“Los niños van a la escuela/ Los niños juegan en la escuela/ Los niños aprenden en la escuela/ En el frente de la escuela hay/ una mata de palma y una/ bandera dominicana/ aprenden.” Método Ideo-Visual Alfabetizador Dominicano “Margarita”. [1]
En nuestra Historia oficial del siglo XIX aún persiste un roce de dos tiempos: el tiempo anterior a la emancipación, y el tiempo de la emancipación. La separación de Santo Domingo de la República de Haití, se proclamó ideológicamente afianzada en las creencias cristianas, porque sus impulsores entendían que “sólo la Providencia y las conductas fundadas en los principios” de la fe, -como ha expresado el hombre de pensamiento venezolano Arturo Uslar-Pietri- “pueden ser instancia protectora o de salvación”.
Los fundamentos de la nación nacieron teniendo como égida la influencia y la inspiración de la religión de Cristo. Posterior a la Independencia, la institucionalidad del Estado fue el objetivo de la acción política iniciada en 1844, puesto que el orden, además de ser una situación de fuerza, era también de legalidad.
Al surgir la República bajo el amparo de la triada Divina, la instrucción pública se sustentaba en los lineamientos pedagógicos de la Iglesia Católica. Se pretendía, desde las escuelas, formar lectores católicos, y que la moral cristiana influyera en el aprendizaje del niño. La lectura y la escritura, las lecciones de cosas, los ejercicios de lenguaje, descripciones, dibujos y recitaciones durante medio siglo se reducían a este tipo de didáctica. La enseñanza de la lengua castellana y el latín, dentro de las otras disciplinas, encabezaban los programas de alfabetización. En el siglo XIX no hubo autor dominicano que escribiera una gramática, ni se conoce edición de libro que fuera patrocinado por el Estado para estos fines. Los Maestros, en sentido general (de la Escuela Normal y el Instituto de Señoritas) se habían formado con el repertorio de fuentes extranjeras españolas e hispanoamericanas, que coadyuvaban a su labor.
El Estado procuraba contribuir – se enarbolaba entonces, desde lo alto de la tribuna y el solio del Primer Magistrado de la nación- a una formación ético-educacional para provecho y bienestar de la nación, ya que una mayoría inmensa de la población era totalmente iletrada. Sin embargo, había una estirpe intelectual que contribuyó a forjar la República, a redactar su Constitución y las leyes. Pero el ambiente humanístico a causa de la guerra se resentía; el peso de la sangre de los criollos descendientes de castellanos, su honda raigambre, era intolerante ante influencias foráneas.
La alfabetización se convirtió en la principal protagonista de las políticas del Estado para que, progresivamente, los nacionales obtuvieran conocimientos que le permitieran “ventajosas condiciones” y en un futuro llevar a cabo la misión de levantar el país del ignominioso destino de haber sido primero colonia, y luego territorio ocupado.
Todo el pasado educacional del siglo XIX se escribe entre brumas, debido a las censuras, represiones de la Iglesia, las sucesivas contiendas civiles, el caudillismo, la incertidumbre económica, las pugnas políticas, y las dictaduras que traen los urdidores de intrigas y enfermos de poder. Las constantes emigraciones de familias tradicionales fue causa, sin lugar a dudas, del empobrecimiento espiritual del país. Sólo un reducidísimo grupo de hombres y de mujeres pensantes evitaron el naufragio de la educación.
Es el 24 de diciembre de 1844 cuando el gobierno encargó al Secretario de Estado de Justicia, Instrucción Pública y Relaciones Extranjeras, la dirección de la escuela primaria, y su apertura, comunicando mediante circular que la enseñanza será gratuita, y se da cuenta que se alfabetizarán “los hijos de militares que hayan servido a la Patria o de personas pobres que no puedan por sí satisfacerla”. [2]
En la Instrucción primaria se impartían clases de Religión, Lectura, Caligrafía, Aritmética elemental y Gramática castellana. En 1853 el Instituto del Cibao para varones advertía que “El alumno a quien no fuere familiar la construcción castellana, no pasará a estudiar Gramática general, Retórica ni poética”, y además se establecía que “Solamente los alumnos de la clase superior de Gramática castellana escribirán dictado; y de éstos sólo aquellos que cursen Historia, podrán ejercitarse en composiciones sobre asuntos históricos.” Otras escuelas de primera enseñanza elemental incluían los ramos de Lectura, Escritura, Catecismo, las cuatro reglas de Aritmética, y Elementos de Gramática Castellana. [3]
La vida política era tan telúrica, y guiada por el azar, que en el ambiente subsistía la herencia del pasado colonial, las crónicas sobre las primacías de la civilización de la Isla La Española, y una genealogía de familias de arraigo hispano. El germen biológico del cual se huía era el mestizaje. Todo el siglo XIX vivió en esa atmósfera, en esos nexos con lo pretérito, desconociendo la identidad de la raza negra, negándose en los círculos intelectuales influencia africana alguna.
Sin embargo, pese al odio, pese a las intrigas de los caudillos, la élite intelectual tenía claro que, la única gran revolución que podía ennoblecer al pueblo era la del saber, el conocimiento, para crear los cimientos del añorado engrandecimiento de la Patria. Hasta mediados del siglo la anarquía era parte de la existencia cotidiana, como más tarde lo sería en las dos primeras décadas del siglo XX.
Luego de terminada la dictadura de Báez de los Seis Años (1868-1873), que sumió al país en un deplorable estado de penurias económicas y de ruinas, aún la mujer tenía imposibilitado optar por la educación de grado superior (bachillerato). Sin embargo, desafiando la hegemonía patriarcal de las “luces”, que el androcentrismo imponía como ideología y ethos para reprimir la necesidad de pensar, las mujeres que durante siglos continuaban siendo tratadas como sujetos transculturalizados, se atrevieron a incursionar, ampliar sus horizontes académicos.
El período de 1873 a 1903 Pedo Henríquez Ureña lo denomina el “segundo momento de la historia cultural de Santo Domingo” [4], porque habían terminado los trastornos civiles y se creía que el tiempo de armonía había llegado. Refiriéndose a la etapa posterior a la Guerra de la Restauración, el humanista refiere que: “Cuando Santo Domingo volvió a la tranquilidad, tuvo que reconstruir, con su solo y penoso esfuerzo, su propia civilización sobre masas de ruinas. El país rehace sus escuelas, adquiere y produce libros y alcanza períodos de seria labor mental. El amor a la cultura había persistido: sólo ha faltado el empeño de hacerla general, el esfuerzo constante para que a todos los rincones del país llegase el alfabeto.” [5] Se pensaba que ya no se ceñía sobre el ánimo de los tribunos públicos los intentos de anexión de la Bahía de Samaná a los Estados Unidos de América; se había reformado la Constitución de la República (1875), y se estaba frente a un Estado de ideología liberal que regía los destinos del país. Tanto es así, que hubo un reflorecimiento de las ideas. Empezó a desarrollarse la incipiente economía, a florecer las artes, y las orientaciones formativas dieron un giro de 360º.
El Maestro puertorriqueño Eugenio María de Hostos, El Sembrador, llegó al país en 1875 para dar inicio a los cimientos de la educación racional. Por encargo del prócer restaurador Gregorio Luperón, se establece la Escuela Normal de Maestros (1880) donde se enseñaba la Gramática Castellana de Juan Vicente González, y propició la reforma de la enseñanza pública a través de la pedagogía racionalista, graduando los primeros Maestros Normalistas en 1884. A un positivista como él, sus detractores, entre ellos, el padre Billini y Juan Tomás Mejía y Cotes, lo acusaron de crear la “La escuela sin Dios”.
Así, por ejemplo, para 1890 en la común de Santiago de los Caballeros existían 33 escuelas municipales, 43 profesores y profesoras, según informe del Ayuntamiento Municipal, de las cuales 16 eran primarias, con un total de 1,022 alumnos inscritos. [6]
Oficialmente, esa era la situación de la Instrucción pública, no obstante, no existía una unificación de los textos que debían ser enseñados, ni un catálogo de libros suministrado por el gobierno. El Estado tenía casi por completo un monopolio exclusivo de la enseñanza primaria, y el derecho de disponer que en los programas de alfabetización se conciliara la lectura con la actividad religiosa, y los dogmas cristianos, por lo cual tenía que aleccionarse el catecismo. Los niños y niñas recibían premios por su desempeño en las clases de Lectura y de Gramática Castellana.
Sin embargo, los primeros Maestros Normalistas, formados por Hostos, extendieron por todo el territorio su método racional en las llamadas “Escuelas Hostos”. Pero ocurrió que, al ir acrecentándose la crueldad del despótico Presidente Ulises Heureaux, y empezando el régimen a dar síntomas de intolerancia hacia las reformas educativas, la sociedad entró en un período de asfixia moral. Hostos, el Ciudadano de América, se marchó a Chile en 1889, luego de su deber cumplido con la República Dominicana. Desde 1845 a 1899, al parecer, fueron instruidas dos generaciones de dominicanos.
Salomé Ureña de Henríquez, refiriéndose a Eugenio María de Hostos, dijo en versos: “Germinará la simiente que dejas en el surco, y los frutos del porvenir se fecundarán con la savia de tus doctrinas pedagógicas.” Al producirse la muerte del prócer puertorriqueño Hostos en 1903, concluye lo que Pedro Henríquez Ureña denominó el “segundo momento de la historia cultural de Santo Domingo”.
No obstante, luego de la creación de “La escuela sin Dios”, y que diera sus primeros frutos, sus ilustres discípulos no pudieron impedir que el siglo XX se abriera con la Guerra Civil de 1903 que se expandió por las regiones del Cibao y la línea fronteriza de la República, con cuantiosos daños provocados a las ciudades, que se unía a la catástrofe que traían los empréstitos internacionales a la fiesta del “progreso” que se inició en 1899, luego del ajusticiamiento del tirano Ulises Heureaux.
El egoísmo y las rivalidades entre los políticos liberales y conservadores no tenían tregua. Las rentas fiscales se destinaban principalmente al servicio de la deuda pública. Era la época en que se repetían los tumultuosos momentos de inestabilidad, y de las luchas tremendistas que caracterizaron la formación, afianzamiento y constitución de la República en el siglo XIX, y los ideales universales de la igualdad.
La industria más pujante era la azucarera. La población rural se dedicaba al cultivo de la tierra y a la crianza de ganado en un territorio fértil y de mano de obra barata en el campo, con puntos de embarque en el Norte, el Sur y el Este. Otros rublos de importancia eran la destilería de alcoholes, la curtiduría, la cigarrería, y una que otra fábrica de jabón, de fósforos y algunos aserraderos de maderas. La pobreza se agigantaba en todo el territorio.
La Común de La Vega contaba con 16 Escuelas Públicas, entre ellas la Escuela Normal, la Escuela Primaria de Varones, la Escuela Primaria de Niñas, con un total de inscritos de 756. Moca tenía sólo cuatro Escuelas Públicas (Superior de Varones, Superior de Niñas, Nocturna y Particular de Niñas), con un total de inscripción de 242 alumnos. [7]
La Común de Samaná contaba con seis Escuelas Públicas, Primaria de Varones, Primaria de Hembras, Nocturna de Varones y la Metodista Africana que dirigía el Rev. Jacob James, hijo. Tenía 238 alumnos. En la Común de Sabana de la Mar había tres Escuelas Públicas (Municipal de Varones, Municipal de Hembras), con un total de 144 alumnos. San Francisco de Macorís tenía seis Escuelas Públicas (Escuela Superior de Varones, Escuela Superior de Hembras) con 361 inscritos registrados como alumnos.
Los habitantes del país, que sería puesto en servidumbre neo colonial por los Estados Unidos de América, al producirse la invasión de 1916, eran de aproximadamente un millón de almas. La ocupación permeó la identidad de la población. Entre las medidas que tomó el gobierno interventor estuvo el cierre de las Escuelas Públicas. Se alegó falta de presupuesto. Eran aciagos tiempos en que aún la mujer no tenía derecho a la ciudadanía.
La División Política del territorio era de seis provincias cada una con sus correspondientes comunes y cantones (Provincia de Santo Domingo, Santiago, Azua, Seybo, La Vega, y Espaillat) y cinco Distritos (Puerto Plata, Macorís del Norte, Samaná, Macorís del Este, Barahona y Montecristy).
En 1919 la Común de Santo Domingo contaba con 26, 812 habitantes en la zona urbana, y 12,060 en la zona rural. En el Censo Nacional de Población realizado por las fuerzas de ocupación en 1920, el país contaba con 894, 665 habitantes. 148,515 en la zona urbana, y 745,255 en la zona rural. Las Escuelas Públicas volvieron a ser abiertas en junio de 1921.
La Biblioteca Pública Municipal de la ciudad capital tenía entonces “567 volúmenes empastados y 190 volúmenes a la rústica, además 954 colecciones, más o menos completas, de revistas ilustradas de carácter científico, literario, y de mera información gráfica, y 28 colecciones de periódicos nacionales y extranjeros, comprendidos entre éstos, la mayor parte de los Boletines Municipales que publican los Ayuntamientos de la República.” [8]
Al concluir la ocupación extranjera, y ya entronizado el régimen de Trujillo, el censo de población publicado el 13 de mayo de 1935 por la dictadura estableció que el país contaba con un 1, 479,412 habitantes (1,406.347 dominicanos y 73,070 extranjeros). De los cuales 704,675 eran hombres, y 701.672 eran mujeres.
Trujillo, además de hacerse llamar el Padre de la “Patria Nueva”, se haría llamar el creador de la “Escuela Nueva”. Entonces había un alto índice de niños en necesidad de aprender a leer y escribir, y la población escolar estaba en un 82% en la zona rural, siendo hijos de jornaleros agrícolas, de obreros, y de las clases más paupérrimas. El Estado regulaba la enseñanza, y regulaba las ideas. Nadie que no se englobara en sus mecanismos de dominación podía subsistir, de ahí que, Pedro Henríquez Ureña (llegado de Argentina en 1931) siendo el Superintendente de Educación renunció al cargo; se marchó al autoexilio voluntario en 1933. No podía dejarse asfixiar por la dictadura.
El Consejo Nacional de Educación de la Secretaría de Estado de Educación y Bellas Artes aprobó mediante la Resolución Núm. 23-29 el Método Ideo-Visual Alfabetizador Dominicano “Margarita” de Carmen Adolfina Henríquez Almánzar, nieta de Don Federico Henríquez y Carvajal, Maestra Normal, y Profesora de Instrucción Pública, el cual se implementó desde 1939 en las escuelas para la enseñanza de la lectura-escritura del niño dominicano de 6 a 7 años, escrito a partir del método global ideo-visual del doctor Ovidio Decroly (1871-1933) que sustentaba que “la función de globalización” constituye la característica de la mente infantil .
El método global [9] vino a sustituir en la Escuela Primaria de Santo Domingo –según lo expresado por la autora del mismo-, la vieja y clásica práctica de la lectura silábica. En ese momento estaba en ensayo en distintos países de América de habla hispánica, y entró en vigencia en 1937 en la República Dominicana, cuando se procuraba una renovación de la escuela, y se pretendía avanzar en la erradicación del analfabetismo, en momentos en que el dictador estaba consagrado como el Padre de la Patria Nueva, y establecía los cimientos de la primera ola de “modernización” del país, iniciando la construcción de grandes planteles educativos en todo el territorio, para vivificar su nombramiento como el Primer Maestro de la República, y que se viera en él al protector de la niñez.
En las escuelas públicas se utilizaba como libro de texto Ejercicios de Lenguaje y Gramática Elemental de Méndez Pereira, publicado en dos tomos, destinado a los alumnos de tercero, cuarto, quinto y sexto grados de las escuelas primarias como guía del maestro, y para el alumno “como una ayuda eficaz en el repaso”. No había una abundante bibliografía de teorías gramaticales para consultar. Se adoptaron ideas de los gramáticos hispanoamericanos que ejercían gran influencia en los programas oficiales de enseñanza de la lengua, entre ellos, Andrés Bello (Venezuela), Carlos Gagini (Costa Rica), José María Muñoz Hermosilla (Chile), P. D. Francisco Labastida (México), M. Salas Marchán (Chile), y en especial la Gramática de la Lengua Castellana con notas de Rufino Cuervo por Andrés Bello.
En este ambiente, próximo a cumplirse la primera década de la dictadura, en 1939 se realiza la graduación de los primeros niños alfabetizados por el Método Global, en la Escuela Primaria Anexa a la Normal de Ciudad Trujillo.
Oficialmente, en 1939 en todo el territorio nacional se contaba con 923 escuelas públicas, con 116, 601 alumnos. Henríquez Ureña señala que “de ellas la mayor parte son rudimentarias rurales o urbanas, con huertos de cultivo, y con pequeños edificios propios, que comenzaron a construirse en 1933.” [10]
A pesar de que no existía una política de incentivo a la lectura, había un el interés por los libros, a pesar de la censura. Las estadísticas de usuarios de la Biblioteca Pública de ciudad Trujillo, en 1939 fueron: varones menores de 14 años, 3,137. Hembras menores de 14 años, 101. En 1940 (Varones mayores de 14 años) 16,363. Hembras (mayores de 14 años) 1,096. Para un total en el Bienio 1939 a 1940 de 20,697 usuarios. [11]
En 1942 se editó de manera masiva el Método Ideo-Visual Alfabetizador Dominicano “Margarita” de Carmen Adolfina Henríquez Almánzar, cuando se crearon las Escuelas de Emergencia, y el gobierno dominicano puso en ejecución un Plan Nacional de Alfabetización, que abarcaría a 80, 000 alumnos. [12]
Cuando se promulga la nueva Ley Orgánica de Educación No. 2909-51, que le otorgaba al Consejo Nacional de Educación y al Secretario de Estado de Educación las prerrogativas de “dirigir y vigilar la educación” y “ser órgano de dirección y cuerpo legislativo de la educación”, el gobierno de la dictadura estaba programando emprender una Campaña de Alfabetización “novedosa” para adultos, y requería recursos técnicos calificados, que sus cumplimientos dieran resultados óptimos, pretendía llevarla a cabo con arreglo a las “nuevas” corrientes pedagógicas, que tuviera resonancia pública, y se promocionara como un compromiso del Estado para elevar el nivel de vida de todas las poblaciones. Para ello se requería la colaboración de Maestros Normales que tenían éxito como educadores.
Era la segunda Campaña de Alfabetización que pondría en marcha el régimen despótico, utilizando como texto la Cartilla Trujillo, y se desarrollaría durante los doce meses del año de 1952, acompañada de una política de construcción de escuelas públicas en todo el territorio nacional, y la apertura de bibliotecas circulantes, con el acompañamiento de funcionarios pertenecientes al único partido del sistema, el Partido Dominicano, además de integrar a los servidores de todas las dependencias públicas como Maestros voluntarios.
Aparentemente el deseo de Salomé Ureña de Henríquez, repito, refiriéndose a Eugenio María de Hostos, se cumpliría a medias, cuando dijo en versos: “Germinará la simiente que dejas en el surco, y los frutos del porvenir se fecundarán con la savia de tus doctrinas pedagógicas.”
Los discípulos de la “Escuela sin Dios”, y los formados por ellos, habían permitido que surgiera un nuevo “Dios” en la Escuela: Trujillo.
… Un “Dios” que dijo de sí mismo (y expandió como simiente) que era un predestinado, y se encarnó en los huesos de los hambrientos, de los paupérrimos, de los funcionarios públicos y serviles reptiles de la Era, para ser adorado e idolatrado en la Escuela.
NOTAS
[1]Henríquez Almánzar, Carmen Adolfina. Método Ideo-Visual. Alfabetizador dominicano. MARGARITA. (Ciudad Trujillo: La Nación, C. por A., 1942): 35.
[2] Rodríguez Demorizi, Emilio. Sociedades, Cofradías, Escuelas, Gremios y otras corporaciones dominicanas (Santo Domingo: Editora Educativa Dominicana, 1975): 174.
El 13 de mayo de 1845 se promulga la Ley sobre la Instrucción Pública, encargando al Poder Legislativo “el establecimiento de las escuelas gratuitas y comunes a todos los ciudadanos”, y en la Ley de gastos públicos aprobada en el mes siguiente se consignan 6,996 pesos para la Instrucción Pública. Posteriormente se dicta el Reglamento de la dirección de escuelas del 27 de junio, las cuales iban a ser sostenidas por los Ayuntamientos en 18 municipios. El gobierno dominicano inició por Resoluciones del Ejecutivo en 1850 el establecimiento de escuelas elementales, donde se enseñaba para el silabeo, el Catón de San Casiano. Para 1857 el Ayuntamiento de Santo Domingo creó cuatro escuelas primarias. En 1860 la ciudad intramuros de la Capital, en los registros abiertos para ser mostrados a la Junta Directiva de Instrucción Pública, tenía 25 Escuelas de Niñas, (cuyas preceptoras eran señoras y señoritas que habían sido educadas en sus hogares) y 10 Escuelas de Varones, de las cuales sólo cuatro eran sostenidas de manera gratuita, subvencionadas a cuenta de las cajas comunales del Ayuntamiento mensualmente. 332 niñas eran alfabetizadas, y 329 niños cursaban sus primeras letras. La común de Santo Domingo contaba entonces con un número de aproximadamente 2, 400 niñas y niñas que requería ser alfabetizados, de los cuales de 100 sólo 29 recibían instrucción.
[3] Rodríguez Demorizi, ibídem, 167-168, 169.
[4]Henríquez Ureña, Pedro. Obra dominicana (Santo Domingo: Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1988): 523.
[5] Ibídem, 412.
[6] Rodríguez Demorizi. Opus citatium, 171.
[7] Ver: Almanaque Literario, Comercial, Agrícola El Álbum (Santiago de los Caballeros, Imprenta de U. Franco Bidó, 1905)103, 138, 167.
[8] Memoria del Ayuntamiento de la Común de Santo Domingo. Años 1922-1923. (Santo Domingo: Imprenta “La Provincia”, 1924): 52-53. “[…] desde el 1º. de Enero de 1923 al 29 de Febrero de 1924, habían concurrido a la Biblioteca Pública 5020 lectores; los cuales han consultado 4,930 libros de derecho, de medicina, de geografía, de historia y de literatura, etc. etc., además de haber leído las revistas y periódicos que tenía a disposición la Biblioteca”.
[9] Oscar Bustos A. El Método Global o Ideo-Visual en la Enseñanza de la Lectura y de la Escritura. Ensayo realizado en las escuelas de Costa Rica durante el año 1936. (Editorial Nascimento, Santiago de Chile, 1937)
[10] Henríquez Ureña, Pedro. Opus citatium, 480.
[11] Consejo Administrativo del Distrito Nacional. Memoria que presenta al Señor Secretario de lo Interior y Policía y al Consejo Administrativo del Distrito de Santo Domingo, su Presidente el Señor Agr. Emilio Espínola, relativa a las labores realizadas durante el año 1940. (Ciudad Trujillo, Talleres de la Editorial “La Nación”, 1941).
[12] Henríquez Ureña, Pedro. Opus citatium, 478.