Creo recordar que, fue el genio de Salvador Dalí, quien con una visión pura, colocando en crisis a todos los «misterios de la creación», reaccionado contra la petrificación de la vida, y las metamorfosis de las civilizaciones (entre oscuridad y porvenir), traspasando a la luz, poniendo a la existencia en fuga, haciendo de médium, de rebelde, provocando que las doctrinas artísticas revisaran su canon, y trasmitiéndonos las más seductora idea de que al soñar también se juega, lo que valdría hoy para interpretar lo que es el «género», no como el simple sexo, exclamó
que: «Mirar es inventar», [1] en un momento en que el surrealismo de André Bretón y Paul Eluard, iniciado con el primer manifiesto del 15 de octubre de 1924, lanzaba seductoramente sus propuestas de « la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociaciones desdeñables hasta la fecha, en la omnipotencia del sueño y en el juego desinteresado del pensamiento». [2]
De ahí he partido para decirme que, el ejercicio de la escritura como tal, no es sólo para hacer un oráculo en torno a la configuración del presente de una obra de arte, porque en alguna ocasión sé, o intuyo, que una se detiene en las circunstancias que se apoderan del ser como un logaritmo que nos da, ciertamente, las herramientas para definir o conceptualizar la pretensión del ser, puesto que la labor de opinar, de mi parte, no tiene otra residencia que no sea abandonarme a un abanico susurrante de términos que en cuestión son operáticos. Nuestro interés en el decir siempre es la libertad, ya que el discurso no es más que una hilaridad de impresiones y referencias de sentido introspectivo.
La fotografía (photograhie) como testimonio visual es un documento. No obstante, cuando se argumenta el concepto de arte fotográfico, se expresa un ars que, en todo caso, no deja a la realidad de lado, pero que viene a ser el resultado -a nuestro modo de ver– de una exquisita «magia imaginativa». Es a partir de este nivel extra diegético, de meta-arte, que tenemos una idea de que, la misma no es una simple descripción o toma en instantánea, sino “algo” mixto que “ensaya” desde el ojo, un triángulo de compleja identidad: realidad-abstracción-estética.
En este sentido la photografie, finalmente, no puede estar de espaldas a lo lúdico, a lo convencional, ni a lo humano, a lo que ordinariamente llamamos «cosas de la vida». Sin embargo, puede que este ars se deje arropar por la óptica de la máscara artística para adquirir un valor interpretativo único, extraordinario, maravilloso, de desdoblamiento que se nos se cierra o se nos abre a la infinitud. ¿Por qué decimos esto? Porque el esteta de principios del siglo XX fue un mercader de ilusiones sin otro pretexto, entiendo, que crear (en su opinión muy personal) «arte por el arte», o bien, un discurso visual puro.
El esteta, en todos los tiempos, en que los istmos y vanguardias han hechos sus apariciones, sobre todo en mundo occidental, que es del cual partimos como modelo de civilización, sublimiza a la existencia, se aparta tal vez de la “bondadosa” verdad, ya que es generoso en vitalizar los milagros del arte, en síntesis: hace una lectura del mundo curiosa, libre, desde su punto de vista.
Cada época, cada generación, tiene su rostro, su marca, su justificación, su momento de gloria, su contenido ideológico y simbólico. En el caso que nos ocupa en este artículo, sólo informativo, no de valoración académica ni crítica, buscamos aproximarnos al ejercicio de la fotografía para captar el eterno femenino, teniendo como leitmotiv la relación del espectador/a con la imagen, procurando en nuestro caso (como deleitante ocasional) captar de su subjetividad las necesidades de su entorno, las complejidades e instancias de las «visualidades de género», ya que la photograhie puede abarcar como documento los paradigmas que configuran los estamentos sociales, así como las identidades fluidas captadas por el ojo avizor del lente.
En tal sentido, pretendo ver, de manera vigilante, la sensibilidad que se apropia del alma del fotógrafo, en este caso de Abelardo Rodríguez Urdaneta al fotografiar a Celeste Woss y Gil. Por lo cual, voy a inclinarme en mi argumentación a la visión calidoscópica y de exégesis del crítico español Ramón Gómez de la Serna.
El propósito de este artículo es -sin otra pretensión que no sea nuestra admiración por la estupenda labor artística de los creadores de la fotografía de carte postale o tarjeta de visita-, valorizar la temática de su trabajo, contar con un aliento lírico las reminiscencias, soliloquios y registros que nos provocan, a través de la cámara como filtro interpretativo de sus percepciones.
El fotógrafo artístico es un poeta de búsquedas oníricas, un escultor de la subjetividad y de las figuras ideales. Esencialmente, los gestos en la imagen son la representación del ser, cuando los ojos van hacia el afán de lo contemplado.
En la idílica ciudad de Santo Domingo los fotógrafos actuaron, a partir de la tercera década del siglo XX, con una actitud paternalista para la reconstrucción de la utopía hispánica expresando la modernidad a través de vistas de parques, plazas, edificios de gobierno, carreteras, etc. Otros habían mostrado su interés en el retrato partiendo de los ideales del romanticismo, en el cual lo femenino es sinónimo de lo suave y lo sensible, y la mujer sinónimo de lo dulce y lo bueno. Oficiaron la ideología del deleite, como remanente de una sociedad de fin-de-siglo marcada por una vuelta a la visión freudiana y la concepción binaria de los roles de los sexos, opuestos entre sí. Los primeros fotógrafos nacionales -con estudios o galerías- continuaron la tradición heredada del pasado, y nos dieron una imagen manifiesta de la mujer filtrada a través de su « conciencia masculina individual y colectiva», con una pulsión que enmarca el rostro, legitimando lo bello como atributo artístico, reforzando así el valor icónico de lo hermoso percibido como lo real, cuyo único referente posible es lo
inmaculado, la sensibilidad exaltada místicamente ante el imaginario de la pureza del alma femenina, muy acorde a los postulados de La perfecta casada de Fray Luis de León y del teatro de Molière.
A nuestro parecer, el discurso fotográfico de las dos primeras décadas del recién pasado siglo XX, en la República Dominicana, sin necesidad de ahondar por el momento en datos o en citar una extensa bibliografía al respecto, estuvo influenciado exclusivamente por la mirada del punto de vista masculino. Los pioneros del primer cuarto de la centuria nos comunicaron (entre otras temáticas) sólo los estándares del eterno femenino (la mujer hermosa, tímida y resplandeciente, la niña, la “señorita” o “señora” de la alta sociedad), siendo el elemento focal de su atención estereotipar a la belleza a través del arte del retrato, haciendo que la mujer posara para la cámara. Tomaron para sí, además, en su taller de fotografía, lo que en el siglo XIX fue la iconografía característica del “boom” de este ars en la vieja Europa central, sobre todo en Viena que hizo furor: las fotos de visita, que fue una moda de la época para todo aquel que quería hacerse un retrato para su álbum, y contara con los recursos necesarios, a los fines de intercambiarlo en su círculo familiar y de amigos.
Abelardo Rodríguez Urdaneta (1869-1933) es, probablemente, entre todos los retratistas dominicanos de entonces, el que más sensibilidad artística poseía. Su legado reproducido en las revistas de la época (Letras, La Cuna de América, Blanco y Negro, Fémina) evidencia su inigualable talento, su sorprendente ideal estético, la sobriedad evocativa de los ángulos de sus enfoques, puesto que estaba dotado de una especial noción de la vista y de la luz para fijar con certeza lo que ve. Su obra de un valor inestimable constituye un tesoro patrimonial a preservar, y no deja de ser el punto más alto de los comienzos de la fotografía dominicana, sin disputarse esta categoría con ninguno de sus contemporáneos.
Mirada/ Imagen es el lenguaje insospechable e inaudito de las ideas, los sentimientos, las cosas y las sensaciones, por tanto, en la photograhie el fotógrafo debe asumir a la imagen como expresión de esas relaciones, que es «La exasperada minucia en el detalle, el roer la realidad con la mirada, ese circunscribirse a sí mismo y circunscribir con la descripción las cosas que se alcanzan a ver, triunfantes en su realidad, separadas por vacíos, por espacios…». [3]
En todo movimiento intelectual y artístico (literario, dramático, pictórico, fotográfico) lo que prevalece es la idea que se traduce en imágenes y en símbolos. Las imágenes no son otras cosas (con todas las cautelas necesarias) que materiales extraídos de la civilización, que es lo mismo que decir la humanidad, y se expresan a través del asombro y lo visual.
Todo «artista del lente» en algún momento se ve afectado por un construccionismo imaginario, muy cercano al superrealismo o al impresionismo moldeado imaginativamente, hasta llegar al concepto-imagen-idea.
«Mirar» no es sólo conciencia objetiva-subjetiva, es contexto, un tiempo entre dos polos (uno, interior-exterior; otro, exterior-interior). De allí parte, a nuestro parecer, lo captado como eterno femenino por Abelardo, una mirada-descriptiva de Celeste Woss y Gil (1890-1985) [4] que no es sobre intelectualizada, sino una oración gráfica y visual de apariencia transparente, ya que lo visual es subjetividad pragmática, un ya-saber, aprehensión de la ambigüedad del mundo, un deseo de«mirar» desde la mirada, desde un signo encuadrado en el tiempo, desde el ojo avizor que lee desde el instante conceptualmente y desde la consistencia firme del testimonio cromático. [5]
Fotografiar es representar, mostrar, articular significantes, expresiones de la apariencia como un hecho liberalizador. Es una lectura del mundo seductora, llena de expectativas que van extendiéndose en el deseo.
NOTAS
[1]Ramón Gómez de la Serna. Ismos. 2da. Ed. (Editorial Poseidón, Buenos Aires, 1947): 283. [Colección Aristarco].
[2] Ibídem, 272.
[3] Juan Liscano. Panorama de la Literatura venezolana actual (Publicaciones Españolas, S. A., Caracas, 1973):82.
[4] Renacimiento. « Edición de Gala. Juegos Florales Provenzales Antillanos, celebrados por el Club Unión de Santo Domingo, la noche del 27 del 27 de febrero de 1916» con el lema “Patria, Fides, Amor”. (Año II.-Mes IV. Santo Domingo, (R.D.) 1º de abril de 1916. Núm. 27).
El poeta Ricardo Pérez Alfonseca (fotografiado también para esta ocasión por Abelardo Rodríguez Urdaneta) le dedico a Celeste este poema: «A qué ofreceros, mi gentil señora, / esta fiesta de amor y de poesía?… / Se necesitaría/ ofrecerle los cielos a la aurora, / y el jardín a la rosa?… Qué sería/ del cielo sin la aurora?… ¿Sin la rosa,/ jardín, acaso, habría?// Tal, sin la maravilla/ que sois vos, por quien hinca la rodilla/ el poeta, decid, ¿qué sería de esta/ maravillosa fiesta?… ¿Qué sería?/ Cómo, pues, ofrecérosla, oh! hermosa/ y señora mía, / si vos misma, señora, sois la fiesta?… ».
[5] La tarjeta postal que le hizo Abelardo a Celeste, vestida de hombre, ella la dedica de su puño y letra a una “amiga” (quizás la que aparece a su lado en la Post Card) de la manera siguiente: «Para Clotildita hasta que naufraguemos juntas».
Las tarjetas postales de inicios del siglo XX, que acompañan este artículo, pertenecen a la colección del Fondo Patrimonial © Ylonka Nacidit-Perdomo. De las demás fotografías se indica la procedencia.