Nunca he dejado de rendirme a las metáforas, a lo que ellas hacen «palpable», a lo que «revelan»  -como si llegaran de imprevisto en un arca-, a lo que traen galopantes cuando esculpen otras formas, otras apariencias colgadas a la mirada. Son ellas misterios fugitivos.

Una metáfora -entiendo- es como una «dispensa divina»  que se trae al mundo de los vivos; el viaje de una brizna  sin estar vestida más que con el ir y venir del viento; es la gravedad reiterada, el afligido querer del universo de reposarse en la eternidad.

Una metáfora -pienso-  es un poco la rivalidad que tenemos con nosotros mismos de huir de lo convencional, pero disponiendo que la realidad no sea un desmayo del movimiento; por lo cual, no sé, entonces,  si al final de cuentas es, posible vivir sólo de la imaginación,  para dejar atrás la catástrofe de que somos seres no infinitos, sino simulados instantes. Siempre he entendido que,  no hay pureza absoluta, que todo es un vaivén inesperado, tan frágil,  tan vulnerable,  que  cada una cree que puede evitar que se haga pedazos. 

Sin embargo, de extremo a extremo, en cada rincón del tiempo que se hace espacio,  la metáfora nos confronta con los fragmentos de la existencia que caen cuando lloramos no ser más que la nada.

He escrito, he leído  y he estudiado por décadas a una poeta dominicana que ha llevado consigo múltiples riendas inesperadas en su vida. Nos conocimos en la primera juventud, desplegando todo nuestro entusiasmo por la poesía, sin impaciencia de reconocimientos, moldeando un ánfora en la cual guardar las metáforas.

En diciembre de este año 2018 se cumple el 40º aniversario  de la publicación de  su primer poemario De un tiempo a otro tiempo (1978), y en septiembre fue su onomástico 62. Fue entonces cuando decidí  hacerle como regalo de su cumpleaños la edición del  diccionario poético contentivo de metáforas e imágenes de su  obra creativa.

Si tengo que definir de alguna manera a la escritora, dramaturga y poeta Sabrina Román [1]  seré sincera conmigo misma: la defino como una metáfora  en el alfabeto del sueño, en alto vuelo,  detrás de los misterios del cosmos;  como  la expresión de una sonrisa infantil que  no ha perdido, que se dibuja de manera tenue, que se recrea, que se refleja en los pequeñísimos cristales en que se descompone la luz azul del alba, donde lo primero ha sido su voz autorial, para encontrarse con su  alma  tan escondida,  tan tímida, que creemos frágil, porque se mece como las olas del mar sin prisas, sin torbellinos, así es Sabrina Román.  Ella, la humana,  de importantísimas palabras  que guarda, luego de aprenderlas en el silencio y en el sufrimiento que no  pudo delegar, pero sí testimoniar en prosa poética; así es Sabrina Román.

Ella  que,  no puede separarse del pasado para re- interpretarse, y testimoniar sus anhelos, sus reencuentros con la realidad, así es Sabrina Román. La que intenta  aún  rehuir de su compromiso con la notoriedad  y la celebridad, que  escucha las  voces  de los ángeles que llegan a visitarla y que le dictan cómo legislar entre  dos mundos: el propio, y el que le gustaría cambiar, para que no existan más muñecas rotas, ni niñas que tengan  que contar una historia de dolor; así es Sabrina Román.

Sabrina Román

La que intenta cambiar los códigos mercantiles de la vida, que desdeña lo utilitario del dinero,  que ha derribado toda posibilidad de  ego en su existencia, que da riendas a la verdad  para desterrar las ambigüedades, que renueva  cada año su fe en los demás, y hace los más nobles sacrificios. Así es Sabrina Román. La que impregna su mirada de bondad, que anhela que la memoria colectiva no olvidé a los héroes caídos sin tumbas, sin epitafios ni ofrendas  de laureles marchitos, así es ella. La que ha permanecido  con lealtad  a sus principios, a sus valores,  a la amistad que comparte sin pedir subordinación ni adulación, así es  ella, que tiene una  vivencia en la humildad,  que ha quebrado las ideologías de un siglo; la que encontramos contemplando a la luna llena, regocijada en la claridad de la noche,  la que hace oraciones en la mañana  al orden infinito, la que huye de los espejos ambivalentes, la que tiene por rutina hablarle a las plantas, regarlas con agua dulce y fresca, para que su verdor le ilumine las horas del día para iniciar su jornada como creadora, en el rincón de su casa que hace oasis, y no dejarse abrumar  por la maquinaria feroz de la rutina y  la cotidianidad banal.

Así es Sabrina.  Así es ella, con quien es fácil ser  especial y discretamente transparente,  conectarse con su  energía vital, para compartir de frente, honestamente  de frente, sin fisuras algunas.  Es ella la que perdona los errores de los otros, que no cree en que nadie debe tener espacios  ni posiciones privilegiadas,  porque entiende que sólo se necesita ser,  ser ante lo  inevitable del karma, del destino o de la condición energética con la cual nacemos. 

Sabrina ha vivido entre la metáfora, la fragmentación,  el sosiego,  y la necesidad de no cambiar su visión del mundo. Ella es esencialmente fraterna,  exploradora de la pluralidad del cosmos, en el éxtasis de su autorreflexiva  aspiración de darle a la Humanidad una manera posible para el amor puro, para que no se falsifiquen los afectos, para que los acercamientos mutuos se correspondan al través de la honestidad. Por esto, el Universo de su vida se  ha hecho una fuente,  para que aprendamos los más cercanos a ella, a moldear el carácter y el temperamento, para que  saldemos las cuentas con el pasado, y las circunstancias en que no supimos observar al mundo  sólo como la crónica de lo realizable en el presente, y no como  una vivencia para la trascendencia espiritual. 

Yo he sido testigo  de primer orden,  de lo que he narrado aquí en torno a la condición humana de Sabrina Román.  Casi tres décadas de amistad  en la adultez, donde hemos confluido  con presencias, con distancias, y  con reencuentros como éste, se han hecho una biografía colectiva que se esbozara sin alardes cuando ambas alcancemos la longevidad de más de nueve  décadas de fructífera vida, o la soledad de la vejez, ancladas en la contemplación del autógrafo  de Dios.

Ahora  entrego a los lectores de este medio digital Acento.com.do, en el mes de la poseía, octubre, la edición en PDF del Diccionario Román que espero sea de su agrado.

NOTA

[1]  Sabrina Román  (Santo Domingo,  1956).  Escritora dominicana que reúne  excepcionalmente en su creación la poesía, la narrativa, el teatro y el periodismo literario.

Su obra poética revela fundamentalmente el conjuro y el ritual de sus hallazgos estéticos que solidifican las estructuras sintácticas de su  universo advertido bajo la intensa complejidad de la soledad y la hegemonía expresionista como  acto de reflexión para definir lo buscado, lo pensado y lo representado como acontecimientos visibles que se proyectan coexistiendo con un valor referencial y simbólico.

Elogiada por la crítica dominicana, sus textos pueden leerse tanto en antologías poéticas como narrativas, reproducidos en diarios y revistas especializadas, o bien ser su obra objeto de estudio en círculos académicos internacionales.

Sus ensayos críticos se encuentran dispersos en publicaciones nacionales, y otros editados como artículos. En la Universidad Central del Este (UCE) realizó  estudios de Comunicación Social.

Su bibliografía publicada comprende De un tiempo a otro tiempo  (1978),  Palabra Rota   (1983), Imagen repetida en múltiples septiembres  (1986), Piedras, río y maderas encontradas  (1988), Carrusel de Mecedoras (1989),  Carrusel de Mecedoras, fantasía teatral en un acto (1994), Poniente Taciturno (1999), Nuestras lágrimas saben a mar, Memorias de una hija del general Pupo Román (2016).

Laboró como co-editora del Suplemento «Aquí Cultural»  del periódico La Noticia. Fue miembro fundadora del  Círculo de Mujeres Poetas que se dio a conocer en 1983 y, que representó el inicio del  boom de la literatura femenina  luego de la postguerra, que continuarían posteriormente las integrantes del grupo Seis Mujeres Poetas. Al iniciar la primavera en 1987. Su obra de teatro Carrusel de Mecedoras se presentó en septiembre de  1989 en la Sala Ravelo del Teatro Nacional con un éxito extraordinario.

Es la gestora  y creadora en 1991 del Festival de Mujeres Escritoras. Se desempeñó como subdirectora de la Biblioteca Nacional.  Fue Cónsul General de la República Dominicana para el área de New England con sede en Boston, Massachusetts; fungió como Agregada Cultural en el Consulado dominicano de Miami (Florida). En Miami, en Coral Gables,  fundó la  galería de arte  «Inner Tropical», de la cual fue su propietaria y Directora, conjuntamente con un taller dedicado al diseño gráfico, desde la cual desarrolló una amplia labor de mecenazgo. Es directora de la Colección Aquarela de poesía.  Actualmente es miembro del Consejo Editorial del Ministerio de Cultura.

ILUSTRACIONES

© Citlally Miranda Pérez, 2016. Técnica mixta, tinta sobre papel. 230 x  285   mm.