SANTO DOMINGO, República Dominicana.- El conflicto entre Estados Unidos y China traerá una oportunidad para modificar las fichas que juegan América Latina y el Caribe en el comercio mundial.
Sentado a varias esquinas del pesimismo, el socio de transformación estratégica y consultoría de Deloitte México, Froylán Campos, ve este escenario como el espacio ideal para que los países de la región se abran a nuevos mercados y redefinan su visión de hacer negocios.
Desde la mirada del experto, esta situación será positiva si Latinoamérica se enfoca en ser “más competitiva y rentable”, dos cualidades que, desde su punto de vista, constituyen sus principales retos.
En voz de Campos, las claves van desde sacar ventaja a la mano de obra barata, reducir costos aprovechando la cercanía con Estados Unidos y Canadá, enfocarse en el valor cultural de los productos locales para otros mercados y comenzar a trabajar con esquemas de valor agregado.
‘‘No es lo mismo vender a un mercado donde hay muchos hispanos, por ejemplo en Estados Unidos, donde sabemos las características, los gustos, la forma de comprar de esa población y probablemente hoy no estamos sacando todo el provecho que deberíamos. Versus temas asiáticos que no necesariamente comulgan con los sabores, productos o servicios que se generan a partir de ahí”, explica.
‘‘La corrupción no debe ser un inhibidor para poder hacer negocios’’
“Los países latinoamericanos deberían sacar provecho y hacer un análisis más profundo del mercado al que quieren llegar. Y desarrollar sus productos en función de mercados específicos’’.
Pero las puertas para las economías de la zona no se cierran con la embestida del gobierno de Donald Trump ni sus batallas arancelarias con China. Campos explica que en este momento en que las principales economías pelean por su protagonismo comercial, de este lado del mundo los países deberían expandir su mirada y observar todos los acuerdos comerciales que se tienen con otras potencias que, considera, se han desaprovechado hasta ahora.
“Si como empresarios se logra manejar de manera ética, los temas de corrupción no tendrían por qué afectar’’, continúa Campos. Esto a pesar de que la memoria reciente apunta a recordar el caso Odebrecht, el mayor escándalo de corrupción política y empresarial de la historia, de acuerdo con las consideraciones del Departamento de Justicia de los Estados Unidos.El expediente involucra a unos 10 países latinoamericanos –entre ellos las economías de mayor alcance en la región como Brasil, Argentina, México, Panamá y Perú, y en el que también está salpicada la República Dominicana– sobre un esquema de sobornos a funcionarios públicos para la adjudicación de obras que arrastró cerca de 800 millones de dólares, según datos de las autoridades estadounidenses.
Al narrar la situación que enfrenta México con su principal socio comercial, mientras se debate una redefinición del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el también experto en proyectos manufactureros, industria automotriz, de consumo, retail y sector financiero alerta que en su país muchas compañías están saliendo de la comodidad que les proporcionaba esos convenios.
‘‘Estábamos en una situación cómoda, donde había un cliente cautivo que era Estados Unidos, ahora nos está poniendo el reto de ser más competitivo o desaparecer el libre comercio’’, aduce.
‘‘Lejos de verlo negativamente, muchas empresas están viendo el lado positivo. No solamente tenemos un acuerdo comercial, tenemos 50 acuerdos con diferentes países en el mundo –México es uno de los que más acuerdos tiene– y no le está sacando provecho. Igual eso lo podíamos extrapolar a otros países de la región”.
‘‘Hay muchos países en América Latina que tiene muchos acuerdos comerciales; sin embargo, los empresarios a veces se van por el lado cómodo que es ‘quién es el que más me compra y de forma más fácil, donde no tenga que hacer tantos trámites, ni tantas certificaciones’’, reflexiona.
En su conversación, la palabra “oportunidad” protagoniza las ideas que expresa. La transformación de la manera de operar, con productos que demuestren mayor calidad y tecnologías que simplifiquen, modernicen y dinamicen los procesos deben ser parte de la estrategia de cada corporación de las Américas.
‘‘El crecimiento poblacional está siendo muy grandes en otras partes del mundo y el poder adquisitivo está creciendo en otros países lejanos. Y eso es una oportunidad de mercado que tenemos para las empresas. En países de Medio Oriente el crecimiento que tenemos es muy grande, deberíamos empezar a voltear a ver esos países, ver qué acuerdos comerciales tenemos y sacarles provecho. Muchos de los acuerdos comerciales que tienen los países en Latinoamérica se están desaprovechando. Y es una oportunidad para empezar a ver estos mercados’’, advierte.
La corrupción y el papel de los gobiernos
Para Campos, los gobiernos de la región deben mejorar los temas regulatorios: agilizar los trámites de comercio exterior y eliminar las barreras. Además, servir de puente entre el empresariado local y las necesidades del mercado global.
Con voz alentadora dice que los temas de corrupción que han sacudido a muchos de los países de la zona no deberían ser impedimentos para hacer negocios. ‘‘Yo creo que mucho tiene que ver con la ética profesional que se tiene que generar la marca los mismos inversionistas. Ellos deciden entrar o no a temas pocos ortodoxos. […] La corrupción no debe ser un inhibidor para poder hacer negocios”, dice.
“Si como empresarios se logra manejar de manera ética, los temas de corrupción no tendrían por qué afectar’’, continúa Campos. Esto a pesar de que la memoria reciente apunta a recordar el caso Odebrecht, el mayor escándalo de corrupción política y empresarial de la historia, de acuerdo con las consideraciones del Departamento de Justicia de los Estados Unidos.
El expediente involucra a unos 10 países latinoamericanos –entre ellos las economías de mayor alcance en la región como Brasil, Argentina, México, Panamá y Perú, y en el que también está salpicada la República Dominicana– sobre un esquema de sobornos a funcionarios públicos para la adjudicación de obras que arrastró cerca de 800 millones de dólares, según datos de las autoridades estadounidenses.