Cartografía es espacio y, por igual, distintos territorios en los cuales han quedado las huellas de mujeres en su travesía por el mundo, así como las diferentes regiones que habitaron, los lugares donde pensaron cómo hacerse un sujeto, un personaje en la Historia, y ser “parte” de una sociedad patriarcal que niega el discurso ginocéntrico.
Sabemos que es, en el territorio geográfico donde se ejerce desde las jerarquías del poder el control hacia nosotras, y que es, en ese mismo territorio, donde somos estigmatizadas, confinadas a los dictámenes de las leyes que crean los distintos estereotipos de nuestra identidad.
«Por los siglos de los siglos», las mujeres nos hemos resistido a articularnos a la vida asignada por los otros, a los distintos entornos donde se ejerce un sistema falogocéntrico que es a la vez falolingüístico. Desde Hipatía conocemos lo difícil que es tomar posesión del logos, que descodifiquen los cánones con los cuales nos asignan una “identidad”. Es por esto, que nosotras, las de aquí, continuamos, enfrentándonos a esa cultura androcéntrica.
Aída Cartagena Portalatín, hace un tiempo nos dijo que:
LA MIRADA DEL MAR ESTÁ LLENA DE PENSAMIENTOS MUERTOS. LOS DEDOS QUIEREN DESTRUÍR EL CORAZÓN DEL DESTINO. AÍDA SABE QUE ELLA NACIÓ CON SUEÑOS, QUE EN LAS NUBES HAY RÍOS, QUE SU MATERIA QUIERE CORTAR HILOS.
Y quizás por esto, entiendo, desde hace mucho tiempo nos recordó que:
EN EL FONDO DE LA VIDA, VOCES DEL DESTINO GRITAN LA ANGUSTIA PRESENTIDA. QUERER HERMANO DEL MAR, AÍDA TIENE UN SUEÑO HERMANOS, SILENCIO DE SUEÑOS, COMO EL PENSAMIENTO MANSO QUE PUEBLA LOS CONTORNOS DE LOS CALAMARES.
Aída sabía que el primer territorio donde habita la mujer es, la geografía doméstica, la casa, y el jardín, porque desde allí se inician sus monólogos interiores, y se hace interlocutora de los objetos, y de las plantas que cuida. Ese espacio, a veces, significa la totalidad de la realidad que ella conoce, o que le otorgan conocer, puesto que, es un lugar con plurisignificados que puede defender o del cual se apropia desde su nacimiento.
Fue desde esa primera geografía que, Aída empezó a desentrañar lo que somos, y focalizó sus ojos hacia lo que hay “afuera”, en este caso hacia el MAR, el cual hizo la cartografía de su cuerpo, no como un micro mundo de su presente, sino como el espacio desde el cual lee sus primeros textos, y empezó a poetizar lo que sucedía a su alrededor.
Desde el MAR, Aída dio inicio a sus historias íntimas; historias con evidencias personales, armadas fragmento a fragmento.
Aída comprendió, desde la publicación de su poemario Mi mundo el mar (1953), lo que ella expresó en una línea como advertencia, que se lee en la portadilla que abre los versos en prosa poética de este libro, cuando sentenció: «EL FERVOR ME BASTA. »
Así, hizo Aída, desde el fervor de ella hacia el mar, de su cartografía femenina un mapa desde el cual empezaría a revelarnos cómo nos imponen a las mujeres la ideologización de la mirada masculina sobre la mirada femenina. Por eso asumió al MAR como su territorio textual, su territorio ficcional, y su territorio ficticio, presentándonos al MAR como un mapa mundis de comienzos y desconciertos, con direcciones desconocidas, puesto que allí la movilidad, aparentemente, no es asediada, ya que se está en un espacio universal, cósmico, lejos de ese otro territorio (del mundo patriarcal) en el cual nos vigilan la sexualidad, nos compaginan los roles, y nos trazan los períodos de estancias.
Aída, en Mi mundo el mar, rechaza a la casa que, es el ámbito privado, aquel lugar donde una es un sujeto pasivo, y desde el que se empiezan a marcarse las diferencias binarias que traerán los enfrentamientos hombre versus mujer. Es por esto que nos dice:
LEY DEL MAR. SON MÁS GRANDES LOS POBLADORES GRANDES CUANDO INJERTAN LAS MINÚSCULAS BANDADAS VIOLÁCEAS. DESDE HACE TIEMPO ELLA BUSCA UNA IMAGEN DEL HOMBRE FUERA DEL HOMBRE Y LA PALPA CON TODOS SUS SENTIDOS, DESNUDA, EN LAS IMÁGENES DE LOS MUNDOS AZULES.
Aída nos enfatiza esto, queriendo trazar distancia con su primera geografía, con su primer territorio o cartografía de la identidad humana, que son los imaginarios construidos en torno al hombre y por el hombre, que es el mismo que se enfrenta al otro, y que inicia desde «los mundos azules» el enfrentamiento entre ellos, entre sus sentidos, para el proceso de socialización sexista, y la aceptación de una sola perspectiva (la de él, la de ellos) en el círculo doméstico. Y es desde ahí, como entiende Aída, que las “reglas” entran en conflicto, y los paradigmas son cuestionados, puesto que la marginalidad no puede ya sentirse como exclusivamente propia (de las mujeres), ya que la jerarquía que crea el paternalismo masculino sobre ellas, es para apropiarse de su territorio interior, y así ejercer su autoritarismo sobre la geografía femenina.
Ese autoritarismo sobre la geografía femenina [la de «los mundos azules»]
es la que ella no acepta que domine todas las coordenadas de su movilidad, por eso hace del MAR «su mundo», y entre sus paralelos se desplaza, para organizar un territorio suyo con dimensiones desconocidas en el cual no pueda ser confinada, ni delimita, puesto que tiene zonas donde se concentran dimensiones cósmicas no canónicas para el reordenamiento de esa “geografía” en que se asienta en la sociedad patriarcal.
La poeta luego nos dice, huyendo de esa geografía que traza la sociedad patriarcal para nosotras que:
A VEINTIOCHO SOLES EL MAR SALE DEL MAR PARA SOÑAR EN TIERRA. ELLA QUISIERA, CON LA SÁBANA DE CRISTAL QUE ABANDONA LA OLA, ARROPAR EL VALLE Y SU MONTAÑA.
«El valle» y «su montaña» es la segunda cartografía que encuentra la poeta-mujer en su construcción como un signo, para hablar de ella, después de abandonar el círculo doméstico, y para coexistir en una sociedad en la cual, ella es un segundo grupo diferente al que tiene la posición hegemónica de poder, y donde existen fronteras rígidas, diferencias genéricas, y resistencias a cambios del status quo, sobre todo en y desde el saber. De ahí que ese destino [el de «la sábana de cristal que abandona la ola»] no se re-conoce sino como un palimpsesto, cuando llega la poeta al espacio público para desfamiliarizarse con esa territorialidad, para inmiscuirse en un contexto que es inquisitivo, que es dominador de las conciencias.
Aída sabía que el sujeto femenino era visto como una forastera en el mundo del otro, y que así ha sido ancestralmente, puesto que, le ha sido diluida su geografía interior, las coordenadas en las cuales existía en aislamiento, y que en lo público está fuera del contexto biológico al cual históricamente ha sido asignada, y entra a otra dimensión, habitando otro espacio como viajera, en el cual hará actividades que cambiarán sus actitudes, al estar fuera del ámbito doméstico.
Es entonces cuando la poeta exclama en voz alta:
LLEGA EL HOMBRE DE LO MÁS ÍNTIMO Y CRECE AL AIRE COMO UNA PLANTA DÉBIL. COMPRENDIÉNDOLO, ELLA REPITE CON LA VOZ DE LOS OTROS:
-QUIEN SIENTE EL ALMA, HEREDA LAS ESTRELLAS.
CUANDO LA ESPALDA SE ABRE COMO UN TÚNICA DE MAIZAL, EL QUE VA SIN PUPILAS AL SOL NO PUEDE BEBERLO. CREE QUE SOLAMENTE DEJAN HUELLAS SUS HUELLAS. TODO ATRÁS. RAÍZ. HOJAS. SOMBRAS. NADA.
Aída nos revela en estos versos que, el falocentrismo desarrolla en la sociedad un sistema de control de la identidad femenina; sexualiza el cuerpo de la mujer, lo codifica mediante un consenso falocrático, ya que históricamente el sujeto femenino [al no dejar «huellas de sus huellas»] no ha participado de la revisión de los textos en que se sustenta el sistema de valores en que se erige la dominación masculina, no obstante que, el feminismo ilustrado iniciara los estudios de las huellas de las mujeres, su interpretación y su recontextualización, como en el caso nuestro- de la República Dominicana- donde persiste que los códigos vigentes son espantosamente un pantano donde las mujeres son marionetas alienadas para la exclusividad fálica de ellos, puesto que las hacen danzar detrás de las espalda del otro, que es la «túnica de maizal», ya que a su entender son ellos los únicos que tienen «pupilas al sol. »
Estas ideas de Aída, construidas desde las metáforas, nos expresan que, pocas veces nosotras hemos sido protagonistas de grandes reformas y transformaciones; más bien hemos sido víctimas de los dictámenes del Estado patriarcal o de la hipocresía de la clase dominante, de quienes llevan en las espaldas la «túnica de maizal».
Estas fueron las razones que empujaron a Aída a despertar como mujer, y a esforzarse en aprender, y en construir su cartografía desde el MAR para emerger como un sujeto social, político, y provocar su liberación de la ideologización patriarcal, ya que cada mujer lleva en su interior una cartografía a construir, una experiencia acumulativa que es transmitida de madre a hija, de generación en generación. Si no fuera así, no sería posible que ella pudiera reivindicar para sí la autoridad autorial, porque de lo contrario andaría perdida, sin posibilidad de acceder a la memoria.
«Despertar» es hacerse visible, y empezar a enfrentar la enajenación, marginalidad, y las imposiciones que los codificadores prescribieron para que no entráramos en pugnas con ellos.
MI MUNDO EL MAR…
Así Aída, luego de hacer del MAR su mundo, nos hace saber que, el saber debe ser la territorialidad desde la cual debemos habitar, y a la cual debemos integrar nuestra subjetividad, porque allí se inicia la experiencia femenina, se articulan diálogos, se enuncian experiencias, se construye la historia de vida de cada una de nosotras; puesto que, el territorio es donde circulamos y, en el cual se van adquiriendo significantes. Es el contexto donde se ejerce lo que somos en contraposiciones de identidades visibles e invisibles, sin autoridad o con autoridad, como sujetos ambivalentes o no que se desdoblan en confidencias. En el territorio que habitamos, allí nos nombran, y allí nos nombramos. Aída quiso que desde el MAR fuera nombrada, aun viniendo del «valle» y «de la montaña», para desde el MAR asignarse como viajera una voz que es suya, no de otros, sino suya, desde la cual estableció por todo el Caribe relaciones lingüísticas que hizo suyas.
Fue el MAR para Aída, «la sábana de cristal que abandona la ola», sábana de cristal que hizo territorialidad, que hizo un espejo, porque las mujeres en la búsqueda de nuestra identidad navegamos entre muchas orillas, y entre límites declarados ficticios. Sin embargo, heredamos desde el pasado el deseo de actuar con transgresión a esa territorialidad lúdica, trazada para que allí únicamente registremos nuestra presencia. No obstante, a esa invalidez como sujeto que nos ha sido asignada, y la intimidación para que no actuemos, anteponemos la memoria.
La memoria, me ha enseñado Aída, es nuestra verdadera territorialidad; ese yo escindido es, el que nos empuja al encuentro, a que hagamos legibles nuestras palabras, y no dejemos que seamos forzadas, en consecuencia, al silencio, puesto que nuestra memoria no es de alabastro, viene del pasado, abierta y preservada en la memoria colectiva de las comunidades del «valle» y «de la montaña», y del MAR, y es la que hace posible que nos volvamos a ver, a leer, a reconocer, a convocar a través del saber.
La problemática que se nos presenta a las mujeres en este siglo XXI es, cómo hacer nuestra geografía, y subvertir la in-geografía. Muchas continúan aun actuando anónimamente, y lo femenino ni siquiera se hace un habla entre-las-mujeres, olvidando que sólo se existe en una geografía, en un espacio territorial a través del habla, o el desenvolvimiento o actitudes culturales.
En la geografía asignada a nosotras hemos vivido en “estado de sitio”: temerosas, forzadas a lo inimaginable, padeciendo persecuciones, petrificadas por la angustia, confinadas. Recordemos que, desde tiempos inmemorables la mujer quedó marcada por el no-decir. Sus crónicas, sus diarios, sus escritos se los llevó el viento o el mar sin hacer ruido en esa territorialidad limitada por la gramática masculina. Por esto, el territorio que habitamos es un territorio en blanco, y quizás incierto, y el mismo no es el territorio nuestro, porque allí ese destino impuesto por los otros nos convida a continuar fragmentadas.
Creo que es Aída, la inmensa Aída, quien en el siglo XX, a través de la poesía, nos convocó a sus hermanas a buscar la forma de cómo reconstruir la presencia geográfica del sujeto femenino en los distintos territorios del mundo, desde el MAR, para abstraernos de la marginalización, para saber, además, dónde albergar nuestros sueños, y cómo actuar y hacernos presencia para abandonar la parálisis impuesta. Creo que esto lo hizo provocando, a través de la prosa poética de su poemario Mi mundo el mar, un “cisma narratológico”, una ruptura con su geografía ficticia.
Llegar a la libertad, asumir la libertad, hacerse mujer, colocarse en escena, dejar de ser “algo” ahistórico, conllevó su unión con las otras, con otras confidentes que no estaban dispuestas a hacer reversible su lucha porque estaban haciéndole a los saberes consagrados a su persona, un lugar desde el cual recorrer el inicio de la línea del poniente.
Aída estuvo mirando desde el MAR el mismo centro del cuadrante de la Luna y del Sol con trozos de las vidas rotas de otras que fueron arrojadas a la invisibilidad total, enajenadas, innombradas, subordinadas, sin derecho a la posteridad o a la eternidad.
Por eso proclama como testamento inicial, elegíaco y final para nosotras:
AÍDA ENTREGA A SU SABER ESTAS COSAS CUANDO RASGA EL TRAJE DE LOS CARACOLES. VIDA DEL MAR CON ROPAJE DE NÁCARAS Y SÍLICES. INTENCIONALMENTE, CUANDO EL HOMBRE DESATA SUS SENTIMIENTOS PARA BAJAR ESCALAS, ENCUENTRA SU ALMA MÁS QUE EN EL SÍLICE Y NACARADO ALBERGUE.