La historia es un himen desgarrado que guarda  estériles delirios. Desgarrada ha sido la historia, y el himen,  por  horribles traumas sociales. Sufre ella, y se vuelve polvo, fosa, duelo, llanto, desesperanzas, vengador fuego, huertos donde no hay Edén.

El obelisco llamado por el pueblo macho, símbolo fálico de la ciudad. © Luis Mañón, 1939
El obelisco llamado por el pueblo macho, símbolo fálico de la ciudad. © Luis Mañón, 1939

¿Por qué Dios universal, omnipotente y omnipresente,  ha querido que la historia se narre sólo a imagen de los falos, de esa alusión sexual que hace a la realidad un rosario de injusticias? ¿Por qué Dios como “creador de todas las cosas  y las criaturas vivientes” no le ha arrebatado a ese ser-varón,  con furia, ese falo lacerante  que  cuando está  erecto  desgarra  a los hímenes,  y  subyuga  todo lo que tenga la configuración  simbólica de una vagina?

El falo, todos los falos del mundo representados como puñales, espadas, cañón y  balas  han provocado  el dolor agónico y  espeluznante de las guerras,  traiciones a los principios,  injusticias,  muertes violentas,  la sumisión de toda idea que pretenda  cambiar esa antiquísima manera de sofocar los gritos redentores  de los oprimidos.

El falo, todos los falos del mundo   hacen que la nada (de manera resignada),  y el olvido de los pueblos,   se plasmen  en las inconsciencias como una costumbre que traspasa con una daga  a la historia. El falo erecto  es una punta  de iceberg  que trae soledad  y  sufrimiento, cuando  se hunde en el trigo tierno destruyendo  a  los que no pueden vivir la metamorfosis de la fertilidad de sus sueños.

No hay falo que no proclamara que la génesis bíblica, de la creación del  mundo terrenal,  lo hizo padre-verdugo, padre-de-los-siglos para que el “bienestar” de la humanidad  se moviera y orbitara en torno a sus reclamos. El falo es un ente vivo,  y  una estratégica arma,  para que los cantos de los cisnes  se derramen sobre los lirios que se plantan próximos a las tumbas sin lápidas ni nombres.

El falo hace que “todo”, asombrosamente “Todo”,   se asuma como un  especulum, retrato de sí, retrato del yo, autorretrato  del “talento”  del falo para adormecer a las críticas, para consumar el dominio del Uno sobre el otro, para que las mentiras  idílicas  puedan postrar las alas de las aves sobre la tierra, caídas en picada vencidas.

La historia ha sido violada reiteradamente  por  los falos  que se convierten en roca cincelada, en cemento  o en granito, que se construyen  con barandales altísimos,  para que  no se puede  escalar  a su cima,  para  evitar que de manera suicida se explique  a los que sufren el cautiverio  de la simulación, que no hay falo más cruel  que el de los tiranos; esos falos  de  engendros  malditos,  que se  asumen como “heroicos”,  como “ángeles”   inspiradores de  confianza y como excepcionales varones, porque los demás le  otorgaron a su falo el carácter excepcional  de “prodigioso”  conductor.

La historia es un himen desgarrado,  el pueblo una estéril vagina  donde no se procrea  la intención de hacer estallar la voz que tiene, porque  el falo la convierten en cenizas, en una rara boca que no se hace protagonista, ni incitadora  garganta  para reaccionar ante las desheredades que tren lo tiempos de cosechas para  que las erupciones de la  rebeldía, no quede  sólo como una  cuestión  de  lo femenino, como  un mito o una imagen atrayente para el falo en la conquista del poder, o una  extraña arbitrariedad de la naturaleza  que creó una identidad que no tiene  “éxito”  para huir del falo que la destruye,  para que no pueda preguntarse por ese enigma, de que los pueblos por más tragedia que le cause el falo de un tirano, vuelven al mismo para renovarle su dominio, para darle atributos  que sus subconscientes traen con bocanadas  y  alucinantes. La eclosión del falo con la no-conciencia del pueblo, provoca  que  se ponga erecto; entonces  las dádivas caen para que toda negatividad sobre el mismo  se haga una subliminal entrega.

Es el falo el símbolo de la soberbia del poder, el símbolo que explota las mentes. © Luis Mañón, 1939

El triunfo del falo, sobre la identidad femenina,  sucede  porque es éste  anula al sujeto-persona, y anula al sujeto-en-construcción-mujer. Es el falo  el amante  que se coloca sobre las crestas de las olas, que  rema entre  las aguas para  que  los encantos femeniles  se proyecten en estado pre-Edípico y pre-Electra. Es ésta la falacia que trae la historia para explicar  siglos de sumisión. Todo lo que es cuerpo-femenino, que adquiere la forma- de- lo- femenino, no es un problema  para el erotismo que levanta el falo.  Es el orden simbólico que se impone,  porque al parecer  el lenguaje genérico no subvierte las enunciaciones de ese orden simbólico.  El yo-escindido femenino se desdobla cuando el falo se le coloca de frente  para frustrarle la mirada del instante; lo subyuga  doblemente, porque le hace el amor como si fuera un eclipse; le oculta lo que no desea que conozca, porque hace de la vagina una nave sigilosa  a la que sólo entrega  pétalos para cubrirla en los momentos de descanso.

Los políticos se han hecho de un gran falo, como largo tallo,  para gobernar a las ciudades y  a los pueblos  que inspiran las demandas de sus egos, irreflexivamente. Y, la ciudad se hace una damisela quieta, estática, que los acoge  desde el yo-imperativo que traen sus falos erectos. La ciudad, como vagina, no es siquiera el tú-vosotros, ni el tú-nosotras,  es un lecho para hacer el culto exagerado a quien pasa por sus calles con el falo erecto al ritmo monótono  de una oración clave: “soy  quien encarna tu goce, tu vida prolongada a través de mis bienestares; sígueme  mí; elógiame a mí; soy tu esposo, tu padre, tu hermano, tu amigo, tu compañero, tu protector”. Estratagemas   en las cuales se esconde  ese dominio del  poder del falo; ese falo que agrede, como si fuera una turba en trance,  todos los escenarios donde  es  posible la dicotomía de lo femenino/ masculino y masculino/femenino.

¡Qué impiadoso es el falo que  contracorriente se impone a todas las clases  sociales,  que se muestra blando, pero que se hace colmillo para desgarrar el himen!  Las ciudades, los pueblos,  se hacen indefensos cuando sucumben ante los “encantos” del falo, cuando le urge  a éste pescar  en la inocencia, y hacer pragmáticamente de  varón-macho-pescador de incautos y de incautas hembras.

La tradición que se ciñe sobre este siglo es, que la nación se hace fácil presa de los falos ungidos por la propaganda mediática, porque se  transforman los falos,  a través del  símil, en  anzuelos  para ocultar que  son  canallas apuntadores  que disparan sus hilos en  tensión  para sujetar a las víctimas de su violencia subliminal,  para  corresponder con su naturaleza  de  asumirse  como  “vitales”  falos, columnas difíciles de derribar,  pilotes   que crean prisiones  a la  ignorancia, tatuajes a las visiones que puedan traer los ojos abiertos. Entonces  se hacen los falos  robustos creadores de la fatalidad  que traen  cuando se niegan a encarnar lo  efímero, y aclaran que no es lo efímero lo que  desean, sino la perpetuidad, la construcción de su eternidad, y no quieren obstáculos para ello, porque lo humano ya no es posible, sino lo corpóreo, la roca, la piedra, lo concreto y el granito.

El falo de ese alguien que  los de atrás creyeron  efímero,  se hizo eternamente un erecto obelisco  con su punta de glande  como expresión  de que la historia es un himen desgarrado.  Cuando el falo se hace dominio y dominante orden, no cuenta con limitaciones a su “vitalidad”  de mandante ni le importa los métodos de control a emplear ante las dificultades encontradas  cuando  el pueblo a su alrededor  pretenda  dejar a un lado la vida  lúdica que le ofrece, ensordeciéndolo,  alucinándolo, desmoralizándolo,  en claros-oscuros, dándole  morbo,  sincretismo,  espeluznante  entrega a la fatalidad. Así, luego de ese proceso,  el poder del falo  pasa a ser un  perpetuador  al servicio de las tiranías y de los opresores. Deliberadamente el falo erecto es el patrón de conducta de este pueblo  que se rinde a sus encantos, que se confunde con las “sensaciones” desconocidas  que le trae, que no escoge fecha inédita para erigirlo en su conductor, ni pone obstáculos a la sumisión que les trae su dueño, graficado en ese suntuoso falo que se levanta hacia el cielo en la ciudad.

Por cuántos siglos más irán “las dominadas” como devotas a ese juego de perversidad que trae el falo del poder. © Luis Mañón, 1938

¿Qué tan convincente es  en teoría la palpitante inmortalidad del falo de los dictadores, de esos falos que sus descendientes defienden, y que otros revelan  en biografías  su  íntimo aspecto? Acontece que ahora, de nuevo,  la rueda gira caóticamente, los imaginarios  de la circunferencia  se revierten, danzan, se contornean, se borran entre-sí, se presentan como  alabanzas, alaridos de “triunfos”, en torno  a quiénes se colocan en primer plano con sus falos. Esos “quiénes”  ruegan, inducen a  creer que ruegan la benevolencia de sus iguales, y de sus  “súbditas”, se hacen de la fama de favorecidos, porque han vencido a otros falos erectos en  la carrera avasallante que representa su cañón que penetra todos los rincones donde inescrupulosamente son   populares  las orgías del machismo.

El falo de los verdugos ¿es de bronce, de oro o de diamante? El falo de los que entierran cabezas inocentes en los cementerios  ¿es, acaso,   una estaca que no desparece  con las llamas del fuego? El falo de los vivos, de los que se creen imprescindibles, y criaturas que no son de carne y hueso, porque  para ellos no  deben obediencia a  otra naturaleza que  no sea la de los demonios de su pasión y sus odios  ¿es caso  del cristal de una bombilla que no se quiebra cuando la misma bala-fálica le atraviesa  sus  costillas?  ¿En qué plano se encuentra el  falo  del que  se asume a sí mismo como  un macho con el sexo entre las piernas  para  manipular a su antojo  los conflictos del poder, lo cerrado y lo abierto, y  como   un  fuerte agresor de lo femenino, porque penetra, invade  a  todas las acciones, a todas las ficciones  que las ideologías no pueden descodificar?

La epopeya  de la “victoria” del falo protagonista del poder es,  que vive en amancebamiento  con los imaginarios femeninos,  de los cuales se apropia y metamorfosea. Además,  a todos los imaginarios los hacen sus criados, sus mandaderos, y los agrede con su paternalismo.  Él  se autodesigna  receptor   de la pasividad social,  y transmisor de la falacia  de su  invencibilidad como agresor. Sumisas  ante la superioridad subliminal del falo del poder,  las portadoras del imaginario femenino  sucumben y se hacen servidumbre ante el “protector”  que destruye el himen de la historia.

Todo episodio de la historia donde el falo del poder domina los instintos  atávicos de un pueblo, es  un parecer y es un ser, porque desde  su obsesivo-yo  coacciona  sin escrúpulos; es  bestia que no admite mordaza, pero que genera el conflicto de intervenir la existencia  de los que se resisten a  su mordacidad.

Sin embargo, olvidan los falos del poder que,  la insurrección de los  pueblos  puede abolir sus intereses mezquinos de proyectarse desde el teatro de la vida como su propio dios, como el único dios capaz de promover  que se le acepte la perpetuidad de su farsa.

Y, ahí está Colón con el dedo índice hacia el frente, señalando un “camino” después de todo el sufrimiento que causó. © Luis Mañón. Circa 1944.

Orden infinito, tiempo cósmico,  esencia misma de la tierra ¿por qué les has dado un falo a los políticos para sentirse  maridos indispensables del pueblo, y erigirse en compradores  de toda la canallesca carroña  que contamina el ambiente, y  del imaginario femenino  que a causa de  irrisorias promesas  no tiene  la  voluntad de desaprender  ese estereotipo  de que,  sin el falo a su lado,  tendría ante sí un vacío existencial?  Esa es  la mentira  de polifonías verbales  con la cual se  corteja a las votantes, y que  trae la perversidad del poder del falo de los políticos, que se hace un tronco, un árbol erecto, con ramas extendidas para abrazarlas.

Es el falo el símbolo de la soberbia del poder, el símbolo que explota las mentes, que graba tatuajes psicológicos en todas las esferas de lo femenino; es el que trae las violentas divisiones en los propósitos  de ideales, el que altera a la historia,  el que abusivamente propaga la “virilidad” entre los machos, y el mito de que sólo el macho promete lo realizable. Virilidad, masculinidad, culto al feroz dominio, lo plasma el falo que no quiere ser la caricatura de un macho débil.

¿Qué trampas de poder trae el falo de los que aspiran a la eternidad con la gracia de la “voluntad” de  los que se dejan seducir,   por  lo cual  tienen el firme  empeño de vencer a los contrarios haciendo para-sí un rostro de Narciso?

¿Qué trampas de poder trae el falo de los cortesanos del  dios Midas, que vicia el alma  de  los que quieren las miles de que dispone su falo; esas miles que los hacen navegar como autoridad por largos pasillos, por los aires y por los mares sin el escollo de los contrarios?

¿Qué trampas de poder trae el falo que con apariencia  “angélica”,  coloca de rodillas a los que  podrían ofenderle, desnudarle su “honor”, desterrarlo al limbo  para que las conjuras de sus engaños se conviertan  en un boomerang que lo vulnere, que lo derrote, que lo haga despreciable?

¿Qué trampas de poder trae el falo cuando no se quiere dejar caer, cuando se niega al castigo del pueblo, cuando su adoctrinamiento se hace una pírrica lengua que no embriaga más con sus lisonjas?  Si no hay respuestas, el silencio del poder del falo no merece más que repugnancia. Ese silencio reservado hace insalvable la fragilidad de su condición mimética. Las loas que se recitan para el falo del poder, son loas que  tarde o temprano traerán su derrota. El silencio del poder del falo dice y no dice nada, porque  abjura de la  nada,  de sus abstinencias, menos  de las cúspides que le da el placer del poder del falo.

No, no creo que las multitudes  de votantes, de  imaginario femenino, que  ha  sido maleada, manipulada o comprada, envidien al falo; creo que lo obedecen. Y,  ¡Oh, ironía!, lo obedecen para luego llorar las falsedades de su bondades. Tantos, tantos espejismos que crea la  “droga” de la política; esa “droga” que alucina, que no argumenta,  que se narra para establecer sólo los roles del “dominador y la dominada”. No habrá, al parecer, nunca un tiempo de catarsis  para que “las dominadas”  hagan resistencia   al “dominador”, para que le repliquen  en el rostro lo que ven en sus ojos: su patología misógina.

Dilma Rousseff y Lula, su protector. Fotografía reproducida de Internet.

¿Por cuántos siglos más  irán “las dominadas” como devotas  a ese juego de perversidad que trae el falo del poder,  ese que las hace en las urnas,  votantes  devoradas por  Júpiter?  “Las dominadas” por el poder del falo son obligadas a claudicar, a hacer de sus memorias  un  futuro de abyecciones  e infidelidades a sí mismas.

“Votar”, ejercer el derecho al sufragio  en el tiempo presente, es una manera de expresar “las dominadas” su sexualidad femenina explota por el poder del falo, porque  no conocen, no definen a su adversario, no “sospechan” que éste las relega a la invisibilidad, al trance de ser sujetos sexuados  como mayoría anónima. ¡Qué amor tan cortés se da  en tiempos de campaña  política entre el poder del falo y esta mayoría anónima  de sujetos sexuados!  ¡Qué amor tan cortés  es éste que versifica poemas, que se hace trovador de halagos,  que se hace tan sentimental, que se dirige a esa mayoría de sujetos sexuados  que veneran al poder del falo que,  les impide ser sujetos-conscientes?

Acaso es un amor “cortés”  que las entrampa en ser: ¿Amadas, y desamadas? ¿Amadas, y queridas? ¿Amadas, y seducidas? ¿Amadas, y tiranizadas? ¿Amadas, y ultrajadas? ¿Amadas, y rotas? ¿Amadas, y sorprendidas como vírgenes por el poder del falo? -Quién sabe.

Este es el trópico, el Caribe, la tierra que más amó el Almirante. Y, ahí está Colón con el dedo índice  hacia el frente, señalando un  “camino”  después de todo el sufrimiento que  causó; empleándose a tiempo completo con el falo de su poder, que se representa en ese dedo, tenso, acusador, opresor,  sin  ocio alguno;  eternizado su falo  de corte feudal  con énfasis en que el bravo macho “todo lo puede”:  imponer   su palabra a los cuatro vientos, recapitular los matices inconfundibles de su pasión,  que no fue  aventura  sino “desafío”.

El presente es un presente  irrepetible. Todo quedará, otra vez, como crónica  sin agramaticalidad. La historia será un himen desgarrado.  El poder ancestral del falo se impondrá,  y los sujetos asexuados por el imaginario femenino, que no  pueden hacer una ruptura con el tatuaje psicológico que les impide  ver  su realidad de subordinadas ideologizadas por el poder del falo,   o destruir  las percepciones hipercromáticas  y seductoras  que traen  esas voces  que les atrapan en una red,  verán zozobrar su existencia, degastada su condición de ciudadanas  sin poder emerger  de esa  situación  de asfixia , por  no  plantearse  la posibilidad de tomar las riendas de sus destinos, e ir a encontrarse todas a un litoral donde emprender la batalla, la gran batalla de derrumbar el poder del falo. Si no lo creen, pregúntele todas a Dilma Rousseff.