Te invoqué desde el fondo del abismo/ Te llamé, desesperadamente, / gritando el dulce nombre a tus oídos…/ pero tú estabas lejos. / Tan lejos, hijo mío, como las rútilas estrellas, / durmiendo un largo sueño interminable…/ y no me oíste.
Entonces, hundí mi rostro en el polvo del camino/ y te lloré, con un llanto sin consuelo/ que sembró sus cristales sobre la tierra dura. / Te lloré con el llanto más amargo y recóndito/ que jamás ha llorado ojo humano en el mundo. / Nueve llantos de luna/ y un llanto décimo y si término sobre la tierra dura.
CARMEN NATALIA, “Llanto sin término por el hijo nunca llegado”. Invocación [1].
[A la memoria de AYlAN KURDI, el niño kurdo de tres años que murió ahogado en las aguas de la playa de Turquía en septiembre de 2015].
El mundo se llenó de llantos. Las ciudades de oro, y aquellas que estaban cerca del agua, vivieron el asombro del derrumbe de todas las deidades. El mundo cotidiano se hizo un gigante en las redes, labraba la imagen de moles de piedras donde los rostros afloraban abigarrados de un estallido de tragedia. Todo aparentaba ser el curso natural de este tiempo, olvidando que se empezaría a esculpir los recuerdos, las orlas de un milenio que se hace panteón de todas las mentiras sin emprender el vuelo de fuga a una montaña donde se leen los versículos inspirados a los profetas. [Sin embargo, me temo que todas plegarias no bastarán para que el llanto y el dolor no continúen imperturbable en los labios de muchos].
El 2015 fue un año semisalvaje, donde los fuertes parecía que iban de cacería de tigres corriendo por la ladera para coleccionar sus cabezas de fieras. Si en el camino tomaban aire fresco, y bebían del estanque agua, era para hacer llegar a sus gargantas no un elixir de bondad, sino una “toma” para estar a salvo en la penumbra de sus almas.
Septiembre, octubre, noviembre y diciembre fueron meses donde los cisnes azules dejaron el espacio a sus sucesores, a lagartijas espectrales. Todo, absolutamente todo en el mundo, alcanzó un punto álgido: las pupilas se dilataron, la palabra muerte se murmuró, las rodillas permanecieron tocando a la tierra, y a la curvatura por donde descienden a las cavernas los siniestros guerreros de la soberbia.
La piel de muchos dejó de tener guirnaldas, y las ropas de seda se hicieron vestiduras difusas. ¿Qué celebrar, qué recordar de esos 365 días donde nos agobiamos viendo el mismo paisaje por doquier y sin estar la integridad física, la vida misma, a salvo?
Nuestra sociedad, por ejemplo, ha perdido todo el tutelaje de la dignidad; se encuentra en la cuadratura de la repulsión, entre los ritos de adoración al dinero y al poder desmedido. La fisionomía de este pueblo está agrietada por lo avasallante que ha sido que otros decidan cómo mantener en la servidumbre intelectual y material a una mayoría a la cual “ofrendan” sólo dádivas, a sabiendas de que las dádivas son la mayor humillación con la cual los cortesanos del poder aseguran la genuflexión, la sumisión incondicional de un pueblo agazapado, custodiado en tropel por quienes simulan representar el orden.
El origen de la antesala del infierno que vivimos, a veces, nos decimos, que no la conocemos, aun cuando de golpe nos dé, frontalmente. No creo, que en el presente en este país exista una fuerza política redentora del canibalismo en que aquí se vive, de este exceso de putrefacción que se siente al ir y venir de un lado a otro, sin albergar esperanza alguna de que nuestra cita con el derrumbe total de esta sociedad pueda plasmarse en un epitafio que ofrezca protección.
No obstante, siento que todo conjura para que día tras día se labre sobre el cemento la extinción de vidas de jóvenes, de niños, de mujeres, sin saber porqué. Es como si sobre esta media Isla existiera siempre un ángel sentado al lado de una tumba vacía, a la espera de la próxima víctima de la aterradora violencia y de las armas severas que hacen interminables los llantos.
No sé, no tengo idea, de qué vaticinio se asomará a nuestras vidas, si la confrontación política teñirá todo de color negro, si heredaremos de manera repentina un bestiario de ira general, si los colosales enemigos de la paz no permanecerán con sus frentes serenas, porque pocos irán a meditar bajo la sombra de un árbol de laurel.
Aquí estamos viviendo el tiempo de las sonrisas fingidas, de la frialdad calculada, de las cabezas desnudas de “ídolos” que desean aparentar ser dioses, que no escuchan los ecos de quienes pondrán brazales de espanto en sus muñecas. Mientras los buenos sucumben, una leyenda sobrecogedora se expande y recorre con pesadez la atmósfera, sin importar el adoctrinamiento que traen las insignias partidarias.
El credo original se escuchará en todos los rincones, cuando no se pueda aguardar más al tiempo en que los ojos se encuentren para hacer real el desplome de todas las ortodoxias. En silencio me he dicho, que debemos estar en alerta a la galería de acontecimientos que traerá este año. Realmente, es este martes cuando las multitudes darán inicio al 2016, cuando la ensoñación de una semana de festividades concluirá, cuando las imágenes fotográficas de Noche Buena, Año Nuevo y el Día de Reyes se harán añejas, cuando la exhibida sensualidad y el derroche de las horas conocerán el hastío. Todo exceso terminará, y las muestras de afecto y cariño solo irradiarán el alborozo de los últimos regalos a entregar.
Ahora, sólo le temó a las estatuas de bronce que tratarán de erigir los sepultureros de la verdad, lo que han ido ganando prosélitos prostituyéndolo todo, y dejando a su paso las huellas de lodos a partir de las cuales se construirán las dinastías que la historia oficial llenará de fulgores. ¿Qué abecedario artificial de prebendas, de conquistas y logros ficticios tendremos que derribar desde los peñascos cuando se agoten todas las posibilidades de lucha, cuando creamos que resulte imposible avanzar, y no se pueda a través de los gritos arquear el destino, colgar sobre las espaldas las escrituras de alerta cuando la gravidez de los párpados quedé gravada como una escena parda, triste y de desconsuelo?
El 2016 trae aguas oscuras, el incendio de los bosques del Rey-yo, o el fin de un astro. Pero nadie puede creer que sobre las colinas, al ligero toque de una corneta, no se levantarán los oprimidos. Sin embargo, es tanta la decadencia de esta sociedad que no sabemos si la naturaleza o la divinidad hagan su voluntad, y el orbe universal deje de estar consciente de cómo se extiende cada época ruin que lacera a la humanidad.
Esta sociedad está quebrada en su interior desde cualquier ángulo que se observe. No importa, al parecer, las fuerzas que se agiten, las configuraciones del yin y el yang que se hagan porque lo que será, será. Lo que deba quedar escrito sobre estos tres quinquenios del siglo podrá recordarse como eventos conmemorativos, como acontecimientos donde el desmesurado egoísmo estuvo de relieve en la concentración de poder y de dinero, donde se escucharon los bruñidos de los ambiciosos, y los oráculos dejaron de cumplirse, porque un fastuoso duelo lo cubrió todo.
Es cierto, son tres quinquenios que se cierran, donde la riqueza acumulada no puede sembrarse en la tierra, donde la ironía del destino hace al suelo fértil solo para engendrar miserias, para que la siembra se haga mohína, y la flor solo tenga refugio en la soledad de lo inerte.
No obstante, el año dos mil quince es un responso por lo que debió ser y no fue, por el abismo de las conciencias, por la velocidad vertiginosa con la que se olvidan las lecciones del pasado, y la indómita hazaña de lo que tuvieron dignidad para elevarse hacia los cielos con el deber cumplido y sin manchas.
Por eso, alejada del mundanal ruido, continuo, sin quererlo, perturbada por otros. Sin embargo, no iré detrás de la caravana de los Tres Reyes de Oriente ni visitaré orfebre alguno para que con paciencia labre una cruz de redención. Levantaré en mi alma un monasterio donde no habrá imagen alguna que adorar ni teatro de la vida que vivir ni rectángulo ni figuras que dibujar. Las ciudades de oro estarán lejanas, muy lejos de mí, y sus habitantes por igual, para que nada que sea fausto ni de pompa altere mi armonía interior.
… Y allí, alejada del mundo, volver a leer los versos de Carmen Natalia, su Llanto Segundo, para orar por Aylan Kurdi, y pedir por él, donde esté.
LLANTO SEGUNDO
[…] Quería respirar aire puro/ más allá del lejano horizonte inalcanzable. / Quería ver el mar. Quería ver los puertos/ llenos de sol y espaldas verticales/ cargando fardos junto a la sonrisa. / Quería ver las muchedumbres/ que van y vienen, con las manos libres/ y los pies desenraizados, sueltos.
Quería oír la música de los ríos livianos/ y del viento golpeando las cañas que no amargan. / Quería respirar un aire con olor de canciones, / con olor a palabras sin arrugas, / con olor a pregones/ enarbolados en todas las paredes, / en las aceras, en los techos, en las calles. / Pregón de flores y de frutos desparramados en color y azúcar. / Pregón que no retuerce el hambre, ni el dolor, ni el miedo.
Quería jugar con niños que no temblaran de pavor/ ante la sombra repentina de un uniforme sobre el suelo. / Quería jugar con niños que supieran reír/ sin taparse la boca con angustia… […].
NOTA
[1] Carmen Natalia, Alma Adentro (Santiago: Universidad Católica Madre y Maestra, 1981): 314, 315-316.