"Advierto que hasta entonces no supe de qué se trataba el retorno y sabrás que el verde verde limón que se desangra en la rama soy yo" ( Adalgisa Neri, poeta brasileña).
Hasta el momento todos los estudios sociológicos sobre sociedad y deporte, apuntan a hacia una conclusión que he sacado sin inmutarme: es mejor el fútbol y sus estallidos nacionales, que la guerra entre los pueblos.
El campo de batalla, un estadio, hombres en uniforme de combate exhibiendo cuerpo, la bala una pelota, los movimientos de tropas, hombres con colores opuestos corriendo en un espacio abierto de un lado a otro, es la guerra ideal, es humana, puede haber un hilo de sangre o mordidas como caricias de infancia, pero no más de ahí.
En cierta medida el mundial es un "campo de guerra", pero una guerra cultural, corporal, nacional, de orgullo patrio.
Cada 4 años el sesgo de imposición mediática, nos obliga a relajarnos y a mirar hacia ese mundo fascinante que organiza la FIFA, la única organización de ladrones con saco y corbata, cuyas siglas suenan a onomatopeya, como presintiendo que algún día el silbato de la justicia internacional, cual arbitro moral, les llamará la atención en el banquillo de los acusados.
Siempre, tuve la certeza de que las protestas brasileira no iban a impedir la realización del mundial de fútbol 2014, porque ese deporte está en el alma de ese pueblo, ilusión popular para un país donde la riqueza nacional, no ha sido compartida con millones de marginales vernáculos, para quienes el fútbol es el paraíso gratis del sueño eterno, una razón de fuerza y popular para ser brasileiro del siglo XXI.
Cada 4 años el sesgo de imposición mediática, nos obliga a relajarnos y a mirar hacia ese mundo fascinante que organiza la FIFA, la única organización de ladrones con saco y corbata, cuyas siglas suenan a onomatopeya
Cada 4 años, estudio estas manifestaciones, no soy fanático de este deporte, pero siempre me ha llamado la atención como en la vieja Europa, las expresiones deportivas vía el fútbol son un espacio para hacer sociología de comportamientos paradojales y disimiles. El Fútbol es el lugar donde la pretendida homologación de Bruselas, tiene un valladar esencial: cada pueblo de allí tiene el fútbol como una expresión nacional contundente, identitaria, llegando a veces a extremismos sangrientos de corte fascistoide.
Los brasileiros han nacido, se han formado con ese orgullo del fútbol de tal manera, que han logrado, de modo creativo y simpático, hacer una aleación entre los pasos de fútbol y samba, dejando en la piel una alegría que ayer tuvo que buscar la expresión de la tristeza no deseada.
El partido de ayer contra Alemania, visto desde el punto de vista de lo que en esa cultura constituye el fútbol, me convenció de cómo millones de seres humanos, de ese bello país, tenían puesta su alma en un estadio, todo Brasil cabía en un estadio.
Las cámaras traviesas, como siempre, fueron capaces de alternar el llanto de un niño ataviado con los colores de "guerra" verde amárelo, y los goles que el llegaban como alfileres al corazón del menino, que fue en pos de alegría y brincadera.
Desde el inicio se sabía, era vox populis, que si Brasil jugaba con un equipo organizado y fuerte, su salud deportiva y su presencia nacional como ícono del país anfitrión, podía sucumbir y en efecto, sucedió y cómo sucedió.
Ahora todo Brasil es un pueblo unido por dolor y la tristeza de saber que su dignidad última está en ganar el juego que le queda, por la tercera posición, simplemente… Quienes amamos profundamente Brasil, por su creatividad, su mezcla maravillosa, su diversidad racial, su cultura y su orgullo nacional, sabemos que le vendrán tiempo mejores y que es un pueblo, como otros tantos, que lo merece, pero para un país que es loco con el fútbol, estos días serán de recuerdos oscuros y dramáticos.
Finalmente, se ha cumplido el vaticinio: la gran perdedora de la Copa Mundial de Fútbol Brasil, 2014, será la presidenta Dilma Rousseff, porque estos recuerdos negativos incidirán en su intento de reelección y será muy difícil no asociarla a estos acontecimientos que el alma brasileira, toda, lleva a cuesta como un duelo nacional eterno.