A los profetas y mesías de la política…

En el principio cuando las plantas estaban dormidas en un rebosante estanque nocturno, el mundo era un sueño,  la magia gobernaba a los enigmas, la memoria era el seno de un río con esparcidas perlas que acompañaban al silencio. Entonces,  el tiempo infinito escribía la obra del azar, murmuraba la calma de la inquietud y la lejana esfera del silencio.

María Palito, Cordillera Central. Foto O. P. Perdomo

… Cuando los párpados  fueron ahogados por la luz y  por fugitivas visiones, el ser era un extraño con angustias, nostalgias y tristezas; le faltaba el mundo celeste y la confraternidad con los dioses,  porque su entorno era curioso, y entonces vuelve a soñar con el universo, con el reverso de lo visto para perfumar su aliento con el oleaje de las aguas que el viento dispersa.

El principio trajo al asombro, una vez que,  la pluralidad dispersa que somos, tejió presencias con figuraciones y signos,  y el lenguaje se hizo  el carácter metafísico de los pálidos simulacros de la eternidad, donde los ojos del tiempo conducen al universo a la siempre infeliz dualidad de los valores.

La condición humana,  en el presente, necesita del drama de la conciencia desdichada, puesto que la actividad total del espíritu en su perpetuo movimiento de flujo y reflujo, de reposo, de abandono y desafío, y, de creencias,  recurre al impulso de la rebelión añorando la libertad perdida y su propio sentido de existencia.

Cuando surge la rebelión romántica como reivindicación de los valores vitales, el asombro  reivindica al sueño, a la infancia y a la mentalidad primitiva, al lenguaje de la metáfora que a su vez guarda los símbolos del auténtico conocimiento y la preeminencia  de esa infinita inmensidad de los espacios.

Huevos de Ruiseñor. Cordillera Central. Foto O. P. Perdomo

Cuando el mito fue “expulsado”  del pensamiento puro,  se refugió como pasión nocturna sobre la realidad fluyente, y  se reveló en lo mágico al lado de las grandes deidades con un poder catártico que se abre en un recóndito abismo lleno de intenciones secretas.  Desde entonces, el  mito aletea a las sombras de las montañas. Él solo había pensado, configurado remotamente, en el desvanecimiento del tiempo, rehaciendo las formas, los círculos y espirales del rumor que cae como una pausa.

El fin del milenio fue un curioso género de escrutinio, no el derrumbe total de la soledad ni un tristísimo desgarramiento de la comunidad perdida. Sé que hemos existido con una conciencia intranquila y problemática, sin embargo, la desmitificación del mundo es una aspiración ambigua, puesto que, el ser en su aventura épica de vivir, inserta viejos relatos legendarios a su existencia para no estar en la intemperie metafísica. Por eso, sólo el ser profano hizo posible el mito, y enajenó a la angustia cuando Dios estaba ausente.  Esa sospechosa subjetividad, que une  al abismo con la verdad, es nuestro cuerpo falible y mortal, que viene de la visión primigenia.

[… Hace miles de años que el tiempo transcurre, y se ancla cuarteado de sorpresas, en la búsqueda de la abolición absoluta de la opacidad de la realidad]. Esta tierra ha tenido nacimientos que multiplican sus frutos y sus flores; por eso, el ser,  en su alegoría de apenas llegar al fin, expulsó de la escritura al “sentir”, e inventó enloquecedoramente al  instante,  como una  sensación de totalidad plena.

Todo lo que es asombro, extrañeza o mito, es la vertiginosa prueba de que, el ser nunca pierde el sentido de la imaginación, de inventar, de recordar o de ir a contar el “hecho de lo inminente”.