En septiembre de 1956, en Paris, Pablo Picasso exclamó: “Un nuevo arte ha nacido… “Les Gemmaux”. Una forma de expresión difícil de explicar, utilizando la luz y los colores, a través de plaquetas de vidrios esclarecidas que se pueden ensamblar, yuxtaponer, disponer y colocar de cualquier manera que los artistas y los pintores deseen en sus obras; técnica creada por Roger Malherbe-Navarre en su taller, y en la cual incursionaron Jean Cocteau, y el mismo Picasso.

No obstante, se anunciaba, además que: “Les Gemmaux ne peuvent êtres en aucum cas une reproduction; ils ne sont que des interprétations en esprit de la pensée du créateur dans un autre registre si celui-ci n´est pas Gemmiste. Toujours le Maître d´oeuvre et le Gemmiste apportent dans une réalisation leur part d´invention et de création personnelle quand ils travaillent sur un carton qu´ils n´ont pas conçu. ” [1]

Ángel Urrely, Mildred Canahuate, Carlos Frías y José Pelletier, junto a La Chiva Gloria intervenida por Moisés Pellerano. Foto Ángel Vargas.

Seis décadas después, el arte en Santo Domingo se apropia de la fibra de vidrio para esculpir o ejecutar el modelo de la figura de un animal cuadrúpedo de manera monumental; un animal que no vive entre las espesuras de los bosques, que no es fauno, que no tiene fiesta que ofrecer, ni oráculo que consultar, que en los envés de sus medallas colgadas al cuello lleva grabado el nombre de “sacrifico”, porque su existencia solo tiene por altar ser el manjar de las danzas de la gula. 

LA CHIVA GLORIA DEL MAESTRO ANTONIO GUADALUPE, Y SU GRAN DOSIS DE “VALOR ARTÍSTICO Y HUMANO”.

“El mundo interior del artista está siempre en oposición con el mundo real. La posición individualista de Picasso, de Klee, de Matisse, de Kandinski, se basa precisamente en esta oposición constructivista, evolucionadora. Si cada uno de estos genios hubiese realizado su obra de manera servil, su influencia hubiera resultado inútil. Es decir: no hubiera existido tal influencia. Ellos se acercaron a las masas sin pretender la generalización del arte; pero buscaron al pueblo para hacerle partícipe de sus emociones, de sus reacciones. Y cuando las multitudes entraron en el mundo interior que ellos, artistas –y por consiguiente creadores-, habían mostrado bellamente al vulgo para atraerle hacia ideales nuevos, quedó hecho el milagro de la personalidad. Y el arte se independizó. Pero Picasso, Klee, Matisse y Kadinski iniciaron el camino desde el ángulo mismo del mundo afín a las multitudes, para elevar a éstas hacia un mundo superior”. MANUEL VALLDEPERES [2].

La obra de arte -como expresión de la individualidad creativa-, para algunos doctrinarios de estética, es una actividad del espíritu humano, puesto que las civilizaciones orgánicamente traen consigo la metafísica de esa specie cogitationis, y sólo recurriendo a descifrar el misterio de lo insubsistente o inconcebible se puede, sin obstáculos o prejuicios, conocer el estado del “alma” o de la conciencia.

Creo que, toda manifestación creativa, a la cual en teoría atribuimos la categoría de arte, o, enfáticamente calificamos de manera afirmativa como una expresión del lenguaje de las formas -aun las más primitivas-, no tiene silencios.

Un gesto mímico graficado es, una expresión extra-artística, como también puede asumirse como un ars significanti de la conciencia “desnuda” o un “algo” que nace con estremecimiento de la voluntad en rebelión. De ahí, que la creación es movimiento, despertar los estados del ánimo, arrebatos emancipatorios, las vasijas de lo intemporal llegadas a nosotros en apariencia vacías, pero que el creador llena de anhelos o angustias a través de la acción abstracta de su pensamiento. Cierto es, pensar es un acto abstracto, y crear un acto arbitrario a todo lo abstracto.

Vuelvo y repito, el arte no tiene silencios.

La Chiva Gloria intervenida por Ángel Urrely. Foto Mildred Canahuate.

He sido siempre una “devota” del arte visual y, a veces, una eclética observante quizás de las formas bellas. Involuntariamente, me dejo atraer por los contenidos donde el asombro no me interroga, sino que me conmociona con su presencia. Claro está, que otros diletantes exclamarán que lo esencial es encontrar en la obra de arte, elementos mediante los cuales se concelebren significados, expresiones, y símbolos inéditos que nazcan para vencer el mundo que asumo como un autógrafo de Dios, porque Dios no tiene paternidad alguna, que no sea Él mismo. Él es el Todo, y como el Todo, es el símbolo Único por cuyo efecto, los que se asumen como creadores, en su forma viva de ser, se apropian de la forma pura, para ser laboriosos oficiantes de su gnoseología, de la cual se nutren las representaciones de las que se apropian a posteriori, con la virtud de ser un oficiante del arte.

Benedetto Croce (1866-1952), el maestro italiano -que estudió en el siglo pasado, la estética auxiliándose de la filosofía, la metafísica, la lógica y la psicología, y del cual me confieso una seguidora- escribió que “el arte se distingue del llamado mundo físico como espiritualidad y de la actividad práctica moral y conceptual como intuición”. De esta idea parte, además, su afirmación -al referirse al arte-, de que “La independencia es un concepto de relación, y bajo este aspecto, absolutamente independiente no es más que lo Absoluto, la relación absoluta”. [3] A su doctrina, al asumirla en mi caso la llamaría -particularmente- “humanismo estético”.

Y, es el “humanismo estético”, otra mirada, manera del ser, o movimiento que no está definido canónicamente en los Diccionarios de los Ismos, el que me permite adentrar la mirada, nuestra mirada, en La Chiva Gloria del Maestro Antonio Guadalupe. 

La Chiva Gloria me induce a tratar de forjar una percepción propia, puesto que cada escultura intervenida, seis en total, por Antonio Guadalupe (Moca, 1941), Amaya Salazar (Santo Domingo, 1951), Iris Pérez Romero (Santo Domingo, 1967), Ángel Urrely (La Habana, 1971), José Pelletier (Santo Domingo, 1976) y Moisés Pellerano (Santo Domingo, 1987), que se exponen en el Hostal Nicolás de Ovando -a vista de pájaro-, atraen la atención; sencillamente son increíblemente hechizantes, cromáticamente llamativas para quienes tienen en proyecto hacer un “códice” de alegorías sobre la chiva, ese animal que vive como una flor silvestre entre hierbas secas, matorrales, peñascos, áridas montañas, precipicios rocosos en el Sur olvidado, desforestado, que llaman los antropólogos el Sur profundo.

Hace años, leía con pasión historias de emigrantes del Mar Mediterráneo, y del Oriente Medio; aquellos que al viajar llegaban a una vida incierta en un punto del globo terráqueo, huyendo del vacío estéril que trae la fragmentación de los dominios territoriales, de las angustias de las guerras, de la desesperanza, de la identidad rota. Leí, y lo asumo como cierto, que la enfermedad del emigrante es la nostalgia, la enrancia de un terruño a otro, que se hace cosmovisión, trascendencia épica. Cuando se va hacia el Sur, cuando se viaja hacia el Sur, hallamos otro paisaje vital. Contrario a lo que asumen otros, en el Sur no hay pasividad, sino cambios. Es el único punto cardinal, al cual vamos al encuentro cuando deseamos cambiar de identidad.

Verónica Sención, y Antonio Guadalupe en el Café Literario, conversando sobre La Chiva Gloria. Foto Ángel Vargas.

Este sustrato de ideas, que orientan mis percepciones, me conduce a asumir que La Chiva Gloria, la misma que vive en las tierras del Sur, exaltada su identidad por los colores vivos escogidos por el ingenio de cada creador de sus distintas alegorías, nos lleva a escudriñar los fragmentos del estado del alma de cada uno de ellos.

La Chiva Gloria es la autobiografía de Antonio Guadalupe, Amaya Salazar, Iris Pérez Romero, Ángel Urrely, José Pelletier, y Moisés Pellerano, el cambio de su identidad lírica, que hacen a los paisajes de su-yo, su adhesión subliminal, epidérmica al Sur, sin caducidad.

Cada escultura intervenida, por sus creadores, proporciona vastísimos elementos y nexos para hacer que germine una historia que, actualmente, se representa con la categoría de arte público urbano, un proyecto visual donde se reproduce en serie la pieza “única”, la que lleva el nombre de La Chiva Gloria de Antonio Guadalupe, pero que de manera fascinante es clonada, para que otros artistas la exalten, y la valoren de manera egregia, que viene corriendo de su drama rural, haciendo de la protesta el artificio que la conecta con el transcurrir del tiempo que traen las múltiples identidades de los otros.

Sin embargo, recuerdo que, nadie imita al otro, ni al objeto de su obra. Sólo transforman su apariencia. Una apariencia que gobiernan con las leyes del intelecto, porque su sentir espiritual -en cada una de las esculturas intervenidas- adquiere el carácter de Absoluto, que se convierte en un hecho, en una actitud, en un presentir.

Entonces, cada escultura intervenida es una síntesis a priori, un palimpsesto, un recorrido sobre el eterno ir y venir de lo abstracto asociado al arte, a veces, como desarraigo de la pasión y desarraigo de la liberación. Por tanto, Las Chivas Glorias son la Summa de un criterio artístico, que se hizo Summa de otros criterios íntimos, al ser la sagrada concentración de un artista en hacer de cada una de ellas, un ídolo al natural, lúdico, si se quiere de las andanzas de un animal que camina presintiendo en sus cuernos las partículas del Universo.

La Chiva Gloria representada con distintos coloridos, y reproducida como una escultura glíptica intervenida por los artistas invitados a este proyecto por la Fundación Arawak, que dirige Mildred Canahuate, está enriquecida en su cuerpo, en sus patas, en su vientre, en su cabeza, en su rabo, en sus ojos, por una metáfora única que la transforma visualmente en suerte con un mundano ropaje. Todas se gozan entre sí -al ser expuestas-, porque hacen resurgir el mito de la adoración a los animales, transfigurados en seres milenarios, como parte de la deidad de la naturaleza.

Las Chivas Glorias, las miro, las percibo, las siento, en sustancia -desde la óptica del arte público urbano- irradiando otras maneras de hacerlas más notoriedad ante las mayorías, ante los transeúntes, y ante los conglomerados de habitantes de la ciudad, como creaciones estéticas o visuales que son la expresión de un arte que sorprende por su origen: el mundo real, desde el cual nace hacia las multitudes buscando “al pueblo para hacerle partícipe de sus emociones, de sus reacciones”.

Ellas son la exégesis de signos que se representan a través de colores armónicos, a partir de los cuales surge un imaginario sin prejuicios que invade los dibujos y trazos realizados en cada escultura por los artistas invitados.

La Chiva Gloria intervenida por Amaya Salazar. Foto Mildred Canahuate.

A diferencia del arte para el placer, o arte para el deleite, éstas hacen que una se anime a destejer del espíritu de cada época, los distintos ismos que la crítica que se escribe sobre papel va categorizando o definiendo. Puesto que, particularmente, no creo en el crítico-juez, sino en el fuego de la creación.

No en vano, en circunstancias en las cuales se discutía en Europa Occidental, en el siglo pasado, el valor de la “crítica legítima y verdadera”, el profesor Croce, leído por estudiosos y académicos preocupados por el conocimiento de la estética, se preguntaba si: “¿Es concebible la reproducción de lo individual, del individuum ineffabile, cuando toda sana filosofía enseña que sólo es reproducible lo universal para toda la eternidad?” [4]. A esta interrogante, me respondo, entonces [y espero no pecar de ingenua], que encontrar una respuesta a este paradigma de lo eterno en el arte, es una tarea muy difícil, porque no sé si lo eterno es un ente concreto o un ente abstracto.

Pero considero que hay que “armonizar” sobre esta idea, meditar sobre qué es entonces la reproducción. ¿Cómo restringirla, cómo censurarla?, si de ella –en el caso de La Chiva Gloria– se deriva en cada creador que la asume, una erudición meta-estética de inestimable valor, porque plasman “algo” de lo cual huyen hasta los más avezados: la dialéctica, la criticidad de las cosas en el tiempo. Hasta el concepto del arte, en este siglo, continúa sometido a una exhaustiva indagación por unos, que aborrecen las normas estéticas, y por otros, que legitiman las formas que re-surgen como nuevas para destrozar o contradecir a los que creen en las enseñanzas del pasado.

Sobre la escultura intervenida –La Chiva Gloria-, un deleitante que se ejercita en mirar, dirá “¡Son hermosísimas!”. Pero en conjunto, ya que Antonio Guadalupe no tiene una sola Chiva eterna, sino seis chivas, que Verónica Sención graciosamente en un correo electrónico que me enviara las llama las “Chivitas”, identificándose con estas maravillosas obras que pertenecen por igual a Amaya Salazar, Ángel Urrely, Antonio Guadalupe, Iris Pérez, José Pelletier y Moisés Pellerano. Ellos han tenido la fortuna de graficar su universo cognoscitivo sobre este animal –La Chiva Gloria– que mira de frente hacia la izquierda con su cabeza en una actitud extravagante, que nos hace crear la fábula de que va caminando con alegría, contornada, “peindre à plein couleur”, con la expresión de que no tiene quejas que ofrecer a los demás, intentando contrarrestar los augurios que trae el viento cuando llueve torrencialmente.

La Chiva Gloria intervenida por Iris Pérez Romero. Foto Mildred Canahuate

La Chiva Gloria del Maestro Antonio Guadalupe, ejecutada en fibra de vidrio, a mayor dimensión que al natural, en tamaño 5´ x 5´, y colocada sobre una base de aluminio diseñada por el Arq. Gamal Michelén, intervenida por los artistas seleccionados por un experimentado Comité de Curadores [5], entiendo, es la expresión pura de la estética de cada creador; una narración figurativa no especulativa, de lo que su interior le dice que exalte para vislumbrar lo único que es verosímil: la sobrecogedora belleza que envuelve lo cromático, y cómo el instante se hace un relámpago, la luz que cruza por los albores de la naturaleza cuando el espíritu humano adquiere la conciencia sensible de que, Dios pude hablarnos a través de las criaturas de su reino animal.

La Chiva Gloria es receptora de este subjetivismo, y dialéctica, en torno a lo que somos: vivísimas maneras de re-inventariar nuestros conocimientos sobre la “vida de las formas”, como diría el maestro medievalista Henri Focillon.

NOTAS

[1] Les Gemmaux de France (Paris: Imprimerie A. T. M. Montrouge, s/f).

[2] Manuel Valldeperes. El Arte de Nuestro Tiempo (Ciudad Trujillo: Librería Dominicana, 1957): 17

[3] Benedetto Croce. Brevario de Estética. 3ra. Ed. (Espasa Calpe Argentina, S. A.: Buenos Aires, 1942): 66. [Traducción del italiano por José Sánchez Rojas].

[4] Ibídem, 90-91.

[5] El Comité de Curadores del Proyecto La Chiva Gloria, cuya responsabilidad como Directora Ejecutiva corresponde a Mildred Canahuate, lo integran María Elena Ditrén, Binguene Armenteros y Viriato Pernas Piantini.