un historial de represión y opresión, había retornado al Palacio Nacional meses antes, y las mujeres se reunieron en torno a un congreso.

“Organizadas o no, las mujeres siempre hemos hecho un trabajo, solo que no se ha reconocido’’, es la frase que antecede a explicar la creación de la Conamuca, ese primero de noviembre, en pleno esplendor del otoño.

“A pesar de las adversidades, de todos los movimientos que se formaron y se desboronaron, Conamuca quedó. Pasaron los años 80 y los 90, con toda la descomposición social que hubo, pero Conamuca quedó. Y quedaron las 16 federaciones que la componen’’, comparte con orgullo Doña Juana.

Ley sobre Reforma Agraria las inscribió en la tenencia de la tierra

Cuando el siete de marzo de 1997 se modificó la Ley de Reforma Agraria, las mujeres del campo salieron del anonimato, 154 años después de la Independencia Nacional. Era miércoles, mitad de semana. Por primera vez el Estado dominicano escribía sus nombres en un papel para reconocer su derecho a la posesión de tierras.

‘‘Ser pobre es un cáncer porque nos lo han creado, pero no es indigno. Usted tiene que luchar con esa pobreza, tratar de hacer las cosas bien y avanzar siempre. Y claro, defender su clase’’.

Se hacía consciente de la participación activa de la mujer en la economía, la producción de alimentos y las tareas agrícolas. Reconocía que las había discriminado simplemente por ser mujeres y, luego, por ser campesinas y pobres. Reconocía que en la Ley anterior, 5879 del 27 de abril de 1962, que reinó durante 35 años, había omitido que sus manos también cosechan la comida que se sirve en la mesa.

El término “mujer”,  y con la precisión “en las zonas rurales”, aparecía con toda la fuerza que caracterizó ese reto para ser colocadas delante del telón como productoras nacionales.

‘‘En los censos es una práctica común que las mujeres se cohíban y digan que son amas de casa, cuando en verdad son agricultoras’’.

“Las campesinas, los campesinos nunca la hemos tenido fácil’’, dice Doña Juana. “Después de la era de Trujillo y Balaguer toda la tierra estaba en manos de los terratenientes y nosotras tuvimos que luchar para rescatar esa tierra”.

Conamuca tuvo una participación activa en el camino hacia el inicio de esa reforma agraria que no arrancó de raíz la desigualdad sobre la titularidad de la tierra. ‘‘Todavía sigue siendo un problema porque están en manos de quien no la debería: las grandes empresas y los grandes terratenientes. Todavía para el campesino no hay mucho acceso”.

Como campesina, orgullosa de escuchar el canto de los pajaritos todos los días –describe–   tienen muy claro que busca algo más que un pedazo de tierra. Doña Juana siempre tiene la palabra dignidad en la punta de la lengua. Para ella una vida digna en el campo es impensable sin los caminos y puentes para cruzar los ríos.  Su voz se eleva cuando llama por su nombre los derechos que deben ser inherentes a las mujeres más olvidadas: ‘‘Nosotros estamos luchando por una reforma agraria integral: caminos, agua, vivienda, educación, electricidad, salud, desarrollo medioambiental’’.

‘‘Al campesino no se le tiene tanta consideración, primero porque es campesino; segundo, porque no tiene nada; y tercero, porque entienden que si le dan la tierra no la va a poner a producir. Esto último es verdad porque no podemos ir a buscar un préstamo. Para tomar un préstamo en el Banco Agrícola o en el de Reservas tienes que llevar todos los papeles de la tierra, que muchas veces no tienes’’

Sus anhelos son claros como el agua. Su esperanza se encauza hacia una agricultura sostenible, que las campesinas, los campesinos tengan formación para reconocer la importancia de cuidar cada monte, esos pequeños ecosistemas que permiten la vida de la flora y fauna.

También quiere que sus pequeños cultivos sean protegidos con seguros agrícolas para que en tiempos de calamidad ambiental ‘‘no lo perdamos todo’’.

No quiere apagar sus ojos antes de ver una mejor distribución de la tierra, ‘‘que todos tengamos acceso a ella’’, aclara.

El ‘‘Tú no sabes sembrar esto’’ y otras formas de discriminación en el conuco

Doña Juana cuenta que en la siembra siempre salen esas ideas patriarcales que minimizan el desempeño de la mujer en la producción agrícola. ‘‘Tú no sabes sembrar esto’’, ‘‘Qué lenta eres’’,  ‘‘Tenía que ser una mujer… apúrate’’, son algunos enunciados que escuchó mientras crecía en los conucos. Pausa y se ríe, por costumbre.

‘‘Los gobiernos deberían empeñarse en desarrollar el campo para que nosotros no tengamos que salir de nuestras comunidades’’.

Siempre ha cultivado, a pesar del machismo que se vive en ese trabajo ‘‘de hombres’’ –dice–. Produce orégano y cacao en su ‘‘tierrita’’. ‘‘Yo cosecho al año como dos quintales de cacao’’.

Dice que la agricultura del pobre no se ve porque es no logra abultar las cifras. Pero ‘‘el racimo de plátano que siembras en tu casa, del que comes tú y el vecino tiene un valor inimaginable. O la leche que compartes con tu comunidad de esa vaca que ordeñas y que es tu único sustento. Todo eso es un aporte al Estado. Estás evitando que mucha gente se muera de hambre’’, ilustra.

Desde Conamuca ha aprendido a abrir bien los ojos y la conciencia, junto a miles de mujeres de San Juan de la Maguana, Elías Piña y otras regiones del país, con un contexto desfavorable como denominador común. ‘‘Siempre hemos luchado para capacitarnos y aprender de género, masculinidad, soberanía alimentaria. Qué debemos hacer como campesinas –se pregunta–, qué es lo que debemos hacer, y cómo vamos a lograr ser parte de la toma de decisiones’’.

Pero Doña  Juana narra que las mujeres de los cultivos tienen muy claro la importancia de su grano de habichuela, de cacao, de arroz, de maíz… para la soberanía alimenticia del país y la subsistencia de la familia. Y, aunque los gobiernos –habla mirando cada año que se perdió en el olvido y cada día que se camina hacia el mañana–  no crean políticas públicas para el desarrollo campesino a largo plazo, estructuradas para que se aireen sin importar la fortaleza de las lluvias o la intensidad de la sequía, ella sabe que su función como flor silvestre es sembrar para alimentar, a unos cuantos o a un centenar.

‘‘Nosotras las mujeres tenemos que unirnos más para avanzar’’

Mientras habla, su memoria la conduce a pasar los ríos de Puerto Plata y de cada comunidad que visita como presidenta de Conamuca. Menciona el dolor de cabeza que provoca un río cuando crece y  te impide sacar al mercado tu producción de tres, cuatro y hasta seis meses.

Llama la atención, y  entristece la mirada, cada planta que se pudre por falta de un puente, o de un profesional agropecuario que no pudo llegar a tiempo o de una motoniveladora o de un tractor que las mujeres no pudieron conseguir porque en la subregional del Ministerio de Agricultura no había. ‘‘Ay, a los ricos se lo ponen en bandeja de plata, les llega como por arte de magia’’, se queja. ‘‘Hay zonas tan desoladas –agrega–’’ que se tratan como retazos de este país.