Fue el mismo diez de enero, justo el mismo día en que se dio apertura a la Primera Exposición Nacional de Bellas Artes en los salones del Ateneo Dominicano, a las cinco de la tarde, en que nos hicieron adultas…
En las paredes del Ateneo, Celeste Woss y Gil, feminista, sufragista y artista del pincel, de imponente estatura, atractiva y elegante, mostraba sus estupendos lienzos de mujeres desnudas para asombro de la provincial ciudad de Santo Domingo, [1] que al decir de un cronista anónimo del oficialista matutino La Nación: «Su presentación ha causado verdadera sensación en el público que en su mayoría ha mirado con desconcierto, como mira siempre el público, la firmeza con que Celeste Woss y Gil rompe todos los amaneramientos y hace obra de arte de alta categoría.» [2]
La osadía de Celeste, indudablemente, fue un hito, y más aún para los atónitos varones deleitantes del desnudo femenino de cuerpo entero que dio su paleta de artista, reproducido ocho días después en la prensa para los que por no ser aficionados o fotógrafos amateur no tuvieron la oportunidad de hacer una copia en negativo. El austriaco Kurt Schnitzer (Conrado), cuyo estudio estaba establecido en la calle Mercedes número 20, fue quien captó con su inseparable cámara este impresionante lienzo; congeló con su mirada de esteta esta ruptura a todos los moldes en los cuales se desenvolvía tradicionalmente la mujer, con más razón entonces, puesto que Celeste celebraba el triunfo de haber conquistado con las sufragistas de vanguardia el reconocimiento de su ciudadanía, y, por ende, el derecho al voto.
Celeste provocaba resquebrajamientos, y dejaba caer al suelo, hechas añicos, las ortodoxas convenciones sociales desde el arte. No hacía lo “políticamente correcto”; declaraba su subversión hacia los estereotipos preconcebidos en torno al ideal de sumisas, pudorosas, y sin techos de cristal que romper que les pretendían los otros. Su paleta desplegando su valentía femenil, su creatividad en lo cromático y en libertad absoluta –porque así fue-, es lo extraordinario de su legado. Conquistó su destino de asumirse mujer, y extinguió las ataduras a su existencia, y a su “valoración subliminal” como sujeto que los otros pretendían. Con sus desnudos puso en movimiento, sin lugar a dudas, una formidable acción política. Sabemos, no obstante, la preeminencia de su origen de clase, de su círculo social y de su entorno familiar. Sin embargo, ella gritó, dándole una fuerte bofetada en el rostro a los asambleístas, y al exponer al frente del “Jefe”, y de su entorno de acólitos, lo que ya no podía estar velado, ocultado, independiente de lo que dijera la inquisitoria Iglesia Católica, Apostólica y Romana: « Yo soy mía; mi cuerpo es mío».
Era el mismo mes en que se produjo el «colosal debut» de la artista exclusiva de RCA Víctor, Toña «La Negra», anunciada como la «aplaudida cantante mexicana del género popular», acompañada del joven compositor y pianista Juan Bruno Tarraza, Director de la Orquesta de la Corte Suprema del Arte en la CMQ en el popular coliseo de la avenida Mella, el Teatro Apolo. Era el mismo mes en que «Lo que el viento se llevó» dirigida por David O´Selznick, basada en la novela de Margaret Mitchell, se exhibía a casa llena durante una semana, como una espléndida festividad en Ciudad Trujillo, en el Teatro Olimpia de la calle Palo Hincado, en dos tandas diarias de lunes a sábado, y en tres tandas los domingos. Era el mismo mes en que toda la República celebraba la festividad de la venerada Virgen Protectora, Nuestra Señora de La Altagracia con un programa de cultos solemnes. Era el mismo mes en que se conmemoraba un aniversario más del natalicio del Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte, en las escuelas del país.
Era el 10 de enero de 1942, hace justo ahora 75 años. Fue cuando se proclamó una «nueva» Constitución, luego de los trabajos de la Asamblea Revisora instalada mediante la Ley No. 584, de octubre de 1941, votada por el Congreso de la República, para reformar 49 de sus artículos, «la Disposición Transitoria final, así como la necesidad de agregar nuevas disposiciones en la Constitución», entre éstos el número 9, de la Sección II «De la Ciudadanía», expresando dicha Ley en su único Considerando que: «[…] es conveniente la reforma de aquellos cánones constitucionales, que pudieran afectar, entorpeciéndola, la política de general renovación que dicha Era significa, singularmente los que restringen para la mujer dominicana el libre ejercicio de la actividad política. » [3]
El Artículo número 9 en la Sección II «De la Ciudadanía» de la Constitución de 1934, contenía el siguiente precepto: «Son ciudadanos todos los dominicanos varones, mayores de diez y ocho años y los que sean o hubiesen sido casados, aunque hayan cumplido esa edad.» [4]
La «nueva» Constitución de la República, proclamada el 10 de enero por la Asamblea Revisora constituida por los representantes del pueblo de Santo Domingo, escogidos en los “comicios populares” del 16 de diciembre de 1941, al modificar el artículo supra-citado, consigna un cambio en su redacción y la introducción de un aspecto binario y, por ende, sexual, al establecer de a quién el Estado le reconoce y le transfiera la potestad de ser portador legítimo del derecho político de la ciudadanía.
El nuevo dispositivo, desde entonces, rezaría: «Son ciudadanos todos los dominicanos de uno otro sexo mayores de dieciocho años y los que sean o hubiesen sido casados, aunque hayan cumplido esa edad.» [5] Por tanto, desde entonces, nos hicieron adultas…
Ahora, me pregunto, entre nosotras: ¿Qué dejamos de ser, luego de siglos de una trayectoria de “vida” sin identidad, de sierva, con un amo alrededor del cual se cumplían todos sus deseos (hasta de matarnos), y con el cual, al ser varón, no se podía tener conflictos, con aquel que distorsionó lo que somos, o, lo que creeríamos ser en la ideología patriarcal?
La Historia nacional, desde 1942 hasta el presente, ha hecho una mala lectura y escritura del momento en el cual la llamada «nueva» Constitución “cambió”, “modificó”, la relación sexo fuerte/sexo débil, puesto que la “ajustó”, aparentemente, sólo a lo que quiso el “Jefe”, para que hoy aun se escriba y se acepte que, fue Trujillo que hizo un regalo a las mujeres de la República Dominicana, como una rosa de encendido color rojo, para que nos hicieran adultas.
Los varones que han escrito, desde entonces, sobre esa relación ontológica mujeres versus tirano, que siguen ausentando de su discurso falocéntrico otro análisis que no sea cómo éste (el tirano) socavó las convicciones de algunas feministas de la primera ola, que de manera insistente fueron humilladas en su rol de resistencia hacia ese objetivo, desde el Estado, de mantenerla como sujetos silenciados, física e intelectualmente insuficientes para igualarse al hombre. Esta visión reduccionista-machista es lo que impide que, transcurridos 75 años de la promulgación de la Constitución de 1942, aún no se comprende que esa reforma es el resultado de una hazaña y de una experiencia vitalmente femenina, y que, por tanto, no se puede invalidar.
Asumir la divulgación de este 75º aniversario de la ciudadanía de la mujer, no es solo para recordar un hito más como efemérides. Mas ahora cuando las mujeres del mundo han emprendido una tercera ola de feminismo, y están dispuestas a no permitir que subsistan vestigios de esa relación de poder y clase «víctima-victimario», como tampoco ser severamente castigadas por el Estado y un atavismo acrónico que pretende forzarlas, cosificarlas al miedo.
En toda la geografía nacional se debe dar a conocer, y hacer saber a la vez, que a las dominicanas nos hicieron adultas en 1942; que el Estado nos colocó ciertas alas para que pretendiéremos empezar a “volar”; que nos dieron “permiso” para salir de la jaula dorada del hogar; que nos “honraron” con la ciudadanía, con esa condición de la cual parte la asignación de la dignidad a la persona. Al parecer, desde entonces, los rincones de las casas se hicieron espacios públicos; las ventanas a las cuales estaban proscritas, balcones; y las aceras en los domicilios, las calles del pueblo.
Desde las calles del pueblo es, necesario que se conozca que en 1942 hubo un consenso patriarcal para dotarnos del derecho “de elegir y ser elegidas”, pero que eso costó una vigila ininterrumpida de tres décadas, un desborde de atrevimiento, valentía, rebelión, y que llegado ese momento el Estado “invalidó” las creencias de la inferioridad femenina. Creo, que independientemente de la historia oficial, y del discurso oficialista, es hora de contar, de narrar, de escudriñar, de atestiguar cómo fue; cómo ocurrieron las cosas, cómo se negoció que la política sexual del Estado dejará de mantenernos en el anonimato político.
Sé que es una ironía del azar que no puedo remediar, el hecho de que el alcance o conquista de ese derecho se hiciera en el seno de una cruel tiranía. Pero, no por ello la actitud combativa de las feministas de la primera ola puede valorarse como una acción ilegitima.
El 2017 es un año para que las mujeres de la República Dominicana se desborden en estudiar, analizar, comprender y discutir nuestro trayecto de ser, de sujetos, de personas que reivindican sus derechos humanos. Son siete décadas de conflictividad con el sistema patriarcal, y no será suficiente celebrar o conmemorar este hito sino se re-escribe la historia de esa transgresión en torno a la oposición binaria (hombre versus mujer); si no se coloca en vértigo, desde un análisis que provenga de la epistemología de los significantes de lo que ahora gravita como definición del sujeto mujer, esa metáfora que es socavada ordinariamente todos los días por el poder político, por el Estado, y todos los estamentos sociales; esa metáfora que aún no la provee el Estado de la libertad del conocimiento, puesto que obstaculiza que se produzcan nuevos códigos de lectura, y la distorsión en los procesos cognoscitivos, lo cual obstaculiza la participación política y el ejercicio de la ciudadanía de la mujer, provocando su derrota, arrebatándole escaños congresuales ganados, manteniendo los sesgos de género en todas las instituciones, desobedeciendo su propia Constitución y los Acuerdos, Tratados y Convenios Internacionales, puesto que no hace énfasis en que se acepte que el cuerpo, su cuerpo, sólo pertenece a la mujer, no al Estado que reprime su sexualidad.
Siete décadas de ciudadanía, « ¿Y qué?» ¿Qué ha pasado con ese cambio de existencia? ¿Es que acaso fue simbólica, una primicia fálica de Trujillo, que no se refiere, estudia y problematiza en ningún manual de historia contemporánea, en esos mismos manuales que canonizan a villanos versus ángeles, a héroes versus esbirros, a heroínas versus hombres que repudian a las que piensan? ¿Desde qué esquema, con cuáles palabras nosotras –para las otras– vamos a darle un giro a la Historia? ¿Cómo vamos a desviar la atención mediática de los “asuntos nacionales”, y a sustituir los espejos empañados por múltiples en los cuales la conciencia deje de ser una sinrazón, y mostremos que el ayer, ese ayer de antes tiene cierto parecido con el hoy?
Siete décadas después, y creo, que la ciudadanía nuestra no ha impedido que el falocentrismo nos gobierne, y que sean aliadas del mismo las que con “súper ego” no se asumen desde la identidad creada por la metáfora mujer, y se postran a este sistema en que se erige la dominación actual. Si no hacemos estos análisis, nuestra ciudadanía continuará derrotada, desintegrada como ahora, y no podrá ser reivindicada.
La dimensión histórica de las pioneras del derecho a la ciudadanía y al voto, aun continúa cosificada, desprovista de suficientes estudios, ya que unos y otras han pretendido invalidarlas. Algunas sociólogas, interlocutoras de este pasado, se sienten insatisfechas de la hazaña del “elemento femenino” como le llamaban en la tiranía, y en el escenario de la tiranía. De ahí, que el nivel narrativo que hacen de esa Hora Inminente es, para descalificarlas, atropellarlas, denostarlas, y evitar resaltarlas. Se colocan, éstas, a la diestra y siniestra de los convidados a ser parte del antifeminismo y de la ideología de género, dándole una muerte síquica a las pioneras al considerarlas incapaces de actuar, y de alcanzar este triunfo si no fuera -según ellas- porque de entre las piernas del tirano, su falo se vio forzado a conciliar con un ejército de mujeres pensantes, con vínculos internacionales, y a las que no podía darle, quizás, por ser una gran mayoría, una muerte física.
Aproximadamente, más de un cuarto de millón de ciudadanas adultas «nacieron» o emergieron del silencio en 1942, y sólo una perdió la vida en el intento de que la gobernanza fuera distinta, aquella que fue la líder traicionada, abatida por el cansancio, y una inesperada enfermedad: Abigail Mejía, fallecida en 1941 sin antes alcanzar el anhelo de que la “hicieran adulta”, es decir, reconocida como mayor a los 18 años, y, por consiguiente, ciudadana.
Este 2017 parece convidarnos a nosotras al mes de mayo próximo, para que narremos el ayer, para que rectifiquemos. Siete décadas es un tiempo cronológicamente bastante amplio para formular muchas preguntas, para no titubear en lo necesario que es re-interpretar y hacer una lectura revisionista de ese “paréntesis” -al decir de ellos– ocurrido en 1942.
Es necesario interrogarnos en torno a ¿cómo se materializó ese proceso de ciudadanización, qué debemos salvaguardar del mismo como paradigma, cuáles ambivalencias debemos cuestionar, qué actitud purgar ante esa narratio hegemónica y sombría del patriarcalismo que se ha hecho contenido y continente? ¿Podremos, nosotras, las de tercera generación, herederas de las pioneras, radiografiar ese pasado; construir un referencial que no sea solo simbólico, oponernos a los estereotipos de género que continúan dificultando ahondar en el pozo profundo del silencio donde toda la autoridad autoral de referencia de la acción mujer y del feminismo de la primera ola, ha sido vestida de ambigüedad, para que otros se erijan como (autor) idad textual?
Es hora de que, a las pioneras de la ciudadanía y del derecho al voto se le restituya su ser-en-el-mundo, y se fijen en la Historia sus memorias desintegradas, fragmentadas, distorsionadas, borradas, pre-figuradas, secuestradas por la misoginia y la colectividad. Entonces, sólo entonces, nosotras dejaremos de ser un simple signo, incomprensible quizás para los otros, y las otras, “algo” que se nombra, un sujeto secundario del cual se “habla” en la intimidad conyugal, basada en una percepción individualista y egoísta que se expresa con frialdad, jocosamente, descalificativamente, con ensimismamiento o con obsesión pasional, en los despachos de los “jefes” de partidos en tiempos de campaña electoral.
Las mujeres no somos la totalidad de la sociedad, pero somos una mayoría considerable; una mayoría que no ha podido o no la dejan influenciar en el Estado. Este es el momento para provocar esa ruptura, para focalizarnos en derrumbar los márgenes que desvanecen nuestra condición de ciudadana. Motivarnos a hacerlo es una manera de dejar de ser literalmente libre, que es lo mismo que dejar de ser sólo literalmente ciudadana y votante. Es el momento de ser o no-ser, de enfrentar a los imaginarios, de generar y crear discursos y acciones, de no dejarnos abandonar a las circunstancias telúricas que los otros quieren imponernos.
Reitero, la historicidad de las mujeres de la República Dominicana no es una ficción, son todos los aspectos autobiográficos nuestros, el autoconocimiento nuestro; no existimos sólo palimpsésticamente en el texto constitucional de 1942. La maternidad de esa reforma -aún cuando se produjo desde el orden patriarcal- es nuestra, de las herederas de las pioneras. Negarlo es hacer, nueva vez, al mito un logos masculino.
Quizás tengan razón Yves Bessieres y Patricia Niedzwiecki, del Instituto de Investigación para el Desarrollo del Espacio Cultural Europeo cuando escribieron: « ¿Qué quedará del Repertorio de esbozos de derechos sociales conquistados a precio de sangre? ¡Nada! O casi [nada]. Solo una gran lección que aprenderse: las mujeres intentaron, ellas solas, la revolución de las mujeres; la historia de los hombres no se lo perdonó. » [6]
NOTAS
[1] «La vía trazada al arte nacional por el grande y glorioso Jaime Colson, -el desnudo, la exaltación de la figura humana- ya no está desierta. Celeste Woss y Gil vuelve por sus fueros en forma tan imperativa que resultaría difícil negarle el puesto de honor que le corresponde junto al gran pintor, -menospreciado en su patria-, que tan alto ha sabido poner en Europa el nombre dominicano.
« Un talento espléndido, unido a un excepcional temperamento pictórico, con briosos arrestos servidos por una técnica insuperable, nos ofrece hoy pintura de « verdad»: bellos desnudos y vigorosos retratos en los cuales no sabemos qué admirar más si la intención decorativa, la seguridad y amplitud de pincelada, la solidez de dibujo, -disciplina de la línea, exactitud, soltura- o la sobriedad en los accesorios, el encomiable temer a los detalles episódicos y superfluos, etc. En suma: arte amplio, en que las figuras están tratadas como si fueran grandes bloques pletóricos y en que la materia adquiere calidades insospechables de brillantez y densidad. Considerada tal cual es, hoy día, para nosotros el arte de Celeste significa: refinamiento en el colorido en sí, sin conexión directa u obligatoria con lo formal». R. [Rafael] D. [Díaz] N. [Niese]. La Nación (13-I-1942):9.
[2] La Nación (18-I-1942):9
[3] Gaceta Oficial (Imprenta de J. R. Vda. García, Sucesores, Ciudad Trujillo: 1941): 5. [Año LXII, Núm. 5656.
[4] Constitución de la República Dominicana. (Talleres Tipográficos “La Nación”, 1934), 31 páginas.
[5] Constitución de la República Dominicana. Edición Oficial (Imprenta de J. R. Vda. García, Sucesores, Ciudad Trujillo: 1942) 38 páginas.
[6] Las Mujeres en la Revolución Francesa, Cuadernos Mujeres de Europa. Comisión de las Comunidades Europeas. Dirección General Sector Audiovisual, Información, Comunicación, Cultura. Servicio Información Mujeres (Bruselas: Bélgica: 1991):3. No.33.