“Para dar amenidad a la “Revista”, y como tributo de cariño a nuestras amigas, empezaremos desde el próximo número la publicación quincenal de las “Crónicas de Salón” que habrá de escribir para éste periódico un colaborador amable y discreto. En esas “Crónicas” irán reseñados los principales actos de sociedad que tengan efecto en la quincena. Será una interesante página cuya lectura recomendamos desde luego a nuestras bellas amigas”.
REVISTA ILUSTRADA. [1]
“Como un obsequio a nuestras damas, atentas siempre a toda cuestión que pueda serles de útil aprecio, hemos resuelto desde el presente número publicar regularmente una página titulada La Mujer y la Moda, en la cual se insertarán los últimos modelos parisenses. Recibidos los dibujos directamente de Europa, estaremos, pues, en condiciones de presentar cada semana las últimas palpitaciones de la moda, lo que no dudamos contribuirá a afirmar aún más la gran simpatía que la mujer siente por Blanco y Negro, que es una revista para ella”.
BLANCO Y NEGRO. [2]
La llegada de una nueva estación en el año, más en éste que es bisiesto, siempre trae la percepción de alguna novedad. Ya termina el mes de febrero, y en marzo, ¡al fin!, llega la primavera, y con ella, la necesidad de renovar las energías, de vivir suprimiendo todo lo que puede ser un drama accidentado por la política. Confieso que es ésta, la primera ocasión en que escribo sobre Alta Costura, y lo hago, para complacer a una amiga, Verónica Sención, que realiza la tertulia del Café Literario en el Hostal Nicolás de Ovando.
Para muchos puede resultar un tema light, que no reviste importancia alguna, en estos momentos en que la sociedad continúa agitándose ante la irracionalidad de la violencia, el perturbador determinismo o la opción impuesta -nada agradable por las circunstancias-, de tener que sobrevivir cotidianamente sobre el filo de la navaja ante los costos elevadísimos de los productos de primera necesidad, los ITBIS a los servicios, y el extremo aterrador (como si nos arrinconaran) de los desafíos que trae el día a día, para luego observar de manera hegeliana cómo las pasiones traen convulsiones y riesgos cuando se codicia con demasía y ferocidad el poder político, y las doctrinas chocan con las ideas, la teoría con la práctica, y el caos con la fuerza dirigida por quienes engendran las tensiones, y la esperanza de que un llanto social, se haga primavera.
La colectividad, la gran colectividad que somos, independientemente de las distintas épocas y los distintos tiempos, siempre va tras los yacimientos auríferos que aporta el dinero, ante el cual sólo media el ritmo acelerado de las modas, y lo cambiante de los gustos; no obstante, se advierte que las ideas estéticas se aprecian de ser las mismas, generación tras generación, aun cuando se asuman con diferentes tendencias. Así es el arte de vestir también: una manera de hacer mil representaciones, de crear imaginarios, de entrecruzar el imperante placer que trae esa metafísica del intelecto que crea musas, musas como las concepciones de la antigua mitología, para ser contempladas y, para que los ojos se fijen en ellas.
Sin embargo, las musas de la Alta Costura, ocurre que en algún momento se nos presentan como las musas del Parnaso literario: Unas románticas; otras, imbuidas de un naturalismo excesivo, o realistas, pero como recreaciones de candidez, que se desenvuelven con la gracia de la lírica en los escenarios donde se hacen actrices de ese fantástico artificio de poner en escena la creación de la Alta Costura.
Existe mucha literatura en torno a la historia de la moda, del vestuario o indumentaria como se llama en el arte escénico, y millones de imágenes ilustrativas sobre su desarrollo a lo largo de las culturales y pueblos del mundo. Sin embargo, hay aun episodios que contar sobre la afición a la moda de las femeniles criaturas, que son musas de poetas de grandes salones y, de tertulias donde las crónicas se convierten en una especie de vaudevilles.
Pero confieso, que es fascinante ir recorriendo las distintas identidades biográficas de quienes han tenido el ingenio de hacer de estatuas inertes, estatuas vivas, porque visitar un atelier es justamente, ver estatuas inertes hacerse vivas para seducir. Del helado maniquí como estatua inerte, curiosamente, una se apropia para apreciar la memorable creación del costurero o costurera. El atelier del modista, es un foro donde no solo se hacen negocios, sino que una se habitúa a ir adentrándose en la atmósfera, en la respiración que se siente allí, de las exclusivas chez de la Alta Costura, para evocar historias que se deslazan como si estuviéramos delante de un lienzo fijo, al través del cual corremos los velos del tiempo.
Y así, al descorrer los velos del tiempo, nos encontramos con Ana María Borrero, una de las maestras de la Alta Costura de Cuba, y de la cual vestían familias aristocráticas de Puerto Plata a inicios del siglo XX, vinculadas consanguíneamente a parientes migrados a la isla caribeña. Ana María era hermana de la poeta Dulce María Borrero, autora de Horas de Mi Vida, que se carteaba con Mercedes Mota, Leonor M. Feltz, Fabio Fiallo, Primitivo Herrera, Federico García Godoy, Raúl Abreu, Enrique Deschamps, Miguel Ángel Garrido, y otros literatos dominicanos de la época.
Ana María, a partir de agosto de 1927, dio inicio a una serie de crónicas sobre las colecciones de los grandes costureros parisinos. Escribió para la exclusiva Revista Social, que fundó Conrado W. Massaguer en La Habana en 1916 y, donde el grupo de los intelectuales Minoritas se cobijaba, un interesante artículo titulado “Las joyas de la alta costura”, en el cual advierte que:
“Como toda mentira que París toma en su mano con buena intención, las joyas falsas constituyen la única verdad del momento. No hay ya la discreta imitación, la perla de posible tamaño, el broche fielmente copiado de las vitrinas de Cartier. […] Estamos al borde de una época de alto-relieve en que para saciar la necesidad de ilusión, el engaño se ha comercializado, y del color de los labios al oro del cabello, todo es farsa, imitación…”. [3]
Lo relatado por Borrero, fue un lapsus cálami en el mundo de la moda, porque un artificio, un adorno, un detalle tan delicado como las flores, provocó toda una competencia en la temporada del otoño de 1927 en la ciudad luz, cuando –por demás- el varonil corte a lo garçon hacía furor. Entonces le llamaban a las flores “verdaderos poemas de novedad”. Las flores que se comercializaban eran de piqué, de muselina, de chifones estampados, de terciopelo, de jersey de lana, de hule, de tela encerada. Pero Chanel, Coco Chanel, anteriormente a los detalles creados por Judith Barbier para las casas de los modistos galos Callot y Lanvin, y de Worth en la Rue de la Paix, lanzó en 1926 la más bella y frágil flor de la Alta Costura: las flores de cristal.
Los cronistas de la época, de las creaciones de la Alta Costura, se detenían con extremo interés es describir la legitimidad de estas joyas que se exhibían en las vidrieras de los famosos modistas. Había triunfado el buen gusto, la novedad, lo más chic que pueda imaginarse en la colección de invierno. Se decía que en los entreactos de la Opera, las mujeres se reunían para comentar los más chic de la moda.
… Y, como si estuviéramos en el París de los años veinte, degustando un exquisito Café, Ana María nos refiere que, al caer la tarde en la Chez Patou, se desarrollaban con un entusiasmo inusitado, frecuentes conversaciones sobre un tema que aún se discute: la tiranía de la moda; siendo los grandes fabricantes de telas de entonces Bianchini, Ducharne y Coudurier.
Como sé que entre las féminas el interés por la Alta Costura, al igual que la poesía no agoniza, porque al decir de los expertos en pasarelas, las mujeres de buen gusto tienen la aspiración y el deseo de vestir de un importante diseñador o diseñadora, así como de disfrutar de las crónicas sobre las grandes colecciones de moda, lo cual es un lujo leerlas, comparto tres reseñas en torno a la Alta Costura acontecidas en París y en Santo Domingo, publicadas por las revistas Social (de La Habana, 1927), Blanco y Negro (de Santo Domingo, 1926) y el periódico El Caribe (de Ciudad Trujillo, 1954).
Nos cuenta Ana María Borrero que, en una conversación en su atelier, entre el gran costurero parisiense Jean Patou y “la señora X, famosa belleza, y, además, mujer de sprit y exquisito gusto, [ella] increpaba deliciosamente a Monsieur Patou, por la tiranía que ejerce sobre todas las mujeres en Europa. [Y le comentaba]:
-“Compréndame bien, le decía. Vengo a su casa siempre llena de temor, sabiendo de antemano que al empezar a desfilar sus creaciones, van a dar al traste con toda mi personalidad. Y le aseguro que no me resigno de ningún modo. Yo, como mujer elegante, quiero ser yo, y no usted”.
-“Justamente, le contestó el famoso modisto, no pretendo dominar a nadie. Yo lanzo mis modelos y cada uno va, con su característica peculiar, en busca de la mujer correspondiente. No vengo a dominar sino a ayudar. Soy aliado y no amo”. [4]
Citamos esta anécdota porque resume lo que los cronistas de la Alta Costura llaman la perfecta “relación que debe existir entre una mujer y su traje”. De ahí se deriva esta breve nota que retrata el carácter de un diseñador, aparecida en la revista Social: “Paul Poiret es el único modisto parisién que tiene el concepto de lo inverosímil. Viene de los Estados Unidos en viaje triunfal, a recoger el homenaje de las ladies norteamericanas para las que trabaja casi exclusivamente desde hace muchos años. Paisajista admirable de la toilette femenina su único defecto consiste en querer hacer trajes distintos a los del todo el mundo”.
Sin embargo, es a partir de mayo de 1916 cuando se produce una inusual transformación de la idiosincrasia en nuestro país, que envuelve a una de las más grandes industrias y lucrativos negocios que desde el naturalismo francés, y el Siglo de las Luces, le otorga a la silueta de la mujer una mirada laudatoria a su femineidad.
Los creadores de moda, posteriores al siglo XIX, enarbolaron una nueva cultura inesperada, al parecer sugestiva, que flechaba el alter ego de la mujer y anunciaba el triunfo definitivo de estilos en el uso de las telas y los accesorios, así como la masificación de los patrones. Ya habían transcurrido más de tres siglos en que el vestido, el vestir, se había convertido en un bien cultural tangible e intangible, que representa el gusto de una época; pero fue en el siglo veinte, a consecuencia de las guerras europeas, que los modistas persiguieron frenéticamente a las musas para vestirlas y resaltar de su silueta los atributos de gracia y donaire, y hacer de su mirada creativa sobre ellas, la esencia misma que iluminaría su rostro.
Las “prendas para vestir”, de los talleres de New York, volvería a hacer su impronta en Santo Domingo en la primavera del 16, y a desatar la cultura de ir a los grandes almacenes de la metrópoli a comprar ropas hechas en cantidad industrial. La ocupación militar norteamericana causó impacto en la vida cotidiana de la mujer, y, al parecer, se creyó que el gusto y preferencia por las casas de la Alta Costura parisina se desplazarían hacia el entusiasmo que trajeron las colecciones de ropa de los Estados Unidos. Desde 1926 a Santo Domingo llegaron los patrones de moda en publicaciones que se imprimían en la ciudad, trayendo consigo el "arbiter elegantiarum" que dictaban los talleres parisinos, y los figurines y patrones de Mc. Call Printed que se vendían en Cerame. Los padrones de papel como encartes en las revistas de moda se difundieron por el mundo en los años 50s.
Es, como dato curioso, una coincidencia, que la primera crónica internacional de moda que se redacta en esta media Isla donde el sol del trópico ha sido asumido como un distintivo para crear el concepto de “marca país”, es de diciembre 4 de 1954, cuando la Casa Christian Dior, de la calle Montaigne de París, presentó los “Modelos de su última colección Dior” en el Nigth Club de la Voz Dominicana.
La Casa Christian Dior fue invitada a Ciudad Trujillo, por el Conde Louis Keller, Embajador acreditado en el país, como representante de la República de Francia. La reina de la pasarela fue France Nixon, que lució el modelo “Santo Domingo”, que ostentaba “varias faldas de tul ilusión, con corpiño completamente recamado de pedrería y de largo hasta la cadera”; así como un “vestido de amplia falda y corpiño estilo chaqueta, de vistoso cuello drapeado, que desbotonaba al frente hasta cerca de la cintura, para dejar ver un descote propio para coctel”.
France Nixon era una de las musas de la Casa Christian Dior, y también mostró un vestido de noche en satín negro de Bodin, con abrigo de noche de terciopelo rojo de Bianchini. No faltó en el desfile el traje sastre, ni el vestido para la tarde, ni el vestido para la noche. Las otras modelos fueron Angeline Lenord, Marie Helene Arnaud, Francoise Dambier. El costo de entrada fue de $5.00 dólares, y el evento social se desarrolló de 6 p.m. a 8 p.m. [5]
La delegación que vino al país, la dirigían Helene Lavocher y Labourete Azemar. Las modelos antes de partir fueron agasajadas con un cocktail por el Conde Keller y su esposa la Condesa Catherine de Keller. Tres años después de este desfile en Ciudad Trujillo, murió el diseñador francés Dior (1905-1957).
Vuelvo y repito: la Alta Costura también tiene sus musas… que en un principio es el maniquí; un maniquí que de ser estatua fría, se convierte en estatua viva, y que parece implorar a los visitantes del atelier, como ha escrito Dulce María Borrero, la hermana de Ana María: “Bésame! Cuando me besas/ siento tantas cosas blancas, / que me olvido de tus besos/ para soñar con tu alma!// Y sueño cosas tan dulces,/ y tantos placeres sueño/ que me olvido de tu alma/ para soñar con tus besos!”.
Dulce María Borrero (1883-1945), la poeta de “raro talento”, la de la sentida desgracia, que muere junto a un lirio perfumado, adornada con la candidez en el ataúd de las flores siemprevivas, la que dejó en sus versos resplandores de belleza, la abrumada alma, que recogía la vorágine de un mundo en cambio, la que con fe clamaba por la esperanza de seguir viviendo para contemplar los rayos del sol, y que al decir de su hermana en las letras, la escritora Leonor M. Feltz, Dulce María Borrero al ser “Nacida para el arte, tiene la divina intuición de la belleza y ora ofrece en raudales de armonías el tesoro precioso e inagotable de su alma generosa” [6] fue la Musa inspiradora para el arte de la Alta Costura, de su hermana Ana María Borrero.
Su malograda hermana, Juana Borrero, escribió un “Himno de Vida” a la madre naturaleza. No pudo vivir largos años, y se marchó como todos los poetas románticos “con la mirada hacia arriba y el pensamiento hacia Dios” [Ana Josefa Puello], vestida por la belleza de su eterna juventud. La muerte le arrebató –como Musa– el dolor de envejecer, de que la primavera destierre de sus carnes la lozanía, porque la vejez es un monstruo que se presenta altivo como mensajero del tiempo. ¿Quién no tiene la idea del tentador conjuro, de la locura abismal de tomar de las oníricas aguas de un manantial la promesa de tener eterna primavera prendida en el rostro, en la piel que se ha agitado con los años?
Las musas de la Alta Costura también le temen a perder el esplendor de su rostro. Esa es la epopeya que no puede ganar, la que le produce vértigo, la que la aísla del mundo de la pasarela, del éxtasis, y de la embriaguez de los besos y los aplausos junto a la luz de los flashes de las cámaras.
Estas musas de la Alta Costura hacen del placer de sentir el derroche luminoso del espectáculo de la belleza, un encierro propio, una cárcel de la que no se huye hasta luego de unos años, porque su juventud es una flecha de oro que retoza en el aire, ardiente de ilusiones, pero que al final cae en la arena como una rara joya que recoge el impaciente tiempo. Si no lo creen, pregúntenle a los ángeles de Victoria´s Secret, esas musas de la lancería de lujo, tema de la moda, que en 1926 la revista Blanco y Negro de Francisco Palau, trajo en su sección de La Mujer y la Moda escrita por su redactor Alfonso C. Tapshire, al reseñar sobre la “Ropa Blanca y Adornos” que: “El lujo de la ropa blanca ha llegado en los últimos años a un refinamiento extremo. Una mujer elegante no se contenta con tener un lindo vestido; es preciso también que su ropa interior sea ligera y suave, realzada con encajes o cintas. En otro tiempo lo que importaba era la duración de las cosas, y nuestras madres, al casarse, llevaban ajuares que tardaban muchos años en gastar. La ropa blanca, lo mismo que demás partes del toilette, está sujeta a las fluctuaciones de la moda”. [7]
De ahí, que el poema “Himno de Vida” de Juana Borrero (1877-1896), recobré vida al leerlo, para las musas de la Alta Costura: “En el misterio de la selva hojosa/ Extiende amor su imperio dominante: / Allí al posarse en el clavel fragante/ Se enciende de pasión la mariposa”. [8]
O, aquel final lúgubre del poema “Ruego” de Dulce María: “Ya que nunca podré gozar de calma/ Ni volver en la tierra a ser dichosa, / Has que jamás descienda hasta su alma/ De mi dolor la noche tenebrosa.” [9]
Las musas de la Alta Costura se convierten, y son percibidas, como las adorables “vera-efigies” del pasado en el presente, puesto que, las encantadoras fotografías femeniles de las portadas de las revistas especializadas en moda crean para las lectoras ilusiones estéticas, y el anhelo de ser como ellas; pero olvidan que una mano oculta intelectual (de orfebre) hace “de las suyas”: retoca las fotos como un poeta del Parnaso literario. En el siglo XIX y en el XX los más afamados fotógrafos artísticos usaban la técnica del “retoque”. Abelardo Rodríguez Urdaneta era uno de ellos, retocaba los retratos de las musas inspiradoras [de los bardos románticos de la ciudad, Apolinar Perdomo, Fabio Fiallo y Arturo Pellerano Castro, y de los seguidores de la poesía “dilettante”]; les daba el toque chic de la magia de su talento.
Recuerden, que la primavera viene corriendo, que las rosas revelan la armonía de la naturaleza con lo bello, y las flores crecen silvestres en los campos. Aun el más original poeta amoroso del siglo XXI, coincidirá en decir que, esta estación trae una energía, una alegría sin límites que se derrama junto a los resplandores de los rayos del sol. Éste es el efecto de la Primavera, de la cual son devotísimos seguidores los que celebran la Semana Santa en el mar relampagueante de las playas del Este, del Sur y del Norte de la Isla, donde el viento se hace un vástago de aire puro, y las miradas, fuentes de inagotables curiosidades para “reclamar” lo sublime de la figura escultural de los cuerpos. Todas estas “cumbres”de pensamientos las promueve mediáticamente la audaz publicidad insertada en los periódicos impresos sobre la ropa “prêt-à-porter”, puesto que la primavera trae sus musas que exhiben –sin importarles el sordo rumor del pecado original, y de que es necesario el “recogimiento” para orar-, toda una versátil variedad de ropas para ir de vacaciones en la Semana Mayor.
NOTAS
[1] Revista Ilustrada. Publicación Quincenal de Ciencias, Artes y Letras. Director: Miguel Ángel Garrido. Secretario de Redacción: Manuel de J. Lovelace. Vol. II, Núm. 24 (Julio 15, 1900): 16.
[2] Blanco y Negro. Vol. VII, Número 315 (Febrero 13 de 1926): 35.
[3] Revista Social. (La Habana, diciembre de 1927, Vol. XII, número 12): 71.
[4] Revista Social. (La Habana, Agosto de 1927, Vol. XII, número 8): 71
[5] El Caribe, (5 de diciembre de 1954), s/f.
[6] Revista Literaria. Publicación Quincenal de Ciencias, Artes y Letras. Director-Redactor Enrique Deschamps. Vol. I, Núm. 8 (septiembre 7, 1901):1.
[7] Blanco y Negro. Vol. VII (Febrero 13 de 1926) Número 315, p. 35-36. [Director-Propietario Francisco A. Palau. Redactor: Alfonso C. Tapshire]. Su oficina de Redacción se encontraba en la calle Arzobispo Meriño No.22.
[8] Revista Ilustrada. Publicación Quincenal de Ciencias, Artes y Letras. Director: Miguel Ángel Garrido. Secretario de Redacción: Tulio Manuel Cestero. Vol. I, Núm. 2 (agosto 15, 1898):4
[9] Revista Literaria. Publicación Quincenal de Ciencias, Artes y Letras. Director-Redactor Enrique Deschamps. Vol. I, Núm. 6 (julio 8, 1901): 10.