Santo Domingo. 23 de noviembre, 3.30 de la madrugada.- No hay un solo mundo, ni un solo dragón, ni un solo anciano gigantesco, ni un único imperio.

La aurora abre los párpados de los que agitan con impaciencia a los corazones indignados. La destrucción cabalga sobre los aires. No hay más metamorfosis para la luna, porque los monstruos de acero se despiertan. Los mares del mundo infligen suplicios a sus aguas, y se hacen océanos de furiosa locura. La fuga del tiempo se encadena a las montañas, y el enigma del terror abre la boca del destino. El mundo tiene una tristeza compasiva. Desde el fondo de las cavernas las claridades se hacen espejismos. No hay oráculos ni altares que quiebren la visión de quienes oscurecen el ahora. Todo se contorsiona.

María Cristina en el Colegio Serafin de Asís.

¿Qué karma se repite, qué travesía se extiende en la nada al lado de las aves rapases? ¿No habrá, quizás, nadie que pueda huir del espanto ni de los bárbaros quejidos? El vientre del mundo se llenará de heridas; la cólera arrebatará a la razón. Ni el sol podrá exponer su luz ante la amenaza de nubes negras, y el amor al prójimo saldrá de los pechos, y quedará empuñado por vientos furibundos.

¿Cómo arrebatamos al mundo la desesperación que le aguarda, el fuego como amenaza, como una edad futura? El mundo de ahora sólo parirá un fatídico trueno mortal, como señal de que todo sucumbirá al igual que ocurrió ya transcurrido un largo tiempo.

Tal vez, exista un libro que puede darnos respuestas a este karma colectivo, que nos ocupe ahora la mirada en la madrugada.

El karma colectivo se sucede época tras época, pero adviene como final colectivo ante la decadencia del mundo, porque al igual que ahora, en épocas anteriores a ésta, se ha vivido a través de la adoración al poder y de la idolatría a los líderes. El karma colectivo no se muda de lugar, repunta entre los adversarios del odio, pero reina en las tiranías humanas cuando se empujan provocando cataclismos, y chocan entre sí los que se consideran dotados del genio para ejercer la orden de dominar todo lo que se mueve en este globo.

Se espera ahora que el mundo se libere de la miserable caída de la muerte que trae la tragedia de la guerra. Destruyéndonos, somos los hijos más ingratos del escultor de barro, olvidando que la naturaleza regula todo, destroza cuando se quebranta a la idea primaria de dejar que el sol traiga con el crepúsculo el oro de la luz. Los karmas colectivos son como el centellante vuelo de las aves: se hacen encrucijadas, bifurcaciones,   mutaciones, amalgamas, devenir o transiciones   donde el mundo desea enlazarse en la esfera del sueño con la angustia.

María Cristina de Farías entrevistada por Ellis Pérez y Víctor Cabral. Rahintel, 1970.

Ahora se agitan las colmenas, y la consternación de todos ante lo incierto, ante el escondrijo vacío, ante las ánforas sin higos que traen dilemas, oraciones fúnebres, ardorosas luchas a la raza humana. Nadie, ningún imperio desea ponerle término a la guerra. La alianza pacífica al parecer no proporciona victoria, y las más hermosas acciones humanas han quedado en el recuerdo; solo el pavor se siente como sepulcro.

MARÍA CRISTINA DE FARÍAS Y EL “KARMA COLECTIVO”. En la tarde de ayer, estuve conversando con María Cristina Mere de Farías sobre el “karma colectivo”, luego de leer su más reciente libro de poemas, tratando de buscar respuestas a lo que acontece hoy. Hablamos sobre ese extremismo terrible, abismal, de devorarnos unos a otros, puesto que la humanidad no abandona su arsenal de armas destructoras, sino que continúa encadenada a esa maquinaria dantesca y al salvaje indomable. A veces, pienso, le decía, que ya no hay más sepulcros en la tierra para los mártires. La siniestra barbaridad primitiva de “ojo por ojo, diente por diente” del Talión, se cierne sobre el mundo como un fantasma, porque la cacería humana reclama víctimas, es el feroz venatio postulatoria que regresa, la furia, los asesinos gritando venganzas, y el horror traspasando los aires.

Recordamos que, cuando el crepúsculo se hace extraño a nuestros ojos, y las sombras orbitan sobre el sueño, es necesario ir detrás de la luz, buscar las acciones que traigan una nueva antorcha celeste, una mañana trasparente, distinta, donde el alma se refugie, y huya del menosprecio a la fe. Fue, entonces, cuando le leí unas notas que encontré inéditas de Delia Weber, que escribió el 14 de octubre de 1955, que están en un cuaderno bajo el epígrafe de “Impresiones generales”. El manuscrito dice:

María Cristina al centro junto a sus padres Alfredo Mere Márquez y Antonia Abigal Montalvo Pichardo, y sus hermanos.

“Desde este silencio creador contemplamos la humanidad con sus dolores, sus prisas, sus equivocaciones, sus aciertos, su verdadera finalidad, y, poco a poco, vamos así trabajando, acercándonos más al ideal común que nos une, examinando las responsabilidades de todos los seres humanos, cada uno según su categoría en el orden social y espiritual, frente a la realidad humana, frente a la consumación de los hechos que guarda la historia. Porque todos somos afectados por el karma colectivo, queriéndolo o sin querer, de una manera inevitable. Y es necesario el pulimento de cada ser en particular, y el esfuerzo de cada uno por comprender, con el pensamiento y la acción, lo que significa para nuestra vida colectiva, el ejemplo, el paso luminoso de los grandes avatares, de quienes abordando el bello sacrificio del amor permanecieron encarnando de nuevo en esta tierra, solamente con el propósito de señalarnos con su sangre, del cuerpo y del espíritu, por dónde viene la luz. 

“El   motivo de nuestra cita es que hemos querido contemplar juntos la puesta del sol del día de hoy, como símbolo de unificación mas, con nuestros fratres (hermanos) y honores, con el deseo de que todos estuviesen presentes [para recibir de nuestro oír, de nuestros versos, de nuestras notas musicales] con un apretón de manos”.

Al concluir esta lectura por teléfono, María Cristina me dijo: “Es así, como lo dice Delia, mi Maestra, con sus palabras. Allí está todo. El mundo necesita volver a encontrar la luz, para salir del abismo. Pero la soberbia hace que le tengamos miedo a los rayos divinos del sol. Yo creo en el karma, o si no, ¿cómo una explica tantas cosas que suceden?”.

María Cristina coronando a la Virgen, 1950.

María Cristina publicó en el pasado mes de octubre un libro que aparenta ser sencillo, al cual dio como título “Semblanzas en Verso” [1]. Su lectura me ha permitido volver de nuevo sobre mis ideas de que, en toda obra poética siempre hay textos que subrayar, textos con los cuales se establece una conexión más allá de las palabras.

La crítica tradicional decimonónica, lo estudios áureos y literatura comparada contemporánea han cosificado su opinión en torno al sustrato poético, el lenguaje, el ritmo, la narratividad, la eficacia de las imágenes, los recursos semánticos, la construcción de la metáfora, en fin, en tantas formulaciones teóricas que se ha creado un recetario de normas, que se discuten desde distintas perspectivas lingüísticas para nombrar a la creación literaria.

Lo que no está en discusión es, que el poema, sin tomarse en cuenta su extensión, es un sustrato, una expresión desde adentro que perpetúa innumerables memorias. No siendo el poema un simple registro de avatares emocionales, sino un planteamiento de “algo”, de algo que se asume como “mío”, muy “mío” que se convierte en un ánfora de sentidos donde subyacen lo sensorial y ultra sensorial de la conciencia.

Las autoras que escriben poemas, desde tiempos inmemoriales, establecen diálogos con sí misma, y con los otros. A través del texto describen, declaran cosas, se abandonan a la palabra, a su estado de ánimo, y a la necesidad de decir y de revelar.

La mujer desde que descubrió cómo nombrar lo que sucede a su alrededor quiere que la escuchen, puesto que, cada una tiene su propio territorio hacia dentro, múltiples miradas, deseos de rebeliones, de presentes, de identidades, de dimensiones de afectos, de viajes ulteriores, una identidad del mundo y sobre el mundo desde el cual construye las oleadas de su voz.

Del conjunto de poemas del libro de María Cristina, conformé un diccionario de expresiones para uso de los que integran lo que ella llama “coloquio metafísico de los iluminados”, que son las equivalentes al sistema místico-filosófico desde el cual proyecta su pensamiento.

Si el crítico mexicano Fredo Arias de la Canal tuviera, entre sus manos, el libro de María Cristina, lo descodificaría, y escribiría un ensayo en torno a su poética cósmica, donde subrayaría en cada texto las palabras claves, tomando en cuenta: 1. La proposición que encierra, 2. La sustancia que afirma y 3. Su significado existencial, lo cual nos conduciría a “reconocer” en cada verso cuáles son los avatares del ser humano (que al no ser evidentes) son celestes y materia cósmica, cuya procedencia se puede “conocer” cuando viajamos sin itinerarios a la luz de la eternidad que nos traerá el sueño.

María Cristina de pie al centro. Coordinando seminarios para la UNESCO.

Desde este punto de vista, son expresiones claves, en la obra de María Cristina, y constituyen su diccionario de hojarascas en todo el desarrollo de sus poemas las siguientes: crepúsculo de luz/ esencia divina/ seres alados/ magia ancestral de lo divino/luz de las eternidades/luz que gira/ luz del alba/ claridad y entorno al nuevo día/estela de esperanza/ celestial bendición/ chispa de la llama/ halito de amor/ ventisca ardiente/ sabia visionaria/ espora fértil/ reverencia suma/ Dios viviente/ alma al infinito/ entes de luz/ fuego santo/ prístina fe viviente/ mística de redención/ cosmos de plenitud/ punto en la distancia/ proyección alada/ mística pura/ luz refulgente/ trueno en la angustia/ viaje espiritual/ seres de luz/ seres del intelecto alado/ fiel dimensión/ canal prístino/ halo divino/.

Lo cierto es que, luego de hacer este inventario de expresiones, que trascienden más allá de la fe, pero unen a la vez a las personas en un karma colectivo, creo entender que para las mujeres no existe una única manera de hacer poesía, de vigilar al sueño, de asumirse en el tiempo, de ser peregrinas nostálgicas, de cobijar la luz, de transformar el recuerdo y, de representar lo vivido.

María Cristina junto a su esposo Aquiles Farías. 1961.

Y, un ejemplo es María Cristina, puesto que su libro es un diario sobre las actitudes, carácter y sentimientos de quienes son protagonistas en su vida, y lo hace con sinceridad afectiva, puesto que evoca nombres, traza rasgos, y le da el valor de luminosidad a su identidad. Muestra, además, en tono confesional el presente de las vidas de quienes narra un perfil biográfico que se hace crónica en versos, y lo que quiere comunicar de ellos, en voz alta a los demás. Entonces su voz poética se hace voz coloquial, y giran sus palabras en torno a lo que enuncian; su voz es una voz extrovertida, de “mantra”, de ideas sobre las almas. Es una voz de estímulo, evocativa.

María Cristina se ha volcado, en la magia del alfabeto, como una peregrina que canta a las virtudes de los otros, para transferir al lector lo que en primera persona siente. ¿Qué siente María Cristina al escribir: Ilusiones, los paisajes de luz, los reinos propios del ser, las confluencias cómplices de esperanzas generacionales, lo que esencialmente es un reencuentro de cómo se justifica cada historia de vida en un karma colectivo?

La poética de María Cristina es una escritura nominal; ella nomina lo que siente. Su libro es un legado a la amistad, a la admiración, al amor que ha aprendido dándolo a los demás. Este es un libro cómplice de imbatible belleza que se hace símbolos, símbolos que se suceden como “es”, se nombran con quietud, se hacen rostros conocidos, argumentos de felicidad, de coincidencias de vidas cercanas y lejanas, de enseñanzas aprendidas que deben comunicarse.

Del ámbito privado de su cuaderno de notas o de hojas sueltas escritas a mano, María Cristina hace que sus afectos ahora pasen al ámbito público, y lo hace poema, reflexiones, anima/animus de noble memoria.

Quizás, solo en el siglo XVI, la humanidad tuvo un ejercicio de fe valedero para comprender a las almas, para que fluyeran epígrafes de gratitud en poemas a Dios, a la luz, a la presencia del orden divino en lo infinito. Dialogar con Dios, es hacer a la palabra viva. Hablar sobre la luz, es favorecer a las líneas que se encuentran en los conos que transparentan a la palabra viva. Sólo los poetas místicos hacen fluir del viento cómo sentir su presencia en la metáfora con obediencia.

María Cristina de Farías dictando una conferencia en la Biblioteca Nacional, 1976

Un escrito aparentemente simple tiene sus claves de asombro, sus vestiduras del tiempo abriéndose a las promesas posibles, trazando senderos donde los otros no ven.

Un poema aparentemente modesto de quien no presume ser un alquimista de versos, puede deshacer las madres selvas, desdibujar los dedos, y darnos lecturas que sólo vienen del recipiente celestial. De ahí que, la poesía lo que hace es ayudarnos a comprender lo invisible, lo que tantas veces anhelamos refractar en los espejos. Sólo el silencio es un no-texto con vida propia, la única subjetividad que relativiza lo que creemos real.

Los poemas de María Cristina de Farías son visibilidades de existencias, reencuentros de afectos, intersticios en el decir y en el crear que se descubren en cada retorno que nos toca, en el karma colectivo.

María Cristina ha escogido como su propósito de vida servir a los demás. Ha concertado ese encuentro suyo con la literatura como un blasón; ha asimilado que todos somos una comunidad de almas que coincidimos en el tiempo para algún fin común, por eso ella re-elabora las historias nuestras existentes en el universo (de nuevo) como cartas astrales que el eterno fuego ha alimentado de recuerdos, para que al coincidir conozcamos a los destinatarios de la espera, aquellos que alcanzan la trascendencia por su fidelidad a los propósitos que se abren al cosmos.

Una autora como María Cristina de Farías logra con este libro, ratificar esa conexión de coparticipación en este plano, esa realidad que se hace manantial y convocante mirada, que quedan plasmadas en unos versos antológicos de su poema “La Hojarasca”:

“Fugaz el viento en su dominio/… nos envolvió en un velo visionario! / Qué vida esta, ¡Oh, Dios mío!/ ¡cuánta ilusión se derrama fácil!/ como hojarasca que lleva el viento/ y nos arranca… ¡nuestras esperanzas!”. [2]

Acto de puesta en circulación de su libro Semblanzas en Verso. Biblioteca Nacional, octubre, 2015.

Recordemos que, cada autora tiene un calidoscopio particular para mostrar de su piel dónde se entrecruza la cotidianidad con la poesía. María Cristina es una mensajera que se viste de obediencia al cosmos. Obedece a los temblores líricos, a los rituales de lo angélico, a las heredades desde las cuales se despierta al texto a la primacía de lo místico.

En esta época en que casi todos estamos huérfanos de afectos, y en que continuar la existencia es como una batalla que ganamos a la utopía, es reconfortante leer los poemas-semblanzas de este libro sobre tantas personas que la poeta admira. No olvidemos que en el amor-amistad cuando los seres se entrecruzan con uno igual a él, se graba en una roca granítica, en un el tronco de un árbol donde se animan a que sus secretos queden tiznados de luz en los surcos.

María Cristina de Farías en su segunda edad de inocencia, ha grabado al amor en el libro que nos obsequia, concluyendo con sus “Bendiciones”, y el mensaje: “Siento una luz en el Universo…”.

NOTA

[1] María Cristina de Farías, Semblanzas en Verso (Santo Domingo: Editora Corripio, 2015) consta de 23 textos en versos libres y 46 semblanzas. La obra fue editada con doble prólogo o preludios y notas, del renombrado intelectual, hombre de letras y de pensamiento Tony Raful, y de su Maestra en el Instituto de Señoritas “Salomé Ureña”, Ivelisse Prats Ramírez de Pérez. El diseño, la diagramación y la selección de sutiles imágenes temáticas a color que lo ilustran fue responsabilidad de su hija Marie Cris Farías.

[2] Ibídem, 57.